A lo largo de millones de años, y al igual que la naturaleza de la que formamos parte, los hombres hemos ido evolucionando tanto física como mentalmente hasta llegar a ser quienes somos hoy. En ese proceso, los cambios se han hecho visibles en nuestro cuerpo, en el lenguaje, en nuestras habilidades e incluso en los hábitos más cotidianos.
Sin embargo, algunas partes de nuestro cuerpo, como el dedo meñique del pie, el coxis, las muelas de juicio, el apéndice, los músculos del pabellón auditivo, o el pliegue de piel sobre el lagrimar, son vestigios de la evolución con los que aun contamos, aunque ya no cumplen una función tan importante como lo hacían miles de años atrás.
Éste es el caso del Palmaris longus, un tendón que se ubica en la muñeca entre dos músculos flexores (carpi radialis y carpi ulnaris) y que se encontraba más desarrollado en nuestros antepasados, ya que facilitaba la locomoción arborícola, es decir, la habilidad de trepar. Por eso, es más extenso en los primates, como los lemures, y más corto o inexistente en los humanos y simios.
Como las personas ya no trepamos a los árboles como una actividad diaria o de supervivencia, ese tendón ha perdido su función. Actualmente, solo entre un 10 y un 15% de las personas no lo poseen y es probable que en millones de años ningún ser humano lo tenga, si la raza aun sobrevive.
En esta nota podrás comprobar si llevas en tu cuerpo la huella de millones de años de evolución.
Cómo comprobarlo
Si colocas tu brazo con la palma hacia arriba y unes el pulgar con el meñique, inclinando ligeramente la muñeca hacia arriba, podrás ver sobresalir (o no) el tendón en tu brazo, como una linea oblicua que va desde la parte de la palma pegada al dedo pulgar, hacia el centro del brazo.
Si aun lo tienes (ya sea en uno o ambos brazos), llevas en tu cuerpo un rasgo que te une a miles de años de evolución humana. Si no lo tienes, estás entre el 15% que ya no cuenta con él, y podrías llamarte "un evolucionado".
En el siguiente video (en inglés) podrás ver cómo hacer esta prueba que nos recuerda que llevamos en nuestras células, una historia de millones de años que continuará avanzando a lo largo de las próximas generaciones.