La guerra en Ucrania ha desencadenado una avalancha de ayuda humanitaria sin precedentes: en Europa la gente acoge en sus hogares a los refugiados, se realizan donaciones desde todo el mundo y mucha gente se moviliza para ofrecer ayuda en las fronteras del país. La UE se comprometió a enviar al menos 500 millones de euros a Ucrania, y EE. UU., cerca de 12.000 millones de dólares.
El investigador estadounidense Paul Slovic ha estudiando la respuesta psicológica humana ante las crisis humanitarias durante más de 50 años. La labor de Slovic se centra en un concepto simple: cuando se trata de ayudar a personas que experimentan situaciones de crisis, no podemos confiar ciegamente en nuestras emociones. Si nos dejamos llevar por ellas, seremos víctimas de una especie de parálisis que nos lleva a no hacer nada.
Cuanta más gente muere, menos nos importa
A través de experimentos, Slovic descubrió que hay más probabilidad de que los seres humanos ayuden a una sola persona en lugar de a muchas, pero cuando la gente se da cuenta de que una víctima es solo una entre miles, la compasión comienza a desvanecerse.
Esto se observó en un estudio neurológico realizado por un equipo de investigadores en la Universidad de Lübeck, en el norte de Alemania. Los neurocientíficos trazaron un mapa central en el cerebro, donde está localizada la empatía humana, concretamente en la corteza prefrontal medial, en la corteza cingulada media y en la ínsula anterior bilateral.
Los 20 participantes en el estudio recibieron instrucciones de escuchar 20 noticias transmitidas por radio. Algunas de las historias eran trágicas y las otras no. Algunas afectaban a una sola persona, y otras, a muchas. Los científicos descubrieron que el área cerebral responsable de la empatía mostraba mucho más compromiso con las historias emocionales que afectaban a una única persona.
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Creemos que no podemos cambiar nada
Paul Slovic acuñó el término "pseudoineficacia", es decir, la falsa noción de que no podemos cambiar nada y, por lo tanto, no lo intentamos.
En un experimento, Slovic y su equipo presentaron a los participantes una historia sobre una niña pequeña que se estaba muriendo de hambre. Tenía un nombre, un rostro y vivía en un país determinado. La mitad de los participantes quiso donar dinero a una organización humanitaria para ayudarla.
La misma historia se presentó a otro grupo, pero incluyeron una estadística, donde se mencionó que hay millones de niños en la region, que también se mueren de hambre. Slovic afirmó que "pensamos que eso aumentaría la motivación para donar. Pero tuvo el efecto opuesto: las donaciones se redujeron casi a la mitad".
Un conocido "villano” como Putin ayuda a aumentar la empatía
Con respecto a la ola de ayuda humanitaria sin precedentes con Ucrania, los psicólogos creen que para que en los países occidentales ricos la gente empatice con el sufrimiento de los demás, debe haber una víctima clara y un agresor identificado, en este caso, el presidente ruso, Vladimir Putin. "Lo vemos en la televisión todos los días, lo conocemos, vemos su rostro. Sentimos que es un villano identificado, mientras que de los villanos en otros genocidios, nadie sabe sus nombres”, señaló el experto estadounidense.
El investigador también señala que el egoísmo también juega un papel relevante: "Sentimos que [Putin es] una amenaza para nosotros, mientras que no sentimos que los ataques contra los uigures, o los yazidíes, los rohinyá, o las personas en África, sean una amenaza directa para nosotros”.
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Es decir, que la proximidad de Ucrania a Europa es para las personas que viven en Europa o Estados Unidos un motivo para empatizar con las víctimas y para sentirse inclinadas a ayudar. A esa especie de simpatía por los refugiados ucranianos, en comparación con los afganos, se la conoce en psicología como "favoritismo endogrupal".
"No debería sorprendernos que el conflicto en Ucrania esté generando una movilización nunca vista en 160 años. No solo por la proximidad geográfica, sino porque los ucranianos son percibidos como similares a nosotros”, dijo a DW Jean Decety, neurocientífico de la Universidad de Chicago. Las personas se identifican mejor con otras que comparten su origen étnico, origen nacional, valores, normas sociales, religión, actitudes u objetivos políticos, afirmó Decety.
Esto también se ha podido demostrar al investigar el cerebro: en un estudio de 2009, los investigadores analizaron cómo participantes blancos reaccionaban ante los videos con personas de su propia raza, que experimentaban dolor, y a personas chinas, que también sufrían. Descubrieron que la capacidad neurológica de empatía de los participantes era mayor cuando veían imágenes de personas de su propia raza.
¿Qué podemos hacer para cambiar?
El psicólogo Mark Leary aseguró que nuestra reacción ante los miembros de nuestro grupo es comprensible desde un punto de vista emocional y psicológico, pero no significa que sea lógica.
Leary cree que la gente debería ser más imparcial con su ayuda, según dijo a DW. Por ejemplo, no debería importarle si los refugiados son culturamente parecidos o no; al fin y al cabo, son todos refugiados, que huyen traumatizados de un conflicto.
Por otra parte, Paul Slovic cree que deberíamos ser conscientes de que nuestro cerebro nos engaña, y que no se trata de un acto racional. Es decir, que sí podemos ayudar, aunque nuestro cerebro nos diga lo contrario, de una manera lógica y, desde luego, sí que podemos mejorar el mundo.
Fuente: DW