Desde hace un año, Andrea Ixchíu Hernández sueña con volver a ver el bosque templado de Totonicapán, en Guatemala.
“Me despierto e imagino que pronto volveré a mi tierra”, dice la joven indígena k’iche maya quien en 2021 se vio obligada a dejar su hogar, ante las amenazas contra su vida.
La lideresa de 35 años ha denunciado la precarización de los servicios de salud, alimentación y vulneración a los territorios ancestrales de los indígenas durante la actual presidencia de Alejandro Giammattei.
Aún en el exilio, continúa defendiendo las formas de vida de los pueblos indígenas
En la actualidad es uno de los rostros visibles de Futuros Indígenas, colectivo en el que jóvenes de Mesoamérica plantean soluciones ante el cambio climático.
La historia de activismo y protección del territorio indígena de Andrea Ixchíu Hernández inició cuando tenía nueve años, al formarse como comunicadora comunitaria en la iglesia de su localidad.
En su adolescencia se hizo amante del rock y comenzó su labor como promotora cultural, pero esto la hizo blanco de críticas pues le reprochaban su acercamiento al mundo occidental.
La música —explica— la llevó a conocer la lucha por el territorio y eso la hizo defensora del medio ambiente.
La joven indígena ha soportado campañas de desprestigio y persecución judicial en Guatemala.
Desde su exilio en Ciudad de México, Ixchíu Hernández habla con Mongabay Latam de su esperanza de volver a su territorio para encontrarse con sus abuelos, quienes son representados en su cultura como los venados protectores del bosque.
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—En los últimos diez años, 1733 defensores ambientales fueron asesinados en el mundo. Latinoamérica registra la mayor cantidad de casos con el 68 % y el 39 % de esta cifra de muertes eran de indígenas. ¿Qué es lo que usted defiende?
—La vida y la posibilidad de la vida en diversidad. Defiendo mi bosque, la posibilidad de que siga existiendo lejos de las mineras y las madereras que lo ven como dinero.
Defiendo mi bosque porque está vivo, porque si no fuera que está vivo nosotros no existiéramos.
Defiendo también el derecho de otras personas a cuidar su tierra y defenderse, defiendo el derecho de alzar nuestra voz y contar nuestras historias, porque [como indígenas] hemos sido silenciados largamente.
—¿Qué es lo que hacen diferente los jóvenes indígenas defensores a lo que hacen los mayores?
—Estamos aprendiendo, ahí vamos caminando y también enfrentándonos a las contradicciones que implica este mundo globalizado. A diferencia de nuestros abuelos, nosotros vivimos niveles de contaminación terribles, estrés, deterioro en la calidad de vida, falta de acceso al trabajo.
Hoy los jóvenes tienen que migrar para trabajar, estamos viviendo las consecuencias de un modelo que ha tratado a los pueblos con desprecio, pero también hay resistencia para quedarnos en nuestros territorios y seguir viviendo en ellos.
—¿Qué amenazas enfrentan los jóvenes defensores indígenas por proteger el territorio?
—Hay muchas. La primera gran amenaza es la precarización de la vida. Muchos jóvenes no pueden involucrarse en procesos organizativos, porque no hay para comer y están más preocupados en ganarse el pan y ayudar a la familia que en pensar en otra cosa.
Hay un proyecto político diseñado para desarticular la participación y la organización de los pueblos indígenas, por eso el gobierno ancestral de muchos pueblos tiene dificultades de participación de los jóvenes. También está la reconfiguración del crimen.
Para muchos jóvenes indígenas la presencia del crimen organizado en territorios es una cotidianidad. Hay un asedio de los grupos criminales, las pandillas, del narcotráfico y sus formas de control territorial. Además, están la violencia del Estado y el extractivismo.
—Estas amenazas, legales e ilegales, han generado violencia contra las comunidades y destrucción de bosques. ¿Cómo considera el papel que juegan los gobiernos de Latinoamérica en esta crisis climática? ¿Cumplen su rol de luchar contra la ilegalidad y consulta previa para el desarrollo de proyectos?
—El gobierno de Guatemala y algunos gobiernos latinoamericanos son los principales operadores de un modelo económico que favorece al extractivismo y nos despoja [a los indígenas] de nuestro territorio.
No vemos que los gobiernos incorporen medidas que escuchen las necesidades de nuestros pueblos respecto al cuidado de la naturaleza, por el contrario, hay procesos amañados de consulta para imponer megaproyectos.
Se afanan en dar concesiones de grandes extensiones de tierras a empresas mineras, eléctricas, madereras o industriales para el monocultivo, la expansión de la palma aceitera o frutas exóticas para la exportación. Lamentablemente en el contexto de crisis climática solo agravan la situación.
—Usted, junto con una delegación de jóvenes líderes indígenas, participó en la COP27. ¿Cuál es su balance?
—Hay presión de los movimientos indígenas para que se escuchen las demandas directas de los pueblos. Sin embargo, eso no ha sido posible.
En la COP27, la conversación se centró en presionar para crear un mecanismo de financiamiento de pérdidas y daños para los países más vulnerados por los efectos de la crisis climática.
