Por María Gabriela Ensinck*
Ante la irrupción del nuevo coronavirus, el mundo entró en pausa. Y en un primer momento se notaron efectos “benéficos” en el ambiente, como la reducción temporaria de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que cayeron a un mínimo histórico en la primera semana de abril, debido a las medidas de confinamiento generalizadas.
Pero estos efectos son temporarios. Además, como contrapartida, aumentó el uso de elementos desechables contaminantes y en muchas ciudades se paralizó la recuperación de materiales reciclables, al tiempo que se intensificó el uso de autos particulares en detrimento del transporte público.
La pandemia también puso en jaque al paradigma económico dominante, basado en la explotación de los recursos naturales y las personas, y la acumulación de ganancias siderales en manos de unos pocos. Y sumió a la economía global en una nueva recesión.
Pero la reactivación económica en la post pandemia no debe lograrse a costa de aumentar la contaminación y las emisiones de gases de invernadero, o se correrá el riesgo de caer en una crisis climática y ecosistémica mucho más compleja que la provocada por un virus.
Para evitar el colapso, es preciso cambiar las formas de producción y consumo hacia modelos más sustentables, que satisfagan las necesidades actuales sin comprometer las de generaciones futuras.
Esta transformación, lejos de implicar un freno al crecimiento económico y el bienestar, presenta una oportunidad para el desarrollo con equidad y la generación de nuevos empleos verdes en América latina, la región más rica y diversa en recursos naturales y humanos, pero también la más desigual.
Las tecnologías para lograrlo ya están disponibles. Las energías renovables, por caso, son más costo-eficientes que las de origen fósil y además impulsan el crecimiento del empleo y las inversiones en la región. Hay nuevos biomateriales, que utilizan insumos naturales y reciclables, reemplazan a materiales convencionales (como el plástico) que resultan contaminantes.
La revolución digital y las plataformas como Uber, Airbnb, los portales de comercio electrónico, las criptomonedas, las redes sociales y soluciones innovadoras como los “bancos de horas”, están empoderando a los ciudadanos y los convierten en prosumidores.
A su vez, las interacciones entre nanotecnología, inteligencia artificial, robótica y otras innovaciones están produciendo nuevos materiales inteligentes, sistemas de energía y remediación de la contaminación ambiental.
La transformación del actual modelo lineal de extracción de recursos naturales, producción, consumo y descarte hacia un modelo de economía circular donde los materiales se reaprovechan y vuelven a insertarse en el sistema productivo, tiene efectos positivos en la economía, el ambiente y la inclusión social.
Pero el cambio no sólo está en manos de los gobiernos, empresas y grandes líderes, sino también en nuestra casa, nuestra mesa y en decisiones simples y cotidianas a la hora de comprar, alimentarnos, transportarnos, vestirnos o vacacionar.
En todo el mundo, organizaciones campesinas alzan su voz en defensa de los recursos naturales. Y movimientos urbanos que promueven una vida sustentable los apoyan. A ellos se suman grupos de jóvenes liderados por la adolescente sueca Greta Thunberg -creadora del movimiento “Fridays for Future” (viernes por el futuro)- quienes exigen a las autoridades políticas ocuparse ya mismo de la emergencia climática.
Las acciones aisladas no pueden salvar al planeta, pero sumadas, hacen la diferencia.
* María Gabriela Ensinck es periodista especializada en ciencia, ambiente y negocios. Autora de: “Economía Verde. Innovación y Sustentabilidad en América latina" (Editorial Almaluz).