Los primeros registros de pruebas en animales son de científicos en la antigua Grecia, desde los 300 antes de Cristo. Sin embargo, esta práctica se popularizó en 1937, cuando una farmacéutica en Estados Unidos comercializó un medicamento que generó una intoxicación masiva. Fue en ese contexto que se aprobó la Ley Federal de Alimentos, Medicamentos y Cosméticos en Estados Unidos, que exige pruebas de seguridad en animales antes de que los productos puedan comercializarse.
A nivel mundial, las pruebas de laboratorio en animales se han mantenido, según información de Ethics Forge, alrededor de 1 millón de animales (principalmente gatos, perros, primates y otros animales) son usados anualmente únicamente en Estados Unidos. Según información de Cruelty Free International, alrededor de 192,1 millones de animales serían utilizados anualmente en experimentos en todo el mundo.
El mundo de la cosmética no es ajeno a esto, pues es común que productos como labiales, champús o bloqueadores solares sean testeados en animales antes de salir al mercado. En muchos países aún no existen regulaciones al respecto, a pesar de que hay avances: 39 países han logrado legislar sobre estas prácticas.
Las principales pruebas son el Dosis Letal 50 o D-L 50, y el test de Draize, ambas pruebas que utilizan animales sin ninguna anestesia para aliviar su dolor, y anualmente significan la muerte de 500 mil animales (HSI.ORG, 2019). Conejos, cuyos y ratones son los principales animales utilizados para estos propósitos, por su fácil manipulación, reproducción y respuesta a las pruebas.
Es importante tener en cuenta que el mercado de la cosmética en Latinoamérica avanza a pasos gigantes, no es una industria que debamos ignorar, esto pues los principales consumidores de la región son Brasil (49,1%), México (14,4%), Argentina (8,3%), Chile (5%) y Colombia (5%), y los Latinoamericanos gastan principalmente en artículos para cuidado del cabello, fragancias, cuidado facial y maquillaje, con una tendencia al aumento en su consumo anual.
Si estamos adquiriendo cada vez más productos cosméticos, es natural que nos preguntemos sobre sus políticas de producción: ¿qué ingredientes poseen?, ¿de qué materialidad son sus envases, y por supuesto ¿cómo han sido probados antes de llegar a las góndolas de farmacias y supermercados?
Existe hoy la posibilidad de comprar productos libres de pruebas en animales, pues gracias al trabajo de organizaciones como Leaping Bunny, Peta, Choose Cruelty Free y Te Protejo, diversas marcas en todo el mundo han decidido analizar sus ingredientes y productos; y comprobar que son efectivamente libres de pruebas en animales.
Está en tus manos que cada día más marcas sigan este camino, si sólo compras productos cruelty free, y si les exiges a las marcas que consumes que dejen de realizar estos análisis, y cambien sus políticas de producción a unas que no signifiquen el sufrimiento de miles de animales.