Si algo positivo puedo destacar de la cuarentena, es que he tenido muchos espacios de lectura. Actualmente estoy leyendo “La enfermedad como camino” de Thorwald Dethlefsen, que de manera introductoria plantea el “Principio de Polaridad”. Conmemorando el Día del Ambiente, me gustaría compartir algunas reflexiones sobre cómo esto se relaciona con nuestra actitud social hacia la naturaleza y cómo su profunda interiorización podría ayudarnos.
Según plantea este principio, la polaridad constituye el problema central de nuestra existencia. Al decir Yo, los seres humanos nos separamos de todo lo que percibimos como ajeno y desde ese momento quedamos presos en la polaridad. Fuera de esa prisión está la unidad que todo lo abarca, y en ella, todo y nada se funden en uno.
Pero a los humanos nos cuesta llegar a ese entendimiento, dado que nos controla nuestro ego, que desea tener algo que se encuentre fuera de él y no le agrada la idea de tener que extinguirse para ser uno con el todo.
Según filosofías antiguas, el origen de todo el Ser es la Nada, el Ain Soph de los cabalistas, el Tao de los chinos o el Neti-Neti de los indios. De hecho, prácticamente todos los sistemas metafísicos, religiones y escuelas esotéricas, enseñan únicamente el camino de la polaridad a la unidad.
Podemos comprender la unidad al analizar la polaridad vida y muerte. La vida en el mundo occidental suele tener una connotación positiva y la muerte negativa. Sin embargo, son dependientes ya que, para poder existir, dependen una de otra.
Concretamente, la naturaleza puede ser un buen ejemplo: la hoja al caer del árbol muere, en el suelo es comida por insectos y hongos, transformándose en materia orgánica que genera un suelo fértil donde crece nueva vegetación. Es decir, se transforma en vida, por lo que desde la concepción de unidad es vida y muerte a la vez.
He reflexionado que quizás los angustiantes datos científicos no nos han bastado para tomar acciones reales frente al cambio climático, porque estamos atrapados en la prisión de la polaridad y el ego.
El egoísmo nos hace percibir la naturaleza como algo externo a nosotros, siendo incapaces de comprender nuestra dependencia a ella. Por el contrario, buscamos dominar utilitariamente el ambiente extrayendo la mayor cantidad de recursos posibles.
Dicho comportamiento supone un grave problema para nuestra sociedad y ya estamos viviendo sus consecuencias, tanto en la alteración del clima y el colapso de la biodiversidad, como en la actual pandemia.
Necesitamos disposición y convicción para adentrarnos en la profundidad de nuestro ser, desaprender las concepciones egoístas que nos están llevando al suicidio colectivo e interiorizar nuestra unión y dependencia con la naturaleza.
Si decidimos germinar esta semilla en nosotros, nuestra relación con la naturaleza se podría transformar desde persona que explota a persona que nutre.