La exigencia con uno mismo y con los demás muchas veces está catalogada como una cualidad que enriquece. Sin embargo, cuando el foco está puesto en alcanzar un objetivo y perdemos de vista el recorrido que necesitamos transitar para conseguirlo de una manera saludable, la exigencia puede no ser una aliada sino, por el contrario, entorpecer el camino y generar malestar.
En esta oportunidad, la invitación es a reflexionar sobre qué sucede cuando, teniendo objetivos claros, no logramos sostenerlos en el tiempo, sino que nos frustramos o “abandonamos” a mitad de camino.
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Si hemos hecho un trabajo de introspección y autoconocimiento, podremos establecer con mayor claridad nuestro propósito y, por ende, definir objetivos alineados al mismo, reflejando, a su vez, los valores que consideramos como primordiales. Partimos de una base sólida, afianzada en la confianza de saber hacia dónde dirigirnos.
Ahora bien, ¿qué pasa si, aún contando con esa ventaja, no estamos atentos al proceso en sí mismo, es decir, a ir registrando y haciendo un seguimiento de cómo nos sentimos en ese camino hacia aquello que nos propusimos? En muchos casos la respuesta sea no sólo abandonar el recorrido sino también encontrarnos agotados, sin energías y sin saber cómo llegamos a esa instancia.
Probablemente, hemos hecho hincapié en el objetivo en sí mismo (desde la mente) y no hemos reparado ni monitoreado cómo estábamos a nivel corporal y emocional. Hemos descuidado entonces los recursos esenciales que necesitamos para llevar adelante cualquier acción y, sobre todo, sostenerla en el tiempo.
no hay que dejar de lado el cuerpo y la emoción
En ésta línea de ideas, es importante mencionar que la exigencia en contraposición a la definición de pedido no contempla la posibilidad del "No" como respuesta. Es esto lo que mantiene en primer lugar a la meta, dejando de lado la dimensión del cuerpo y la emoción que son los medios necesarios para alcanzarla.
Estamos centrados en un objetivo que, si bien establecimos nosotros mismos, es un factor externo a nosotros y, justamente lo que necesitamos es hacer una pausa para registrar cómo estamos interiormente y conectar con qué acciones son posibles hacer buscando que estén vinculadas a esfuerzos saludables.
No son iguales las acciones que vamos a estar disponibles hacer un día que estemos atravesando por un estado emocional que implique una sensación de baja energía, por ejemplo. Si no hay posibilidad de No, significa que tampoco hay escucha y legitimidad de lo que sentimos y necesitamos para generar resultados de largo plazo, por lo cual, la consecuencia será abandonar a mitad de camino y en un estado de agotamiento y sensación de pérdida de rumbo.
Entonces, se genera una incongruencia, un desbalance, en el nivel de pensamiento (objetivo y acciones) con la dimensión del cuerpo y la emocionalidad (medios para viajar hacia lo establecido).
Esto, en parte, puede estar relacionado con que vivimos rodeados de estímulos externos y de una idea de competitividad, que sostiene que lo valioso está orientado a alcanzar la meta en sí misma y, por ende, en un factor externo, desviándonos de lo verdaderamente esencial: sólo si primero generamos un sentido de cooperación con nosotros mismos y nos convertimos en nuestros propios aliados, será posible llegar a esa meta fijada como consecuencia de un esfuerzo saludable y alineado a la propia autenticidad más que a responder “los debo” que tanto nuestros propios pensamientos o el mundo externo han repetido y sobre los que nosotros, no hemos reflexionado ni hemos cuestionado.
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¿cómo transformar la exigencia en una cualidad?
A continuación, comparto algunas herramientas disparadoras, que proponen ponernos en el centro de esta cuestión y apuntan a resignificar el valor de la exigencia como una cualidad que sólo va a ser funcional si la transformamos en una socia que coopera, impulsándonos a crear espacios de bienestar en nuestro día a día:
- Adoptar una actitud de aprendiz orientada a mejorar continuamente y a un crecimiento personal, en lugar de poner el foco en buscar la aceptación y aprobación de los demás en el logro de un objetivo puntual.
- Establecer esfuerzos saludables, centrados y a la medida de cada uno de nosotros, guiándonos por la convicción de que estaremos haciendo lo mejor que podemos, en un ámbito de bienestar. De esta forma, capitalizaremos todo como el aprendizaje que necesitamos experimentar.
- Identificar estados emocionales y ser nuestros propios aliados: implica, primeramente, respetarnos y legitimar nuestras emociones para luego escuchar lo que estamos necesitando y, a partir de ahí, generar propuestas alineadas a esa necesidad: ser colaboradores de nosotros mismos.
En lugar de arraigarnos a la idea de llegar hacia algún lugar, la propuesta es: una vez que ya definimos la meta, poner el foco en estar presentes y en cómo vamos transitando el proceso de recorrer el camino hacia la misma.
Y justamente, es en ese transitar en dónde se genera flexibilidad y hasta quizás la posibilidad de redefinir la meta inicial, una que se ajusta más a lo que vamos necesitando. Y esa danza de estar presentes y en continuo proceso de evolución y aprendizaje es la que generará bienestar y armonía: estaremos atentos a sutilezas y viviremos de forma más consciente como consecuencia de cultivar asiduamente la autoobservación y escucha en nuestras tres dimensiones.
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