El ritmo de vida de hoy día nos genera un altísimo grado de estrés, querer ser hiperproductivo aún, en los tiempos libres, crea un círculo vicioso de una cultura de ¨corre caminos”. Y sí, por supuesto que este modo de vivir impacta de lleno en nuestra salud, en nuestro bienestar e inclusive en el medio ambiente.
¿Cómo lograr bajar este ritmo acelerado de vida?
Vivir a una velocidad full, no es vivir, es sobrevivir. Si bien, la cultura moderna nos indica que no debemos de perder tiempo, lo cierto es que, nos hace desaprovechar la vida, quedando completamente expuestos a factores como la ansiedad, la depresión, malestar, insomio, diversas enfermedades psicosomáticas e inclusive, con un gran impacto negativo a nivel medioambiental. La mejor forma de aprovechar el tiempo no es hacer más cosas rápidamente, sino buscar un adecuado ritmo de vida.
Para poder combatir este escenario, una de las herramientas milenarias es el Yoga, oriunda de la India, que data más de 5.000 años de su creación. Más que una práctica, es un estilo de vida, que combina cuerpo - mente - espíritu. Engloba diferentes técnicas, desde asanas (posturas), meditación, respiración (Técnica denominada Pranayama), mantras, mudras, entre otras; que cada una de ellas, convergen en un mismo fin, equilibrar la mente con el cuerpo, situarnos en el aquí y el ahora.
Armonizar el cuerpo, la mente, conectándonos con nuestro interior es realmente sanador. Existen diversos estilos de Yoga, los hay con una peculiaridad más dinámica, otras más espirituales, más pasivo, exigente (como el Yoga Bikram, que se practica en una habitación caliente) hasta Yoga facial, para tonificar y relajar la musculatura de la cara.
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Diversas investigaciones corroboran que realizar a diario la práctica de Yoga, es altamente beneficioso para nuestra salud. De hecho, investigadores de la Universidad Estatal de Wayne (EE UU), nucleó diferentes análisis sobre la relación entre la práctica del yoga y la salud del cerebro. Participaron personas sin antecedentes en la práctica del yoga en una o más sesiones por semana durante un período de 10-24 semanas, comparando la salud del cerebro al comienzo y al final de la intervención. Los otros estudios midieron las diferencias cerebrales entre las personas que practican yoga regularmente y las que no. En cada uno de los exámenes, se utilizaron imágenes cerebrales (resonancia magnética y tomografía computarizada), detectándose diferencias significativas entre los practicantes de Yoga a nivel regular vs las personas sin antecedentes de ésta práctica.
Los especialistas observaron que uno de los efectos positivos es el aumento de tamaño del hipocampo como también de las amígdalas. La principal función del hipocampo consiste en la generación de la memoria, en la producción y regulación de estados emocionales, interfiriendo en nuestro aprendizaje. En cuanto a las amígdalas, son las encargadas de conectar la percepción y la emoción, y también de la fabricación de anticuerpos, donde se detectó un fortalecimiento en las funciones de esta.
Por otra parte, hay regiones del cerebro que paralelamente se ven favorecidas por la práctica del Yoga. Éstas son la corteza prefrontal y la corteza cingulada. La corteza prefrontal, una región del cerebro justo detrás de la frente, es esencial para la planificación, la toma de decisiones, la ejecución de varias tareas al mismo tiempo, la consideración de las opciones y elegir la correcta. En tanto que, la corteza cingulada promueve funciones emocionales, cognitivas y motoras.
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Los hallazgos son realmente motivantes para llevar a cabo la práctica de esta maravillosa disciplina. De hecho, investigaciones científicas demuestran que, el estrés se relaciona con la contracción del hipocampo y un desempeño de la memoria defectuoso, alterando de esta manera los niveles de cortisol, aumentándolos, con lo cual, es clave, mejorar la regulación emocional, para poder revertir el bienestar integral.
Recuperar el contacto con nosotros mismos, con lo que hacemos y, en el momento en que lo hacemos, es esencial para nuestro equilibrio, sobre todo para nuestra claridad mental y emocional. Detenernos, respirar, contemplar la belleza de la naturaleza que nos rodea, sintiendo el viento en los árboles, observar el cielo, escuchar el sonido de los pájaros...esto purifica y regenera. Porque en la práctica te reencuentras, te nutres, te sanas.