Esta es la historia de un adolescente que era muy intolerante y a menudo actuaba en forma agresiva con los demás.

Su padre, preocupado, decidió hablar con el filósofo del pueblo para encontrar alguna manera de ayudarlo. El anciano lo escuchó, cerró los ojos y permaneció un tiempo concentrado y en silencio.

Finalmente abrió los ojos y con expresión serena le dijo: “Su hijo es un buen joven, se impacienta porque quiere que el mundo se ajuste a sus deseos y reacciona con desesperación. Proyecta sus fantasías y se exaspera porque no se cumplen. No aprendió que la paciencia es una poderosa energía que se debe administrar. Habrá que darle una tarea que lo haga reflexionar en sus momentos de enojo.” Y, seguidamente, le explicó lo que debía hacerse.

Siguiendo las instrucciones del anciano filósofo, el hombre regresó a su casa, llamó al hijo y le entregó una bolsa con clavos y un martillo. Ante la sorpresa del joven, lo miró a los ojos y le dijo que iba a ayudarlo a superar sus crisis de enojo. Para ello, cada vez que comenzara a impacientarse debía ir a su dormitorio y clavar uno de los clavos detrás de la puerta.

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Ante la firmeza del padre, el joven aceptó seguir sus indicaciones. El primer día clavó veinte clavos. No era fácil, dado que se trataba de una antigua y pesada puerta de madera y los clavos eran largos y gruesos.

En los días siguientes, cada vez que sentía un brote de impaciencia y enojo, pensaba en el trabajo que debería realizar para clavar los clavos y de inmediato disminuía la intensidad de su emoción, y su consecuente reacción. Además, empezó a percibir que se sentía mejor y que sus amigos se acercaban nuevamente a él a medida que los trataba con amabilidad.

Finalmente llegó el día en que no tuvo que clavar ningún clavo y empezó a disfrutar del cambio. Con entusiasmo, decidió contarle al padre lo que había ocurrido. El hombre lo escuchó, lo miró con ternura y le dijo que la tarea no había finalizado. Siempre con voz firme, le dio las siguientes instrucciones: a partir de ese momento, cada día que no tuviera reacciones agresivas debería retirar uno de los clavos que antes había colocado en la puerta.

Los días fueron pasando hasta que el joven logró retirar el último de los clavos. Sosteniéndolo en la mano, con orgullo corrió a contarle la novedad a su padre, quien escuchó su relato y lo condujo hasta la puerta en la cual se observaban las marcas dejadas por los clavos.

— Hijo, trabajaste duro, lo veo reflejado en la cantidad de marcas que hay en la puerta… Como te darás cuenta, nunca será la misma. Las cicatrices no se irán. El anciano filósofo a quien pedí consejo para ayudarte me indicó que, cuando hubieras retirado el último de los clavos, te dijera que:

La paciencia no es solo saber esperar, es el modo en que actuamos mientras transcurre ese tiempo.

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¿Habías considerado alguna vez como nuestras actitudes repercuten en nuestra vida? El autoconocimiento y una actitud reflexiva son claves para llevarnos hacia adelante ¿Que opinas? ¡Cuéntanos tu opinión en los comentarios!