Por Ignacio J. Molina Pineda de las Infantas, Universidad de Granada
Las redes sociales se han hecho eco ampliamente de la posibilidad de que la administración de vitamina D pudiera ser un factor fundamental en el tratamiento y prevención de COVID-19. Estos mensajes han sido promovidos por algunos profesionales italianos y españoles, basándose en observaciones personales no suficientemente contrastadas. Pero ¿qué hay de verdad en ello?
¿Qué es la vitamina D?
Las vitaminas son sustancias esenciales para las funciones del organismo, pero que no somos capaces de sintetizar y por tanto deben ser obtenidas a partir de la dieta. La vitamina D pertenece al grupo de vitaminas liposolubles (solubles en grasas) y, en consecuencia, su absorción va a ser semejante a la del resto de las grasas.
El precursor de la vitamina D está presente en pescados azules, mariscos, huevos y lácteos, aunque también puede producirse en la piel tras la exposición solar. Esta molécula (inactiva) debe transformarse en el hígado a 25-hidroxi-vitamina D, que es también inactiva. Eso implica que aún debe sufrir una segunda transformación en el riñón a 1,25-dihidroxi-vitamina D, que es la que finalmente es activa. La vitamina D resulta esencial para que funcionen correctamente los mecanismos de absorción del calcio y para que este mineral se fije a los huesos.
La vitamina D y el sistema inmunitario
Más allá de su importante papel en el metabolismo óseo, la vitamina D es muy relevante en el sistema inmunitario. La deficiencia de vitamina D, especialmente durante la etapa infantil, predispone al desarrollo de enfermedades autoinmunes, tales como la esclerosis múltiple, la artritis reumatoide o el lupus eritematoso diseminado.
¿Por qué? Por un lado porque esta vitamina disminuye la función de los linfocitos B y T, que son los responsables de la inmunidad específica, incluyendo la disminución de mediadores proinflamatorios de interés en la enfermedad. Pero, simultáneamente, potencia la actividad de la inmunidad inespecífica. Por tanto, mantener unos correctos niveles de vitamina D contribuye al correcto balance y funcionamiento del sistema inmunitario.
A pesar de nuestro clima soleado, los niveles de vitamina D en los españoles se encuentran a menudo bajos, especialmente en invierno. ¿Significa eso que deberíamos suplementar nuestra dieta con vitamina D para protegernos de enfermedades respiratorias?
Los suplementos de vitamina D protegen moderadamente de sufrir infecciones respiratorias
Para responder a esta pregunta se han realizado varios ensayos clínicos. La conclusión global es que la suplementación de vitamina D protege moderadamente de sufrir infecciones respiratorias. Con un matiz importante: lo hace únicamente en aquellas personas que partían de una profunda deficiencia de vitamina D y que recibían este suplemento a dosis bajas y de manera continuada.
Eso significa que no todas las personas se beneficiarían de este factor protector. Por lo tanto, una suplementación generalizada con vitamina D no estaría justificada. Es más, si se alcanzasen niveles altos de la vitamina podrían llegar a tener efectos adversos.
El déficit de vitamina D en pacientes críticos
Los pacientes críticos frecuentemente presentan niveles muy disminuidos de vitamina D, por lo que hace un tiempo se propuso administrarla a pacientes ingresados en las Unidades de Cuidados Intensivos, ya que esta deficiencia se asociaba a casos de peor pronóstico y mayor mortalidad. Los resultados de los ensayos clínicos que se realizaron fueron desalentadores, ya que mostraban que la suplementación no alteraba la evolución de estos pacientes. Ni tampoco su tasa de mortalidad.
Otro estudio muy reciente nos explica por qué ocurre esto. Resulta que los pacientes suplementados con vitamina D elevan la concentración en sangre de 25-hidroxi-vitamina D (que, recordemos, es inactiva). Pero se muestran incapaces de aumentar los niveles de 1,25-dihidroxi-vitamina D, la que realmente es activa. En consecuencia, no se modifican ni el metabolismo del hueso ni la inmunidad.
La conclusión es que de nada sirve administrar la vitamina inactiva a pacientes de UCI si esta no puede ser transformada en el riñón, por razones que no conocemos aún pero que quizá tengan que ver con una respuesta adaptativa al estado general de gravedad crítica. Malas noticias, pues.
Vitamina D y COVID-19
A pesar de que se ha asumido que la vitamina D está disminuida en pacientes con COVID-19, la realidad es que este hecho no se ha recogido fehacientemente en ninguna publicación científica hasta la fecha. Pero, incluso si se confirmara y efectivamente fuera así, es de esperar que los pacientes con COVID-19 tendrían las mismas características que los pacientes críticos anteriormente comentados. Es decir, que su suplementación masiva probablemente tampoco mejoraría la evolución clínica.
¿Y qué hay de su consumo para prevenir la infección? Debemos recordar que su efecto protector estaría ligado a casos puntuales en los que existiera una significativa deficiencia previa. Esos pacientes necesitarían una administración continuada a bajas dosis. Por tanto, la mejor prevención es mantener nuestros niveles óptimos de manera natural, a través de una alimentación variada y exposición moderada al sol, especialmente en invierno.
El peligro de las redes sociales
La pandemia del COVID-19 es la primera que vivimos con las redes sociales en plena ebullición. Esto ha hecho que observaciones clínicas aisladas hayan tenido un profundo impacto en la población, que vive con ansiedad la búsqueda de tratamientos eficaces, incluyendo medicamentos milagrosos claramente fraudulentos.
La difusión de nuevas aproximaciones de terapéuticas debe ser examinada, contrastada y validada por la comunidad científica, y no por redes sociales en vídeos de tres minutos. Aún cuando sean promovidas por bienintencionados profesionales. Los potenciales efectos indeseados derivados de la automedicación, incluyendo vitaminas, hacen que se ponga en riesgo a la población de una manera innecesaria.
Ignacio J. Molina Pineda de las Infantas, Catedrático de Inmunología, Centro de Investigación Biomédica, Universidad de Granada
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.