Tradicionalmente se ha entendido la alquimia como proceso mediante el cual estudiosos de todas las épocas han tratado de transformar el plomo en oro. Sin embargo, además de constituir la estructura sobre la que se sustentó la industria química y metalúrgica actual, detrás de este concepto subyace un significado mucho más profundo y personal que hace referencia a la psique humana y a la capacidad de transformación que poseemos cada uno de nosotros.
Cuando se habla de plomo, en realidad se refiere a una sustancia impura o sin valor, sin tener que ser ese metal en concreto. De la misma manera, cuando se refiere al oro, en realidad hace referencia a un metal noble, puro, valioso, no necesariamente a este mineral en particular. Para llevar a cabo el proceso de transformación se habla de algo llamado piedra filosofal que, como podemos imaginar a estas alturas, tampoco habla de forma concreta de piedra alguna; sino de una sustancia capaz de propiciar esta deseada transformación o transmutación. Como dijo el alquimista andalusí Artefius (
)aquel que quiera interpretar de acuerdo con el significado ordinario de las palabras lo que han escrito los otros alquimistas se perderá en los pasadizos de un laberinto de que nunca podrá salir(
) , es decir, quien no sea capaz de abstraerse a la terminología empleada no podrá comprender qué significa la alquimia en realidad.
Desde la antigüedad, el hombre ha perseguido el sueño de hallar la Piedra Filosofal, esa sustancia legendaria que se dice que es capaz de convertir el plomo en oro. ¿Y si esa Piedra Filosofal hubiese estado siempre en tu poder? ¿Y si ese oro estuviera accesible y esperando a que te decidas a transformarlo?
Partimos de la totalidad, aquel lugar que habitábamos antes de ocupar un cuerpo, donde no había limitaciones, miedos ni creencias, la naturaleza más pura y genuina. Con el tiempo y el desarrollo en una determinada cultura familiar y social hemos ido desarrollando la dualidad, poniéndonos barreras, limitando nuestro pensamiento a determinados circuitos. De este modo, cada uno de nosotros hemos creado una realidad particular donde conceptos abstractos e inventados como la soledad, el castigo o la culpa han tomado forma y adquirido vida. De esta manera, siguiendo con este lenguaje simbólico, podríamos decir que hemos ido degradando nuestra naturaleza pura y saludable, en una sustancia llena de impurezas; impurezas que veremos reflejadas en cada neurosis, cada sufrimiento y cada conflicto que experimentamos en nuestra realidad percibida.
Sin embargo, esto no refleja nada negativo, al contrario, vivir se considera precisamente el proceso alquímico donde tenemos la oportunidad de redescubrir lo que realmente somos. El objetivo de nuestra vida es el proceso en sí más que la recompensa final ya que, en realidad, los absolutos oro o plomo no existen, serían simplemente las polaridades, los extremos entre los que nos iremos moviendo a lo largo de nuestra experiencia vital. Controlar la alquimia se hace pues, la pieza clave para tener una vida equilibrada y coherente. Para facilitar y propiciar este proceso ya vimos que se hacía referencia a algo llamado piedra filosofal. Pues bien, algunos buscan esta herramienta fuera, en esta o aquella religión, filosofía o dogma, incluso en costumbres, lugares o rituales. Sin embargo, desde la Bioneuroemoción proponemos que la piedra es inherente a la naturaleza humana, tan solo hay que tomar conciencia de ella.
Nada externo a nosotros puede salvarnos, esto lo entenderemos al mismo tiempo que entendamos que nada externo a nosotros puede dañarnos. Esto es lo que se conoce como conciencia de unidad.
El proceso alquímico habla del proceso de individuación del ser humano, el que da paso al oro interior, el Ser completo. El plomo, pues, representa al ser humano en la etapa en la que el ego se hace dueño y protagonista central de la conciencia, el portador absoluto de la personalidad, olvidando la auténtica naturaleza del ser humano -la totalidad- simbolizada por el oro.
Nuestro cometido es llegar a nuestra esencia, y para ello es necesario echar una mirada a nuestra sombra, ninguna transformación es posible sin sacar a la luz lo guardado en la oscuridad. Con esto hacemos referencia a nuestras limitaciones, aquello que nos negamos y aquello que nos avergüenza. Esto sería un buen ejemplo de proceso alquímico en el desarrollo de la psique humana. Como si de una destilación se tratara, consistiría en desarrollar la capacidad para deshacernos de lo superficial y concentrarnos en lo esencial para, finalmente, ser capaces de integrar todos nuestros aspectos, en un proceso de disolución de persona y sombra que nos permitirá alcanzar nuestro máximo potencial. La Alquimia nos muestra simbólicamente el camino que invita al ser humano regresar a su auténtica naturaleza, la Conciencia de Unidad.
La Gran Obra no sólo se cumple en el interior del Atanor [horno alquímico],
es un viaje del espíritu,
un continuo interrogarse;
es el valor de aceptar las propias imperfecciones
para que se tomen surcos del perfecto sendero
que lleva a la pureza.
Nada acontece por casualidad;
cada cosa se vuelve visible
cuando es tiempo de que acontezca
y cada ficha del mosaico encontrará su justo lugar,
cuando ese espacio por colmar
este preparado para acogerla.
Joseph Cannillo.