No hay duda de que estamos en una crisis difícil de administrar. Seguramente esta etapa será estudiada con atención, para analizar las consecuencias sociales, culturales y comportamentales que se deriven de ella.
Una situación extraordinaria nos “atropelló” sin capacidad de haberlo previsto. Todo se ha modificado aceleradamente, tenemos la sensación de haber quedado fuera del orden habitual. Horarios, rutinas y hábitos se han alterado, y buscamos formas para adaptarnos a esta situación incierta que nos obliga a aprender sobre la marcha.
Tal vez Zygmunt Bauman nos diría que estamos en una sociedad líquida que se ha visto obligada a profundizar el estado de transformación en forma inesperada. Un mundo que ha ingresado en una suerte de interregno, una etapa social en la que no sabemos cómo actuar y en qué posición ubicarnos para avanzar hacia un futuro que ya llegó.
Si lo relacionamos con los cambios de paradigmas, podríamos aplicar la regla formulada por Thomas Kuhn, quien en su libro La estructura de las revoluciones científicas deja en claro que, cuando cambiamos un paradigma, todo vuelve a cero. Profundo enunciado que nos lleva a pensar que, al salir de una zona conocida o de confort, todo será nuevo y desconocido para nosotros: todo volverá a cero.
En algunos esto puede producir inestabilidad y pánico; en otros, genera el entusiasmo de ingresar a una fascinante etapa de aprendizaje y superación.
Mientras escribo, recuerdo las épocas en que, viviendo en la provincia de Misiones (Argentina), me gustaba practicar natación en ríos caudalosos. Para enfrentar los desafíos que planteaban las corrientes rápidas, veteranos nadadores que solían acompañarme me enseñaron que la forma más segura y efectiva de superar esa contingencia era dejarme llevar por la fuerza de la corriente y no gastar mis energías en una lucha desigual.
Así, aprendí a relajarme y, sin miedo, tratar de recuperar energías y flotar, hasta que ese río que no conseguía vencer me acercara a la costa, transformándose en un vehículo aliado y no en un enemigo.
La experiencia se repitió más de una vez y me permitió comprobar que, si me entregaba al pánico, esa fuerte emoción eclipsaba mi mente y me impedía usar la razón para tomar las mejores decisiones. Más tarde, aplicando técnicas y conceptos provenientes de antiguas filosofías, aprendí cómo administrar de manera más consciente la relación entre la mente y las emociones.
En esta etapa que estamos atravesando, considero fundamental aplicar entre otras, algunas de las enseñanzas que me dejaron los ríos misioneros: abandonar las durezas y tratar de ser más flexibles, adaptables, creativos, colaborativos, solidarios, prudentes y tolerantes.
Podemos ejercitarlo desde ahora, al finalizar esta lectura. Mira a tu alrededor y, si pasas la cuarentena con otras personas, aprovecha este tiempo diferente para acercarte, para conectarte desde lo profundo, para generar aquella conversación que tienes postergada porque no había tiempo; para jugar en grupo, conectándote desde lo lúdico, o realizar una tarea que habitualmente no realizabas, y así poner en marcha ese espíritu solidario que necesitamos reforzar.
Y si estás solo, comunícate de alguna forma, on line o por cualquiera de las posibilidades que nos brinda la tecnología, con algunas de esas personas que integran nuestra historia y que hace tiempo no frecuentamos.
Desearía que, cuando esta etapa sea estudiada como un hecho histórico, se pueda constatar que al retornar de la pandemia la especie humana se distinguió por haberse tornado más colaborativa y solidaria. Observo a mi nietita Emi, de apenas tres años, y guardo esa esperanza.