De acuerdo con el diccionario, la palabra “sustentabilidad” es un adjetivo utilizado para describir el consumo de recursos tal que estos no se desaparezcan en el tiempo. Por ende, una lógica de sustentabilidad ambiental significa consumir lo suficiente como para que “no desaparezca el ambiente” o también podríamos decir que la sustentabilidad social implica que la gente está “presionada/estresada” pero cuidando que “no deje de funcionar, explote o se rebele contra el sistema”.
La sustentabilidad posee en su misma descripción una lógica extractiva, que toma lo suficiente para que lo que queda “aguante” y así disponga de resto para el futuro. Una lógica de “rompamos un poquito y dejemos para que resista”, un abordaje que piensa que siempre estaremos igual o peor, pero “sosteniendo” lo que queda.
Por eso es que digo que la sustentabilidad ha muerto o, mejor dicho, debiese morir como concepto para nuestra relación con el ambiente y la sociedad si es que queremos habitar nuestro planeta de mejor manera. Y entonces, ¿hacia qué debemos apuntar nuestros esfuerzos para mejorar el mundo en el que vivimos? Sin lugar a dudas, a la regeneración.
¿Y qué significa regeneración? La regeneración es el restaurar o reparar algo. ¿Y qué es lo que debemos regenerar? Basados en los datos disponibles actualmente es vital que trabajemos la regeneración en diversos aspectos que engloban todo nuestro quehacer diario. El primero que se nos suele venir a la mente es la regeneración ambiental, a la ya conocida carrera contra el aumento de no más de 1,5°C por los efectos de calentamiento global provocados por el efecto invernadero, pero no es el único.
También nos urge ver la manera de regenerar biodiversidad, disminuir la generación de residuos y reducir la acidificación de océanos, por solo mencionar algunos. Pero la regeneración no debe detenerse ahí, la regeneración también debe ser social, comenzando por revisar cómo estamos viviendo en las comunidades que habitamos.
Hemos construido mega urbes que nos han llevado a la impersonalización, a desconectarnos de nuestros barrios y de los espacios de construcción de comunidad. Las tiendas locales van siendo reemplazadas por grandes centros comerciales y los clubes deportivos de barrio van desapareciendo en pos de grandes cadenas de gimnasios. La participación en las comunidades escolares y en las de copropietarios de edificios y condominios es cada vez menor y, en caso de existir, se han tornado cada vez más agresivas y sus participantes bregan por imponer sus pensamientos y forma de hacer las cosas quitando el foco del bien común.
Incluso, la comunidad más pequeña y cercana de la que participamos, que es la familia, muchas veces ha perdido peso en relación a otras actividades que realizamos como el trabajo, los tiempos de transporte, la distracción personal u otros estilos de vida que hemos adoptado y que nos quitan el espacio de fortalecer estos vínculos. La degradación social tiene menos indicadores y menos prensa que la ambiental, pero está en una situación igual de crítica.
Por último, el tercer tipo de regeneración que estamos necesitando y que también impacta sobre las dos anteriormente mencionadas, es la regeneración personal o espiritual. Nadie lo quiso así pero el mundo nos ha llevado a que nos vayamos convirtiendo en seres individualistas que persiguen patrones que nos entreguen bienestar y una supuesta felicidad a largo plazo. El problema es que, muchas veces, en esa búsqueda de felicidad nos mareamos y confundimos en lo que realmente nos hace feliz.
El bombardeo de publicidad nos hace creer que mientras no seamos los más atractivos, no vayamos al destino turístico más exótico o no nos vistamos a la moda no podremos llegar a la felicidad. Nos sentimos cada vez más vacíos e intentamos llenarnos con objetos, experiencias superficiales y reconocimiento social de otros a través de redes sociales.
Es paradójico que en el momento de mayor bienestar material de la humanidad las tasas de suicidio según la OMS han aumentado en un 60% en los últimos 45 años, es decir que existen 800.000 personas anualmente que deciden que no vale la pena seguir viviendo. Peor aún, es que si uno analiza los rankings se impresiona en ver que en muchas situaciones son países de altos niveles de desarrollo económico los que están en los primeros puestos.
Todo esto puede sonar desalentador y abrumar en una primera instancia, pero lo importante es hacer que estas alertas nos lleven a la acción. ¿Por dónde comenzamos? En mi opinión debemos comenzar nuestro trabajo regenerativo (o reconstructivo si se prefiere) por nosotros mismos. Los humanos somos la primera pieza de una comunidad. Si la sociedad fuera un edificio el humano sería el ladrillo. Si en este edificio tenemos algunos ladrillos que no están del todo bien, el edificio de todas maneras podrá aguantar, pero si son muchos los que no lo están, el edificio terminará por colapsar.
Si tenemos una sociedad sana, donde las relaciones entre las personas son virtuosas, existe un sentido de comunidad y vive la preocupación por el otro; el cuidado por el ambiente será una consecuencia natural. No podemos querer y cuidar a otros si no nos queremos a nosotros mismos. No podremos regenerar el ambiente si no nos regeneramos como sociedad. Mi recomendación es comenzar por observarnos, reflexionar y analizar qué es lo que nos hace profundamente felices, qué nos gustaría dejar a la sociedad y/o a la comunidad cercana y cómo nos gustaría que fuera el mundo en el futuro.
Quizás, una de las herramientas más potentes de las que disponemos es ejercitar mediante el siguiente pensamiento: “Si muriera mañana, ¿estaría tranquilo y feliz con el camino que recorrí?”. Sí es importante evitar abordar esta pregunta desde el punto de vista de si logré o no todas las metas que me propuse (normalmente ese camino lleva a la frustración). Por el contrario, es muy potente si se lo enfoca en relación a si es que las decisiones que tomé iban en dirección al logro de mi propósito superior, alineadas con mi esencia, valores y deseos más profundos en relación a mi ideal de vida.
Que esto no se malentienda y se piense que mientras no estemos 100% conformes y “regenerados” individualmente no podemos avanzar en la mejora de los aspectos sociales o ambientales. Las crisis sociales y ambientales no pueden esperar tanto tiempo: nos quedan 10 años críticos para mejorar la situación en relación al calentamiento global, según la ONU. Este es un camino de ida y vuelta, un camino circular, constante y en varios frentes simultáneos, por lo que mientras avanzamos en el camino de reconstruir nuestro espíritu debemos a la vez avanzar en los otros.
Esta trágica epidemia mundial que está generando pérdidas de vidas y complicaciones a muchas personas tanto para hoy como para el futuro también abre una ventana, una oportunidad para repensar quiénes queremos ser nosotros, cómo queremos relacionarnos con el otro y con el ambiente que nos rodea.