Los estudios científicos estiman que cada persona tiene unos 60.000 pensamientos al día. De ese número, más del 70% son pensamientos negativos, repetitivos o fijados en situaciones del pasado. Como este proceso es automático e inconsciente, no nos damos cuenta del peso que tienen dentro de la forma en que diseñamos la realidad.
Se ha dicho que un pensamiento negativo necesita de, al menos, 33 pensamientos positivos para neutralizarse. Es decir que por cada vez que piensas en negativo, necesitarás contrarrestar eso más de treinta veces utilizando un pensamiento de signo positivo.
Como podemos deducir, esta enorme cantidad de procesamiento de pensamientos negativos altera la posibilidad de vivir una realidad mejor, porque todo lo que pensamos, decimos hacia fuera y hacia dentro nuestro, todas las ideas en nuestra cabeza van creando estados de consciencia. Y esos estados de consciencia se manifiestan luego en la realidad. Somos lo que pensamos y lo que creemos. En lo que creo es en lo que me convierto.
La buena noticia es que podemos entrenarnos para crear mayor cantidad de pensamientos constructivos, lo que determinará que, en el tiempo, la vida será más llevadera, optimista de una forma realista, y, a la vez, tendremos más asertividad para afrontar los problemas.
La diferencia entre hechos, interpretaciones y juicios
Los seres humanos vivimos poniéndole etiquetas, calificaciones y juicios a casi todas las cosas. Lo hacemos en forma automática con nosotros mismos y con los demás.
Aquí aparece una distinción fundamental, que es la diferencia entre los hechos, las interpretaciones y los juicios.
Un hecho es cualquier evento que se pueda comprobar percibiéndolo a través de los sentidos. Podemos verificarlo, es objetivo; no depende de la persona/sujeto que lo observa.
En las interpretaciones, aquí aparece cierta distorsión, ya que es ese sujeto el que filtra un hecho de cualquier tipo, lo traduce a sus códigos de experiencia de vida (cómo creció, sus aprendizajes, cómo relaciona esto que sucede con hechos del pasado, etcétera), y de ahí hace una interpretación. Ésta no es el hecho puro y neutral, sino que ya está aderezado de sus propias consideraciones, valores, creencias. Y opiniones: es justo en este punto donde aparecen los juicios.
Un juicio es una interpretación valorativa acerca de algo, en el que la persona hace un dictamen de acuerdo con su propia visión. Es decir que asume una postura de calificar o descalificar. Como los juicios son como las narices y todos tenemos veredictos distintos, es una función del procesamiento de la información que distorsiona la realidad ya que se basa en configuraciones propias de la persona: no es el “hecho en sí”, sino lo que la persona “piensa que es ese hecho” de acuerdo con su propia óptica.
Por lo general, la mayoría de las personas tienden a hacer juicios de valor descalificativos sobre las personas, cosas y situaciones.
Algo tan sencillo como definir todo como “me gusta – no me gusta”, “está bien – no está bien”, “debería ser así – no debería ser así”, etc., coloca a la persona en una falsa situación de poder, ya que de esa manera “piensa” que puede cambiar o modificar el curso de las cosas.
Desde una perspectiva de desarrollo de habilidades para el trabajo y la vida personal, los juicios abren o cierran posibilidades. Si las abren, no hay inconveniente. El problema es cuando las cierran; cuando son juicios que destruyen o desvalorizan y no ayudan a mejorar.
Una experiencia personal
Me he formado en entrenamientos de más de ochocientas horas para dedicarme a mi labor como máster coach ejecutivo y de equipos, con cuatro corrientes distintas de coaching, facilitación de procesos de cambio, team building, cultura organizacional y otras disciplinas. Cierta vez hicimos un ejercicio muy simple y revelador: consistía en levantar la mano cada vez que detectaba un juicio en mi cerebro. Me llamó mucho la atención la cantidad de veces por minuto que, estando en un entorno de aprendizaje vivencial, me lo pasaba levantando la mano casi permanentemente.
El objetivo era tomar consciencia en forma tangible de la cantidad de juicios que convivían en mi cabeza y de los que no era consciente (acerca de mí, los demás, el lugar, la realidad, las emociones y todo lo que se te ocurra).
Desde entonces (hace 30 años) trabajo a diario en ejercitar diariamente las herramientas que enseño: en mi caso no transmito nada que no haya experimentado previamente; es decir que no me baso en el conocimiento académico adquirido, sino en la experiencia práctica de todas y cada una de las herramientas que comparto.
Los peligros de confundir hechos con interpretaciones y juicios
1. Emitir opiniones como verdades absolutas: el resultado es que tu mente cerrada te impide ver más allá y considerar otros puntos de vista.
2. Estar muy pendiente de interpretaciones o juicios de los demás acerca nuestro. Si lo haces, estás entregando tu libertad y poder personal, prestando más atención a esas voces externas (el ‘debería’ que muchas veces has escuchado de otros) más que a tus propias emociones.
3. Dejarte influir por las opiniones ajenas: anulas tu posibilidad de pensamiento crítico propio, ya que crees todo lo que dicen los demás acerca de cualquier cosa, y piensas que es tu propia opinión. Observa si estás de acuerdo (o no) con eso. Utiliza tu discernimiento. Te verías como un bebé comiendo la papilla que te dan, sin cuestionarte en nada lo que recibes.
4. Confundir emitir juicios con “soy una persona muy sincera y frontal”. Cuidado: hacerlo trae sus consecuencias. Por lo general, detrás de esto hay un juicio letal hacia algo o alguien. Y eso no es ser sincero: es estar asumiendo el rol de juez con verdad absoluta.
5. No hay juicios ni interpretaciones verdaderas o falsas: sólo se validan mediante la fundamentación; se llaman juicios fundados. Es un proceso necesario para abrir o cerrar oportunidades. Si el juicio que se emite es a modo evaluativo y proyecta opciones positivas a futuro, no hay problema con eso. Para tener en cuenta si se quiere lograr este efecto virtuoso: tiene que quedar muy en claro la acción concreta futura; que esté claro desde qué lugar la persona formula ese juicio; qué tipo de argumentaciones y afirmaciones lo sostienen; y que abra soluciones. En caso de no responder a todas estas variables, es un juicio infundado y limitativo, por no decir perjudicial. Este es el que hace el 70% del tiempo la mayoría de las personas.
6. Vivir haciendo juicios en forma automática y permanente te limita. Básicamente porque no permites que tu procesamiento de pensamiento evolucione hacia algo superador, e impides que integre lo nuevo: otros puntos de vista. Esto incluye tus paradigmas, esas creencias muy arraigadas dentro tuyo que, de tan fijadas que están, no te animas a desafiarlas, por más que sabes que ya no te funcionan.
Para concluir, tres puntos esenciales para que superes la tendencia a malinterpretar o a hacer juicios sobre todas las cosas (ya sabemos que ver los hechos tal cual son es un proceso objetivo que no encierra problema alguno):
- Trabaja sobre tus creencias limitantes y observa cómo éstas determinan tu realidad. Suelta esas anclas conceptuales y emocionales.
- Sé consciente y un observador permanente de la cantidad de juicios que emites diariamente. Empieza a re-encauzar esa energía abriendo panoramas, y no cerrándolos con tus juicios de mirada obtusa.
- Aprende que la transformación es un proceso que no se logra de un día para otro, sino a través del trabajo continuo y la vigilancia eterna (un concepto que practico permanentemente).