Todos vivimos insertos en culturas que ejercen fuerte influencia al momento de pensar, interpretar e incluso juzgar actitudes, situaciones y comportamientos. Este proceso, que debiera estar menos ligado a condicionamientos automáticos y analizarse a partir de un razonamiento amplio y prudente, nos lleva a cometer injusticias que no siempre percibimos, incluso naturalizándolas como correctas, porque corresponden al comportamiento de la mayoría.
Este mecanismo es consecuencia de varios factores, pero tal vez lo más destacable sea descubrir que estamos instalados en la subjetividad.
La cultura occidental, en general, se ha convencido de que es la opción cultural que está más cerca de entender las cosas como verdaderamente son. Se trata de un razonamiento peligroso, porque ubica en un lugar de clara inferioridad a personas, grupos y culturas que tienen otras opiniones u otras maneras de ver el mundo.
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Ese pensamiento omnipotente convence al que lo esgrime de que su propia interpretación es una verdad eterna y absoluta, y por lo tanto no solo vencerá el paso del tiempo sino que incluso se impondrá sobre las demás.
Aquí es donde esa creencia empieza a mostrar que tiene una frágil realidad, ya que todo cambia y está afectado por la finitud. Me gusta pensar la finitud como la vida, el trayecto que va desde la vida hasta la muerte. La vida anclada en el tiempo y a la vez entregada a un proceso de constante transformación.
En contrapartida con la adhesión a verdades absolutas, aparece el relativismo como un concepto que entiende todas las afirmaciones como verdades probables y relativas, en función de las creencias y el entendimiento que posee quien las enuncia, de acuerdo a su condición social, género, lugar de residencia, etnia, religión, etc.
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En una etapa de veloz transformación como la que estamos transitando, donde la incertidumbre es parte de lo cotidiano, tenemos una oportunidad histórica y positiva para revisar nuestras actitudes y someter a un proceso de análisis, sin temor, nuestros juicios a otras maneras de ser y vivir. Recordemos que la llamada verdad depende o está en relación con el sujeto que la experimenta y en consecuencia la expresa.
El hinduismo ortodoxo es un ejemplo interesante para analizar. Constituye un movimiento cultural milenario, que se fundamenta en seis filosofías: Sámkhya, Yôga, Vêdánta, Púrva Mimansa, Nyáya y Vaishêsika, a las cuales se denomina en sánscrito darshanas o puntos de vista. Son filosofías y escuelas de pensamiento que ven la vida y sus fenómenos desde diferentes prismas de observación y aceptan el debate, en lugar de valerse de un dogma incuestionable que lo impide.
Como escuché decir a un estudioso de esta tradición cultural, el hinduismo no se propone enseñar una supuesta verdad; por el contrario, pretende que cada hindú encuentre su propia verdad. Este relativismo implícito puede servirnos de comparación con otras formas diferentes y menos tolerantes de pararse ante el mundo.