No importa cómo escribís, importa para qué escribís. Contame, ¿para qué escribís? Vos, hoy, ¿para qué te sentás frente a una hoja en blanco? ¿Escribís para desenredar el caos emocional? ¿o lo haces para dejar en palabras la huella de tu caminar? ¿Para qué usas la mágica herramienta de la escritura?
Cuando volvemos a abrazar nuestro propósito real de la escritura, todas y cada una de las barreras mentales van cayendo una por una. Porque no importa cómo lo haces, lo importante es que lo hagas.
Creo firmemente que para aprender a escribir primero nos tenemos que permitir hacerlo. Permitir el error, el sinsentido, el mágico hilo perdido que nos abre a mundos desconocidos.
A escribir se empieza escribiendo y vamos a necesitar abrazar nuestro más sincero "para qué", para protegernos de nuestras inventadas limitaciones. Porque te puedo asegurar que, teniendo el propósito presente, el “cómo” es solo una excusa.
Muchas veces las trabas en la escritura aparecen cuando le damos demasiada importancia al cómo escribimos y dejamos de lado para qué lo hacemos. Es en ese olvido donde aparece nuestro famoso ruido interior, esa vocecita que juzga, que difama, que piensa en la mirada del otro y busca cumplir con estrictos requisitos.
Por eso, cuando ese momento aparezca y calle el fluir de nuestra expresión, tenemos que volver a abrazar el sentido vital de nuestro para qué escribimos.
¿Y vos, para qué escribís?
trabajar la Escritura emocional: 3 caminos creativos que te ayudarán
Hay 3 caminos que personalmente me ayudaron muchísimo a la hora de sentarme a escribir. Funcionaron como puentes para llegar a la emoción y poder darle rienda suelta a mi propia expresión. Estos son:
Reflexionar para sentir y luego escribir
El objetivo de este camino es elegir cualquier tema universal, cualquier tema que nos interese despertar para poder encontrarnos en su mirar y preguntarnos: ¿qué pienso con respecto a esto? ¿qué me enseñaron a pensar y cuál es hoy mi propia opinión?
Para que la reflexión funcione como puente a nuestro interior la tenemos que pasar por el gran filtro del sentir. Es en esta etapa cuando hacemos propias nuestras palabras y nos encontramos a nosotros mismos a través de ellas.
¿Dónde estoy yo dentro de esa reflexión? ¿Dónde está mi historia, mi voz, mi experiencia? ¿Qué siento con respecto a eso? ¿Qué me pasa? ¿Cómo lo vivo?
Que la reflexión sirva para mover algo dentro, para despertarlo, y el sentir para encontrarnos a nosotros mismos dentro de ese movimiento. La clave para que nuestras palabras reflejen nuestra propia historia es no escribir lo que pensamos sobre ese tema sino escribir lo que sentimos sobre ese tema.
Recordar para sentir y luego escribir
“Para sentirlas, tenemos que entrar en nuestro cuerpo y buscarlas”, decía Julia Cameron. Usar el recuerdo como fuente de inspiración es transformador. Es dejar que las palabras se escriban a través nuestro. Es darle lugar a lo que ya está escrito en nuestra historia y simplemente dejarlo salir en expresión.
Todas nuestras experiencias de vida tienen potencial creativo. Todas están empapadas de sentimientos, emociones, aprendizajes y quiebres internos que marcaron nuestra vida. Escribir desde el recuerdo sana. Hace eterno lo que alguna vez fue y nos regala la sabiduría de entender nuestro propio vivir.
Fluir para sentir y luego escribir
No tenemos que saber de qué escribir cuando nos sentamos a escribir. Podemos empezar a hacerlo y dejar que el tema aterrice disfrazado entre párrafos que creíamos sin sentido. Este último camino creativo nos invita a dejar correr nuestras palabras, a soltar el control, a liberar nuestra propia voz y a escribir desde un fluir interior.
Cuando logramos silenciar nuestra mente y nos entregamos al fluir de nuestra conciencia, aparecen cosas que jamás creímos que teníamos dentro. Cosas que querían ser expresadas pero las rejas de la mente no las dejaban salir.
Si soltamos el control y nos habilitamos el sin sentido, creamos una línea directa entre nuestro corazón y el papel. Salteamos las estructuras de la mente y sus voces que encierran nuestra expresión para sumergirnos en el propio fluir de nuestra escucha interior.