Estamos reclamando a las grandes corporaciones y sobre todo a los países más ricos que reparen los daños causados.
Esta fue una conversación complicada y muy técnica a la que solo se accedió en cierto idioma y jerga técnica de las Naciones Unidas, eso limita mucho la participación de los pueblos indígenas.
Y aunque los pueblos mandemos a nuestros mejores técnicos a debatir, nuestras voces no llegan a la toma de decisiones. En esos espacios se sientan los dueños de las corporaciones, los presidentes y los ministros a tomar decisiones, no son mecanismos democráticos.
—¿Y cómo interpreta esto?
—Es un tema de discriminación estructural. No hay un reconocimiento de los pueblos y nacionalidades indígenas como sujetas plenas de derecho y condición de igualdad, seguimos siendo vistas como comunidades tuteladas por el estado, que no tienen agenda propia.
- Usted ha dicho que el tema de los bonos de carbono también es perjudicial para la lucha contra el calentamiento global, ¿por qué?
—El dinero no va a solucionar los problemas del capitalismo y el extractivismo, lamentablemente. Lo que se necesita son acciones concretas de respeto del territorio.
Investigaciones científicas dicen que el 80 % de la biodiversidad que le queda al planeta está en territorios de pueblos indígenas, hay una muestra muy contundente de que la forma de vida de los pueblos no destruye.
Ahí en estos territorios, como el mío, hay sistemas ancestrales y comunitarios de cuidado de bosque, agricultura familiar, economías circulares, gobierno comunitario y cuidado de la tierra que, a pesar del asedio y la violencia, estamos resistiendo.
La medida más afirmativa para frenar la crisis climática es dejar de destruir nuestros territorios [indígenas], transformar radicalmente la matriz energética y eliminar estilos de vida insostenibles para la tierra.
—¿Cree que a los indígenas que cuidan sus territorios y mantienen los bosques, al final están haciéndolos responsables de la contaminación que hacen unos pocos países?
—Sí. Por ejemplo, Oxfam explica que el 1 % de los ricos del mundo contaminan más que la mitad de los pobres del mundo. Te imaginas esa desproporcionalidad, es incomprensible que nos quieran cargar a todos la misma responsabilidad. Por eso, la insistencia es que la responsabilidad sea proporcional a los privilegios.
A los pueblos indígenas se nos carga la mano con el cuidado de la tierra, de los bosques, pero los contaminantes están subiéndose a sus jets a cada cinco minutos para moverse de un lugar a otro.
Hay quienes deben transformar esos hábitos porque son responsables de esa catástrofe mundial.
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—La Red Futuros Indígenas señala que los “saberes ancestrales son agua que apaga la fiebre de la madre tierra”. ¿Cuáles son las soluciones que plantean ante la actual crisis climática?
—Nací y crecí en un pueblo donde la gestión del agua es colectiva, donde se toma el agua que se necesita para la comunidad y la vida.
Es una labor comunitaria […] para el bien común. [Es un servicio] colectivo y no privado solo para el que tiene dinero porque los pueblos vemos al agua como alguien vivo, no como un recurso a explotar.
Otro saber que no le es reconocido a los pueblos indígenas es el de los sistemas de alimentación, como el sistema milpa maya, que es la diversificación de los cultivos en una misma tierra. En la actualidad este sistema alimenta a más de la mitad de la población.
—¿La voz de los pueblos es escuchada en la discusión de la crisis climática actual?
—No. Los estados en Latinoamérica no funcionan en relación al bien común, ni para los pueblos indígenas ni para los no indígenas. Hay una razón histórica y estructural del porqué los pueblos somos tratados como personas de segunda clase.
—¿Y la voz de los jóvenes?
—No. Ese es un reto grande. Los jóvenes estamos haciendo esfuerzos para asumir espacios en nuestras comunidades, en nuestros países para que se escuchen nuestras voces.
—Usted es una joven lideresa indígena de Mesoamérica. ¿Considera que se invisibiliza su labor al ser una indígena maya y no una indígena amazónica?
—Estamos luchando. Sí es importante reconocer el arduo trabajo de las comunidades y pueblos amazónicos para poner en agenda global de la crisis climática, la importancia de la Amazonía como sistema vivo para la sobrevivencia de la humanidad entera.
Y desde ahí, los de Mesoamérica nos alzamos en el llamado de los pueblos amazónicos para reconocer que la Amazonía es el corazón de nuestra vida. […] El destino de la humanidad está muy ligado al destino de la Amazonía. Los pueblos mayas tenemos esa conciencia: la Amazonía es una gran madre.
—¿En unos años ve a los jóvenes indígenas como futuros líderes políticos que tomen decisiones en las acciones contra el cambio climático?
—Veo a varios hermanos ocupando puestos políticos. [En la actualidad] están con mucho compromiso tratando de abrir puertas para que se escuche la voz y las demandas de los pueblos, pero no es fácil. Veo el relevo generacional y sé que va a continuar la lucha de muchos indígenas en esos espacios para que se nos respete.
Fuente: Mongabay