El estado de resignación se construye a partir de sostener en el tiempo creencias del tipo “no hay nada para hacer en esta situación” o incluso puede tener la raíz en pensar y creer que tal vez “haya algo que pueda hacer y no me doy cuenta que”. Negar toda posibilidad. Así, el estado de resignación se manifiesta y puede ser observado en nosotros a través de símbolos como la quietud y la falta de acción frente a situaciones que nos incomodan y nos generan un desequilibrio y malestar en nuestra vida.
¿Cuántas veces creemos que no hay nada para hacer y/o no encontramos qué hacer en contextos que experimentamos difíciles? ¿Tomamos esa creencia como una verdad quedándonos en el mismo lugar? ¿cuánta energía invertimos en quejarnos de aquella situación? ¿qué impacto tiene esto en nuestro bienestar?
Este tipo de preguntas nos ayudan a tomar consciencia y a hacernos cargo, comprendiendo que, si seguimos esperando que algo cambie sin cambiar nosotros, difícilmente veremos resultados diferentes.
¿Qué beneficio tiene seguir manteniendo los pensamientos que nos dejan en el mismo lugar, sin tomar acción al respecto?
Reflexionar y responder este interrogante, puede revelar la aparición de miedos que estén dificultando nuestra conexión con el hacer, postergándonos en relación a crear la vida que queremos vivir. Poder trabajar en esto, se vuelve prioritario si lo que queremos es avanzar, evolucionar e impactar positivamente en términos de bienestar.
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La invitación hoy es empezar a dar pasos hacia un estado de posibilidad comprendiendo que, somos nosotros mismos los responsables de abrirnos a encontrar nuevas formas en pos de crear una nueva realidad. Tomar la decisión y un rol protagonista a la hora de buscar alternativas y cursos de acción es elemental si lo que queremos experimentar es armonía y bienestar en nuestra vida.
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Iniciar este camino requiere de una serie de pasos que nos guiarán y darán luz sobre perspectivas y opciones que antes no veíamos:
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Tener presente la intención y el propósito
Reconocer qué es lo que me incomoda hoy y, a su vez, qué es importante para mí y quiero que prevalezca en mi vida. Conectar con nuestra intención y con un propósito genuino, alineado a nuestros valores, es lo que nos orientará a la hora de elegir y tomar decisiones –y acciones- más conscientes.
¿Qué es lo que realmente quiero para mí y para mi vida? ¿Dónde quiero estar? ¿Cómo me quiero sentir? Más allá de la mirada de los demás y de las expectativas que puedan aparecer.
Anclarnos en nuestra intención; hacer en congruencia con nuestros valores y sostener esas acciones en el tiempo, es el proceso mismo de practicar una mirada posibilista y de cultivar bienestar, comprendiendo que los beneficios se verán reflejados, aunque no en lo inmediato, en una sensación de mayor energía, equilibrio y mejora en la calidad de nuestra vida.
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Observar generalizaciones
Identificar formas de expresión que incluyen generalizaciones tales como: “no hay nada que pueda hacer”; “nunca voy a salir de esta situación; “todo está mal”; “siempre estaré en el mismo lugar – estoy destinado a- “; etc.
Detectar este tipo de pensamientos “todo – nada” que, en un estado de resignación, tomamos como verdades absolutas, nos invita a revisar, cuestionar y editarlos para transformar y crear una nueva realidad personal. En lugar de decirnos -y creer- que “no hay nada que pueda hacer”, reemplazar por una forma más positiva y centrada en el objetivo a alcanzar como, por ejemplo: “quiero hacer un cambio y necesito darme cuenta qué es lo que podría empezar a hacer nuevo o diferente para lograrlo”. Esto implica sembrar semillas de posibilidad: probablemente haya algo que pueda hacer y hoy no estoy pudiendo ver.
El lenguaje y las formas de expresión que utilizamos tienen un impacto directo a la hora de contribuir a la nueva realidad que queremos para nuestra vida. Atender a estas modalidades y a las conversaciones que tenemos con nosotros mismos y con los demás, es permitirnos re-definir lo posible, conectar con nuevas opciones y materializar el cambio.
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Distinguir zonas de influencia
Una vez que identificamos los pensamientos -absolutos- por los que, hasta el momento, nos hemos estado dejando llevar, el próximo paso es distinguir qué está a nuestro alcance hacer y qué está fuera de nuestro control. De esta forma, nos enfocamos en acciones viables de llevar a cabo comprendiendo que, de ahora en más, el hecho de que algo cambie, dependerá de nuestra propia motivación, así como también de los recursos que tengamos a disposición y de los que necesitemos incorporar.
¿Qué depende de mí y está en mis manos modificar? ¿en qué áreas puedo intervenir? ¿con qué recursos ya cuento? ¿qué necesito aprender? Abrirnos a la humildad de no saber, como parte de ser seres humanos, y al aprendizaje es sumamente importante en todo proceso de cambio: es a partir del aprendizaje que es posible transformar creencias que limitan y restringen nuestra capacidad de acción moviéndonos hacia un espacio de innovación, creación y expansión.
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Conectar y establecer conversaciones con otros:
Abrirnos a la posibilidad de buscar ayuda, escuchar a otros e incluso compartir nuestra búsqueda, es sumamente enriquecedor para ampliar la propia perspectiva y empezar a incluir nuevas opciones.
Por el contrario, quedar instalados en un estado de resignación es achicar la lente con la que estamos observando una situación y percibiendo el mundo. Es dejar por fuera alternativas que pueden ser el puente hacia la vida que queremos vivir.
Tomar la decisión de ponernos en el centro y empezar a elegir hoy para generar el cambio que queremos ver en nuestra vida: ¿listo para asumir este compromiso?
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