Son tres los sistemas de regulación emocional que propone el psicólogo Paul Gilbert en su terapia centrada en la compasión: el sistema de amenaza y protección, que nos resguarda de lo que percibimos como un peligro (real o imaginario: el cerebro no distingue entre uno y otro) y despierta emociones como el miedo, la ansiedad (o incertidumbre) y el enojo; el sistema de impulso y logro que nos orienta hacia la búsqueda de recursos, brindándonos la energía necesaria para movernos en línea con nuestros objetivos y está asociado a emociones como la motivación y el interés genuino y, el sistema de afiliación y calma vinculado a la conexión social y a la creación de bienestar, regulando así, el funcionamientos de los otros dos sistemas y, conectándonos con emociones como la alegría, la confianza, la seguridad y protección.
La emoción antecede a la acción, por lo cual, si lo que queremos es aspirar a vivir una vida más consciente, en coherencia con nuestros valores, intereses y motivaciones, reconocer en qué emoción estamos y, por ende, cuál es el sistema que se activa es el primer paso para el cambio.
Así, es posible empezar a gestionar la emoción de manera tal que nos oriente a tomar decisiones más asertivas y acciones alineadas a eso que creemos es importante y queremos priorizar. Esto significa, empezar a tomar contacto con acciones que posibiliten nuestra transformación y crecimiento en lugar de quedar atrapados en estados emocionales que sólo nos generan mayor desconexión y malestar y nos predisponen a reaccionar de forma automática ante el miedo o la amenaza que percibimos frente a una determinada situación.
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Reconocer los tres sistemas de regulación emocional y las emociones que más frecuentamos en nuestro día a día, permite identificar si estamos viviendo en lo que el científico Joe Dispenza, en su libro “Deja de ser tú: tu mente crea la realidad”, denomina estado de supervivencia y estado creativo.
Si tomamos en consideración que el sistema de amenaza y protección es el que se encarga de activar los procesos de huida ante lo que percibimos pone en riesgo nuestra vida, despertando en nosotros estrés, por ejemplo, es entonces el que nos lleva a tomar acciones conservadoras: orientadas a mantenernos alejados del peligro detectado y a preservar nuestra integridad. Este tipo de decisiones y acciones son las que conforman el estado de supervivencia.
Vivir en un estado continuo de lucha o huida, es alimentar el estado de supervivencia y, por ende, experimentar una existencia limitada. El peligro que percibo, ¿está pasando en el momento presente? ¿o tiene relación con un escenario futuro creado en mi mente? ¿qué pruebas tengo para confirmar que, lo que estoy pensando, es/será un hecho?
Experimentar una vida asociada a un estado creativo nos convoca a cultivar y desarrollar el sistema de calma y afiliación (bienestar). Para ello, es necesario incorporar nuevos hábitos y generar nuevas experiencias que colaboren a la hora de activar dicho sistema, conectándonos así, con emociones de bienestar y facilitando (y fortaleciendo) un estado interno de equilibrio y armonía.
En un estado creativo, es posible tomar acciones nuevas, diferentes e innovadoras producto de estar en conexión con lo que queremos que nos pase: nos disponemos a sintonizar nuestros pensamientos, emociones y acciones y, por ende, a ser los creadores de una vida que elegimos. Buscamos la expansión y la transformación en lugar de sólo adaptarnos para sobrevivir ante lo que acontece.
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A continuación, algunas prácticas para activar y robustecer el sistema de bienestar y cultivar emociones asociadas a un estado creativo:
- Ejercitar la atención plena:
Estar en contacto con todos nuestros sentidos momento a momento favorece el estar presentes y abre la puerta hacia vida más consciente. Practicar mindfulness es entrenar la apertura; la mente de principiante –y aprendiz-; la paciencia; la aceptación, y la curiosidad en nuestra vida.
La práctica sostenida en el tiempo nos permite conocer con mayor profundidad cuales son nuestros patrones mentales y darnos la posibilidad de tomar una pausa y elegir responder y, así, actuar con mayor consciencia, en lugar de dejarnos guiar por nuestros impulsos y reacciones.
- Meditar:
Realizar meditaciones de compasión y autocompasión, por ejemplo, es tomar contacto con el sentido de humanidad compartida y, por ende, con emociones elevadas y altruistas. Este tipo de emociones nos aportan mayor claridad a la hora de observar y percibir las situaciones que vamos atravesando en la vida, fortaleciendo nuestro núcleo interno más allá de las circunstancias externas, fuera de nuestro control.
- Agradecer:
Incorporar el hábito de agradecer es cultivar una de las emociones más elevadas. Empezar a percibir las sutilezas del día a día que nos generan gratitud es fundamental para entrar en conexión con una sensación de abundancia. Percibirnos como seres abundantes es empezar a observar posibilidades y encontrar afuera lo que ya somos internamente: el afuera es un reflejo de nuestro estado interior.
- Generar entornos de empatía y resiliencia:
Generar espacios seguros y de confianza, en los que sea posible nuestra expresión en libertad y por, ende, en ser auténticos, es elemental. Rodearnos de personas que sean de inspiración hace que nos contagiemos de emociones como el entusiasmo y la motivación, alentándonos a tomar acciones nuevas y diferentes en pos de nuestra transformación.
- Mantenernos curiosos y aprender:
Tomar contacto con acciones vinculadas al aprendizaje es abrirnos a la posibilidad de innovar y transformarnos: es a través del aprendizaje que podemos empezar a ver opciones donde antes veíamos limitaciones y, así, volcarnos hacia un estado de creación y expansión, en lugar de achicamiento o adaptación.