La indignación, ese sentimiento humano que genera una enorme dosis de ira y enfado, está más presente que nunca en el mundo actual. La simple observación de muchas noticias del mundo, los gobernantes, la justicia, y también situaciones en el mundo del trabajo, muchas veces indignan; otras, decepcionan o frustran.
Es importante entender que todos esos términos tienen significados diferentes. Por definición, la indignación parte de un acto que la persona considera injusto y, por lo tanto, despierta intensas reacciones emocionales que suelen volverse incontrolables. Esto se extiende al colectivo que la rodea, por ejemplo, en el caso de una causa mancomunada.
Como emoción básica, trae consigo la ira, esa respuesta que aparece cuando nos sentimos amenazados por algo o alguien que -en forma real o potencial- pudiese afectar nuestros propósitos o intereses.
Al manifestarse, la persona siente una gran congoja interna además del enojo, la bronca, las ganas de tomar justicia por mano propia, y de aplicar el famoso “ojo por ojo, diente por diente”.
Lo que sucede al despertarse esa ira es que la persona está frente a un acto ofensivo en aspectos que son relevantes en su vida personal o profesional, y reacciona contra aquello que hace blanco de su causa, persiguiendo terminar con eso, o que se reviertan esas medidas que causan indignación, y así sentir que se ha restituido lo que podemos llamar el logro que ese ser humano anhela como justo.
Características de la indignación
En la manifestación de esta emoción se pueden reconocer el enojo, la vehemencia, el estallido de diversas formas y una intensa sensación interna de que las cosas se han salido de su eje, y que, si no se toma acción inmediata, no podrá repararse eso que la persona siente como amenaza.
Desde el punto de vista de la estructura de la indignación dentro de los seres humanos, se trata de una secuencia de pensamientos múltiples muy complejos, atravesados en todos los casos por los juicios, prejuicios, experiencias de vida y visiones del mundo que tiene cada uno. Es decir que lo que indigna a unos, no representa amenaza para otros.
Lo que hace que la indignación tenga tanta virulencia y potencia al manifestarse es que, a través de eso, se proyecta la valoración personal sobre los hechos. En este caso, una valoración que podríamos definir como negativa, potenciada por la sensación de que lo que ocurre (el hecho en sí) constituye un agravio, una afrenta, mancilla el honor de alguien o algo.
Todo eso, combinado, se cuece en una gran olla a presión con su tapa mal ajustada, hasta que explota y provoca un desborde descomunal.
Arrebato a la dignidad
La injusticia aparece cuando la persona siente que se le arrebata la dignidad humana. Esto significa que, habiendo existido determinada forma de las cosas -por ejemplo, un derecho adquirido en el trabajo, un beneficio, un estado de satisfacción de la persona en cierto aspecto de su vida-, cuando eso ya no existe más, se extingue, o bien, se pierde por algún hecho, irrumpe esta emoción incontrolable.
Es así como la persona se siente impotente frente a lo que ocurre, y lo atribuye de todas las formas posibles a otro (persona o ente) que es el culpable de su realidad injusta, porque determina internamente que le han arrebatado, quitado o confiscado aquello que siente que le pertenece, que le es propio y que no está dispuesto a entregar.
En los movimientos sociales y los hechos que impactan en una sociedad, la indignación es generadora también de empatía colectiva, la capacidad de que un enorme grupo de personas se unan a una causa a partir del accionar de una persona. Es el caso de la injusticia en fallos judiciales, hechos tremendos que ocurren, o de medidas cruentas que suelen tomar las empresas.
Desde una concepción del mundo de las propias ideas, los patrones de creencias y paradigmas inflexibles de las personas provocan también indignación, ya que, al no poder entender las situaciones desde un lugar de reflexión y análisis, ni tener la habilidad de entender al otro como un otro, se incrementa su impotencia y allí se produce el estallido.
3 recursos para superar la indignación y la injusticia
Independientemente de los hechos en sí, la gestión de las emociones es esencial para preservar no solo la salud física sino mental de las personas. Hay situaciones que se sufren de tal manera y con tal intensidad que, si no se logran resignificar de alguna forma constructiva, literalmente terminan destruyendo a la persona, porque es tal la carga de sensación de injusticia que se padece que acaba por carcomerla por dentro.
En este aspecto, es esencial consultar con psicólogos y psiquiatras, que son los especialistas en ayudar en el proceso. Como un primer paliativo, sin tapar las emociones, sin ocultarlas, es importante encauzarla en algunas vías específicas:
1. Trabajar en elaborar el resentimiento
Dividamos, deconstruyamos esta palabra: re / senti / miento = volver a sentir la mentira. Como la indignación se basa en el sentimiento de que ese hecho sale al revés de lo que la persona considera justo, es importante encauzar el pensamiento rumiante de “ellos me hacen / me hicieron”, para empoderar a ese ser sintiente, y acompañarlo en la reconstrucción interna que necesita. Esto lo fortalecerá y le permitirá accionar con mayor asertividad frente a lo que deba procesar. En este punto, la activación de la llave interna para resignificar el sentido de la vida es la resiliencia, la capacidad humana de sobreponerse a enormes desafíos.
2. Ayudar a descomprimir las emociones, elaborando el posible anhelo de tomar revancha y venganza
Las emociones humanas disparan una multitud de manifestaciones. En este caso, si se siguen sumando las que llamamos negativas, se aumentará la cuota de dolor, pesadumbre, rencor y cualquier otro sentimiento que aparezca en lo consciente o a nivel inconsciente. Aquí es clave potenciar la fortaleza interna de la persona, y no sus debilidades.
3. Contribuir a evitar la resignación, apoyando en darle un nuevo sentido a la indignación
He trabajado con personas víctimas de casos de injusticia por diversos motivos, y lo que aquí comparto forma parte de esas experiencias reales. Cuando ese ser que sufre y está angustiado cae en la resignación, la persona se abandona y entra en un sinsentido de la vida. Su esperanza, entusiasmo y energía para sostener la rutina está tan colmada por la indignación que siente, que no tiene más fuerzas para seguir.
Aquí es conveniente plantear escenarios realistas y posibles para que -a la par de trabajar internamente- la persona pueda ir recobrando de a poco el sentido de su vida, e incluso de esa experiencia. Conozco varios ejemplos que sí lograron hacerlo con mucho esfuerzo y dedicación de su parte, y transmutaron lo negativo en obras que surgieron de los restos en que se habían convertido sus vidas.
Como vemos, quedará el sentimiento de dolor, quedan los rastros de la impotencia y, con mucho tiempo de elaboración y contención adecuada, se dará paso a un nuevo estadío de la indignación: el de encontrarle cierto sentido propio a esa experiencia. Quizás, en muchos casos, eso resulte en algo superador y enriquecedor para toda la sociedad, como en aquellas personas con las que tuve el honor de acompañar y aprender de su fortaleza cuando atravesaron casos de indignación y de injusticia extrema. Y salieron. Y aquí están haciendo lo que tienen que hacer en el día a día. De vuelta con la vida.
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