Vivimos rodeados de una gran cantidad de condiciones que son facilitadores de nuestra vida diaria y no siempre somos conscientes de ello. Empezar a percibir este abanico de situaciones, que incluyen desde momentos; lugares; interacciones con otros; emociones y, hasta pensamientos y actitudes propios, es tomar dimensión del impacto que esto tiene en nuestro día a día en términos de bienestar.

Practicar la gratitud es una forma de conocernos a nosotros mismos. Agradecemos lo que es valioso e importante para nosotros. A partir de reconocer eso que valoramos, empezamos a estar más atentos y a identificar sutilezas que nos llevan a generar más de eso que queremos que prevalezca en nuestra vida. Nos damos cuenta que es posible involucrarnos a la hora de crear espacios y de tomar decisiones en función de lo que ahora identificamos es elemental para nuestra vida cotidiana.

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Al profundizar en autoconocimiento conectamos con nuestra autenticidad. Y desde ese lugar, nos relacionamos de una manera más saludable con el mundo del que somos parte. Iluminamos y ponemos en valor lo esencial, tomando acción en consonancia con eso que descubrimos es importante, mejorando así, el vínculo con nosotros mismos. Luego, y como consecuencia de este autodescubrimiento, establecemos vínculos de calidad con quienes nos rodeamos.

Solemos creer que encontraremos la gratitud y que nos sentiremos dichosos cuando: “obtengamos ese trabajo”; “nos graduemos”; “logremos el objetivo”; “cuando se cumpla nuestro proyecto”; “cuando consigamos tener esa relación”; y muchas otras situaciones más. Ponemos el foco en una expectativa como si fuera la garantía de un bienestar asegurado. Lo cierto es que no sabemos cómo serán los resultados ni cómo nos sentiremos ni quiénes estaremos siendo cuando llegue ese momento “anhelado”.

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Entonces, de alguna forma, quedamos en stand by y nos olvidamos de estar en el presente; con la experiencia directa que nos regala infinidad de momentos y nos invita a reconocer que las gratificaciones se encuentran en lo cotidiano.

Es por eso que para tomar contacto con la emoción de la gratitud es imprescindible ejercitarla diariamente. Existen diferentes formas de hacerlo: llevar un registro por escrito; hacer pausas activas en medio del día para expresar en voz alta aquello por lo que nos sentimos agradecidos; realizar meditaciones de gratitud, entre otras. La opción va a variar de acuerdo a lo que mejor se adecúe y sea funcional para cada persona.

Los beneficios que trae la práctica de la gratitud son muchos y están relacionados directamente con abrir la puerta al bienestar en nuestro día a día. Asimismo, la práctica diaria genera un efecto en el mediano y largo plazo: nos comprometemos a que se convierta en una forma de vida, enfocándonos en crear oportunidades a la vez que fortalecemos nuestra capacidad de resiliencia en momentos de dificultades.

Comparto algunos de los beneficios que devienen de practicar la gratitud:

- Ejercitar el autoconocimiento: nos hacemos protagonistas y elegimos conscientemente.

- Anclar valores: reconocer lo esencial se convierte en el norte que nos aporta visibilidad y claridad a la hora de tomar decisiones.

- Cultivar la autenticidad y priorizar: en función de lo que identificamos es importante y nos genera bienestar.

- Ser congruente: ¿mi accionar es consecuente con lo que creo es esencial para mí? ¿lo que estoy haciendo hoy refleja mis valores?

- Estar presente: cuando reconocemos que estamos rodeados de aquello que tiene un valor especial para nosotros, logramos conectar con el momento; con la persona; con el lugar; atendiendo al momento presente y conectando, a su vez, con el disfrute.

- Gestionar emociones: nos enfocamos en ser parte y generar espacios que elevan nuestra energía, motivación e inspiración.

- Fortalecer la resiliencia: conocer qué es lo que nos genera gratificación es elemental para atravesar y sostenernos en momentos difíciles. No se trata de negar sino de poder integrar lo incómodo con lo que sí hay; con lo que sí contamos para encontrar un equilibro.

- Desarrollar la autocompasión: cuando se presentan circunstancias en nuestra vida que preferiríamos no experimentar, practicar la gratitud significa tomar perspectiva para poder observar con ojos más amorosos lo que acontece, acompañándonos de forma saludable.

- Sonreír más: estamos atentos a sutilezas que son las que justamente hacen a la grandeza de la vida.

- Visualizarnos desde la abundancia: posicionarnos ante la vida con una mirada enfocada en la creación de oportunidades; vibrar en esa sintonía para generar (y atraer) más de eso que nos hace bien.

Al final de cuentas, practicar la gratitud es un poderoso ejercicio de autoconocimiento y una fuente inagotable de aprendizaje, conexión y crecimiento personal. El resultado de esta práctica se ve reflejado cuando nos vemos a nosotros mismos generando posibilidades y siendo creativos a la hora de responder, comprometiéndonos en una búsqueda constante a la hora de crear el bienestar que necesitamos para vivir una vida más plena.

¿Listo para comenzar con la práctica?