¿A qué está dispuesto el ser humano con tal de ganarse la mayor cantidad de likes posibles en la mejor foto de sus vacaciones? Parece que esta respuesta cada vez es más aterradora, y cada vez importa menos el respeto y cuidado de la naturaleza y de los animales.
Hace poco más dedos años un par de adolescentes borrachos entraron al parque Crocosaurus Cove ylanzaron unas cuantas cosas al pozo del cocodrilo más famoso del mundo. Burttiene 80 años y ha aparecido en distintas películas como “Crocodile Dundee” yalgunos documentales sobre conciencia ecológica. Ahora es parte de lasatracciones principales del parque australiano especializado en los grandesreptiles que no han evolucionado en millones de años.
Los jóvenes fueron noticia, pues aunque para ellos se trató de un evento divertido, estuvieron a una mala decisión de ser comida de cocodrilo. Y es que normalmente la gente visita a Burt en un tubo gigante con varios centímetros de espesor que les permite verlo de cerca, pero acercarse de otra forma puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
El parque ofrece el paquete extremo en la jaula de la muerte. Ahí puedes pasar 15 minutos que parecerán horas, pues los cocodrilos de más de cuatro metros nadarán cerca de ti para conseguir alimento que se les ofrece, todo para tu comodidad y espanto.
Aunque muchos creen que es una gran idea, la realidad es que estas bestias prehistóricas en cautiverio sufren una degradación psicológica parecida a la de las ballenas que se ven en el documental “The Cove”.
Aunque la inteligencia no es la misma, los animales sienten la presión de encontrarse en pequeños espacios destinados para ser el entretenimiento de la gente. De hecho a Burt se le conoce por ser uno de los residentes más “cascarrabias”, sinónimo de algo completamente siniestro debido a la agresividad del cocodrilo.
La promoción y asistencia a estos eventos es similar a la de la gente que pasea por las playas con pequeños lagartos que tienen la boca amordazada y posan para fotos con turistas que no saben lo que hay detrás de esa industria. O los que se toman fotos con tigres y leones que están tan sedados que no pueden distinguir entre el sueño y la realidad.
Es normal querer verse cara a cara contra los más grandes y feroces animales del mundo, pero la forma en la que lo hacemos –drogándolos, maltratándolos o confinándolos al cautiverio para nuestra diversión- realmente no ejemplifica lo que sucedería en otro escenario.
Verlos en su hábitat natural, a la lejanía es lo máximo que deberíamos tener permitido. Dejarlos vivir sin interferir más que para ayudarlos, ese es nuestro deber.