En ocasiones, las personas tendemos a ignorar la evidencia que se contradice con aquello en que creemos. Pero, ¿por qué es que a veces razonamos y dialogamos con la mente abierta, y otras veces nos encaprichamos solo con nuestra manera de entender al mundo? ¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando nuestras creencias son desafiadas? Si alguna vez sentiste cómo se te aceleraba el corazón al debatir con alguien, esta nota es para tí.
El “backfire effect”
Al discutir, a veces nos suben las palpitaciones, entramos en calor, y estamos seguros de que tenemos la razón. Esto se debe a un fenómeno psicológico del comportamiento humano llamado el “backfire effect”. El nombre hace alusión a un “tiro por la culata”: cuando intentamos persuadir a alguien que piensa distinto con evidencia, esa persona termina reafirmando aún más sus creencias. Los argumentos que creíamos que podrían persuadir al otro, terminan por lograr el efecto contrario.
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¿Qué sabemos de éste fenómeno?
Científicos del "Brain and Creativity Insitute" se propusieron estudiar qué ocurre en nuestro cerebro cuando cambiamos de opinión. Para el experimento, juntaron individuos con convicciones políticas fuertes. Antes de comenzar el estudio, se les preguntó qué tan de acuerdo estaban con ciertas temáticas, políticas o no: opiniones sobre decisiones y legislaciones políticas y sobre otras cuestiones más anecdóticas.
Para lo siguiente se necesitó de una tomografía por resonancia magnética. Dentro del tomógrafo, a los individuos se les mostró el testimonio con el que estaban de acuerdo, seguido de evidencia que contradice esa creencia. Por último, se les volvió a mencionar la primera creencia.
En las afirmaciones “anecdóticas”, que nada tenían que ver con convicciones políticas, los individuos tendieron a “aflojarse” y cambar de opinión. Pero en cuestiones vinculadas a lo político, no solo no cambiaron de opinión, sino que la creencia original se volvió más fuerte.
En los casos en los que los sujetos no cambiaron su opinión, las tomografías mostraron actividad cerebral en la amígdala, un área del cerebro que responde a las amenazas. También se activa la corteza insular, acelerando las palpitaciones. Esto indicaría que el cerebro percibe una amenaza física, una amenaza al cuerpo, de igual modo que una “amenaza intelectual”. Al escuchar evidencia que nos contradice, tendemos a sentir que nos atacan.
“La respuesta que aparece en tu cerebro es similar a lo que ocurriría si estuvieses caminando por un bosque y se te acerca un oso. La adrenalina aumenta, quieres correr o pelear y tu cuerpo se prepara para defenderse” explica Sarah Gimbel, una científica a cargo de la investigación. Nuestro cerebro no sabe distinguir entre un daño físico y uno mental y reacciona de igual modo. Mientras esto ocurre en nuestra mente, estamos menos predispuestos a cambiar de opinión, no importa qué argumento se nos presente.
Otros estudios posteriores mostraron individuos que sí cambiaron de opinión, pero siguieron manteniendo la misma actitud frente a una problemática. Por ejemplo, luego de exponerse a una serie de evidencias que desmiente que las vacunas causan autismo, un grupo de padres en contra de vacunar a sus hijos cambiaron de opinión en cuanto a la aparente causalidad entre vacunas y autismo.
Pero, mantuvieron su intención de no vacunar a sus hijos. La actitud sigue siendo la misma. Nuestras creencias están arraigadas a nuestros sentimientos, valores. Por ende, aunque a veces los datos pueden hacernos cambiar de opinión, nuestra actitud se mantiene igual. No cambia nuestra modo de percibir y entender al mundo.
Pero, ¿por qué nos sentimos amenazados?
Nuestras convicciones están muy arraigadas a nuestros valores y creencias más íntimas. Al ser puestas en duda, sentimos que es nuestra identidad lo que está siendo desafiado. También entra en juego la identidad grupal: las personas tendemos a desconfiar de los datos que se contradicen con las creencias de nuestro entorno. Somos más propensos a desconfiar y ser escépticos de la información que nos contradice, y tomamos con facilidad la evidencia que nos da la razón. Este sesgo se llama “escepticismo motivado”.
¿Cómo evitar caer en el "backfire effect"?
Si nuestros cerebros quieren "defenderse" de los datos que nos contradicen, dialogar con otro puede resultar muy difícil. ¿Qué hacemos entonces, con los políticos que ignoran la evidencia de que el cambio climático es producto del accionar humano? ¿O los individuos que descreen de la evidencia que indica que utilizar máscaras ayuda en la prevención de Covid-19? Cuando hablamos de problemas pertinentes a la salud pública, o al cuidado ambiental (entre otros), necesitamos de decisiones políticas que tomen en cuenta la mejor evidencia disponible.
Te compartimos una serie de consejos que creemos que pueden ser de utilidad al momento de dialogar:
- Desestigmatiza el error. Aprende a aceptar tus errores sin vergüenza. Cambiar de opinión y saber reconocer que estuvimos equivocados es el primer paso.
- Defínete por lo que haces y no por aquello en lo que crees. Si nos definimos por nuestras creencias, es probable que sintamos ese “ataque” a nuestra identidad al dialogar con alguien que piensa distinto.
- Dialoga con la intención de resolver un problema junto al otro. Si avasallamos al otro con argumentos y conclusiones que nos dan la razón, es probable que cada uno se encierre en su propia postura. Dialoga, en cambio, con la intención de solucionar algo en conjunto.
- No discutas sobre hechos, sino sobre maneras de entender al mundo. Nuestro cerebro no funciona de manera racional. No son los datos los que influencian nuestros valores, sino al revés. Las normas culturales de nuestra región y entorno forman nuestros valores, y mediante esos valores protegemos y justificamos nuestras creencias, eligiendo los datos en los que confiamos. Por eso, un dato por sí solo difícilmente logre cambiar nuestra visión del mundo.