Durante décadas, “lo último” fue un grito de guerra tecnológico: dos palabras que condensaban nuestra eterna fascinación por lo nuevo. Más allá de ser abusada como eslogan publicitario o como muletilla periodística, la expresión esconde el lado oscuro del progreso: el mandato de la actualización permanente, la obsolescencia programada, el crecimiento desenfrenado de la basura electrónica.
Pero a medida que el mundo se enfrenta a los desmanes suscitados por el cambio climático y los daños infligidos a la naturaleza, ha surgido un nuevo tipo de tecnologías e innovaciones conocidas como “climatech” -algo así como tecnologías climáticas- que se han apropiado de la etiqueta para ayudar a mitigar los impactos del calentamiento global.
Entre ellas, lo último son las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, es decir, iniciativas cada vez más eficientes que “cazan” las emisiones de dióxido de carbono (CO2) del aire y las almacenan bajo tierra. Esa es precisamente la misión de Orca, una instalación ubicada en Islandia: a través de energía geotérmica, esta planta de las empresas Climeworks y CarbFix extrae hasta cuatro mil toneladas métricas de dióxido de carbono de la atmósfera -algo así como las emisiones de unos 870 automóviles- y las bombea a cavernas subterráneas donde el gas, mezclado con agua, se convierte en piedra a medida que se enfría.
Iniciativas cada vez más eficientes “cazan” las emisiones de dióxido de carbono (CO2) del aire y las almacenan bajo tierra.
Para ello, se vale de ocho contenedores de recogida de aire con ventiladores en un lado, rejillas de admisión en el otro y filtros de captura de carbono en medio. Una vez que el material del filtro se llena con CO2, el colector se cierra y se eleva la temperatura para liberar el CO2 del material, después de lo cual se puede recolectar el gas altamente concentrado. Tras filtrar el aire, el CO2 puro se mezcla con agua y se inyecta a mil metros bajo tierra en formaciones rocosas de basalto. Carbfix afirma que la mezcla de CO2 y agua se convierte en piedra en unos dos años y en hidruro de azufre, en cuatro meses.
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El inicio del funcionamiento de esta planta -cuyo nombre significa “energía” en islandés- al sureste de la capital, Reykjavik, en 2021 marcó un hito importante para la naciente industria de captura directa de dióxido de carbono. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático ha estimado que, para evitar los peores impactos del calentamiento global, es necesario eliminar entre 100 mil millones y 1 billón de toneladas de carbono de la atmósfera para fines de siglo.
Es una tarea titánica. Para capturar el 1 por ciento de las emisiones globales de CO2 del mundo se necesitarían unas 250.000 instalaciones similares a la islandesa. “Tenemos que hacer con estas plantas lo que hizo Starbucks en sus inicios”, indica Peter Psarras, investigador de ingeniería química y biomolecular y política energética en la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos. “Instalar una en todos lados”.
Durante la mayor parte de la historia humana, la naturaleza fue la encargada de capturar el carbono de la atmósfera: los árboles absorben dióxido de carbono mediante el proceso de fotosíntesis. Pero desde la revolución industrial en el siglo XIX hemos estado produciendo mucho más CO2 del que los árboles pueden soportar. Así, en las últimas décadas nació la idea de complementarlos. El concepto de captura de carbono existe desde la década de 1980, pero recién ahora se está llevando a cabo a gran escala.
250 mil instalaciones similares a Orca se necesitarían para capturar el 1% de las emisiones glo-bales de CO2.
La planta en Islandia no es la única. En años recientes, varios proyectos similares comenzaron a funcionar en distintas partes del planeta. Se estima que hay más de 20 plantas de captura directa de aire (o DAC, según sus siglas en inglés) operativas. Y otras 30 planeadas. En 2017, la primera planta comercial del mundo de este tipo se inauguró cerca de Zurich, en Suiza. En Inglaterra, se está terminando la construcción de una planta llamada “Keadby 3” en el norte de Lincolnshire: es el primer proyecto de captura y almacenamiento de carbono aprobado por el gobierno británico.
En Wyoming, Estados Unidos, comenzó la instalación del llamado “Proyecto Bison”, una planta de la empresa CarbonCapture Inc. que promete extraer 5 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono anual-mente para 2030, aproximadamente el equivalente a 5 millones de vuelos de ida y vuelta entre Londres y Nueva York. Los directores del proyecto están consi-derando depositar el CO2 a 3600 metros bajo tierra en acuíferos salinos, áreas de roca que están saturadas con agua salada. Y recientemente, la administración Biden anunció una inversión de 1.200 millones de dólares en dos proyectos de captura de carbono en Texas y Luisiana.
En Japón, el Ministerio de Industria estima que para 2050 almacenará entre 120 y 240 millones de toneladas de CO2 al año. Y en Islandia, ya están construyendo a la sucesora de Orca: una megaplanta llamada “Mammoth”, que aspirará 36.000 toneladas de CO2 por año.
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Aunque prometedores, todavía son esfuerzos pequeños y no reemplazan la urgente necesidad de reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera, abandonar los combustibles fósiles y acelerar los proyectos de reforestación. Pero sus defensores dicen que podrían desempeñar un papel importante para mitigar el cambio climático. “Necesitamos una eliminación de dióxido de carbono a una escala bastante sustancial”, señala Jan Wurzbacher, director ejecutivo y fundador de Climeworks. “Para mediados de siglo, necesitaremos retirar 10 mil millones de toneladas cada año”.
No todos son tan optimistas. Existe escepticismo sobre qué tan bien pueden funcionar en la práctica estas instalaciones que requieren una importante financiación y requisitos energéticos. “Todavía no tenemos las herramientas para llegar al nivel de remociones que se necesitan, por lo que eso es un desafío”, dice Kathy Fallon, de la ONG Clean Air Task Force.
Se estima que hay más de 20 plantas similares a Orca ope-rativas. Y otras 30 planeadas.
Algunos sospechan que estas iniciativas distraen la atención del objetivo de reducir las emisiones y ofrecen una salida a las empresas energéticas que quieren seguir quemando combustibles fósiles. Aún así, el informe Energy Technology Perspectives 2020 de la Agencia Internacional de Energía destacó el papel central que deben desempeñar estas tecnologías como uno de los cuatro pilares clave de las transiciones energéticas globales junto con la electrificación, la bioenergía y el hidrógeno basados en energías renovables.