¿Sabías que algunas heridas de la infancia pueden tener mucha influencia en la persona que eres hoy? La psicología las explica, pues para sanar, primero hay que entender.
Lo que vivimos de niños afecta directamente al tipo de adultos en el que nos convertimos. Los psicólogos suelen asociar muchos de nuestros problemas a la forma en la que nuestros padres nos han criado.
Y lo cierto es que, si bien no son responsables de todo, sí es cierto que nuestra crianza tiene un fuerte impacto durante toda la vida. Así, algunas heridas de la infancia terminan siendo determinantes en nuestro desarrollo.
No son heridas físicas, incluso ni siquiera puntuales. Son las formas en las que nos mostraron el mundo, que nos marcaron para siempre.
La mejor forma de sanar es conociendo esas heridas de la infancia y aceptándolas.
1. Apego inseguro
Cuando somos pequeños, aprendemos a relacionarnos con otros en base a lo que hemos aprendido en casa. Por eso si, por ejemplo, hemos tenido una madre que no ha estado siempre presente o ha sido poco amorosa, eso deja una marca en nosotros.
Aprendemos que las relaciones son inseguras, que no siempre están, que en las relaciones nada es seguro. Así es que de adultos tememos relacionarnos con otros, desconfiamos, y nos cuesta más generar vínculos sanos.
El apego inseguro que aprendemos en la infancia puede perjudicar nuestras relaciones tanto románticas como de amistad.
2. Falta de desarrollo de la inteligencia emocional
Los juegos e interacciones didácticas de los primeros años de vida no sólo sirven para desarrollar la inteligencia intelectual y motriz. También es el momento en el que los niños empiezan a desarrollar la inteligencia emocional.
Por ejemplo, con gestos y palabras que los padres emplean para calmar al niño, cuando este está estresado o incómodo. A medida que los niños crecen, los padres también les enseñan a expresar sus emociones, nombrarlas y controlarlas.
Pero los niños que no reciben esta clase de aprendizaje, por culpa de padres ausentes o tóxicos, difícilmente sepan expresar y manejar sus emociones cuando crezcan. Nadie los ha calmado cuando se sentían tristes o desilusionados, nadie los ayudó a sobrellevar sus primeros fracasos.
Ese tipo de heridas de la infancia hace que los adultos luego tengan problemas para entender y expresar lo que sienten.
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3. Rechazo y desprestigio
La forma en la que un niño es tratado en su primera infancia determina en gran medida cómo se verá luego a sí mismo. Podría decirse que la forma en la que lo trata su entorno es como su primer espejo.
Por eso los niños que son rechazados, ignorados o desprestigiados de pequeños crecen con una gran herida que no pueden sanar. Siempre sentirán que, hagan lo que hagan, nunca será suficiente.
Así, crece el sentimiento de falta en estos niños, que siendo adultos seguirán portando una enorme inseguridad y falta de amor propio.
4. Falta de confianza
El crecer en un entorno violento, combativo y deshonesto hace que el niño pierda la confianza en el mundo. Imagina que un padre engaña deliberadamente a su hijo todo el tiempo y se mofa de él.
El niño, que necesita creer que el mundo es un lugar seguro, sólo aprenderá lo contrario: que necesita estar siempre a la defensiva. Crecer en un clima hostil, con padres o cuidadores en los que no se confía, marca una idea en el alma de que hay que cuidarse de los demás.
De adultos, estos niños serán la clase de persona que desconfía hasta de su sombra, y nunca pueden tener relaciones sólidas.
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¿Te sientes identificado con alguna de estas heridas de la infancia? ¿Has logrado sanarlas?
Fuentes: