Puerto Berrío es un pueblo de pescadores y comerciantes que viven a orillas del río Magdalena, en el departamento de Antioquia. Ocho horas separan a Bogotá, la capital de Colombia, de este municipio. Mongabay Latam llegó hasta ahí en compañía de Fernando Arbeález y Santiago Rosado, de la Fundación Biodiversa Colombia, y el herpetólogo Esteban Betancourt, para conocer una de las zonas mejor conservadas de bosque húmedo tropical del Magdalena Medio: la Reserva Biológica El Silencio, un espacio de 2800 hectáreas, de las cuales 1900 tienen árboles que han sido conservados, restaurados y reforestados por un grupo de campesinos, pescadores y científicos durante los últimos 11 años.
El Silencio está en el municipio de Yondó, Antioquía, pero para llegar a ella hay que partir de Puerto Berrío y recorrer el río Magdalena. Bajo el fuerte sol y la humedad que pesa en la ropa, se navegan 40 kilómetros río abajo hasta llegar a la Ciénaga de Barbacoas. Aquí, el paisaje degradado del Magdalena Medio cambia por completo. Ya no hay pastizales ni ganado y la vegetación y los árboles se condensan en pequeñas islas flotantes. A lo lejos se escuchan los pescadores de la comunidad de Barbacoas, quienes viven a los lados de la ciénaga.
Tras 30 minutos de navegación por este complejo de bosques y ciénagas —hogar de especies en riesgo de extinción como el paujil de pico azul (Crax alberti), la tortuga del río Magdalena (Podocnemis lewyana), el jaguar (Panthera onca) y la danta (Tapirus terrestres)— aparece un cartel en tierra firme que indica que se ha llegado a la reserva El Silencio.
Se descargan las maletas y la comida, y de inmediato inicia el recorrido en una Ranger polaris que la organización no gubernamental American Bird Conservancy donó a la Fundación Biodiversa Colombia para cargar materiales y hacer monitoreo. Fernando Arbeláez, director de la fundación y quien va manejando, no esconde su felicidad, dice que nunca antes había sido tan fácil ir hacia El Silencio, porque en invierno es típico que los vehículos queden enterrados en las trochas.
Como el carro es pequeño y sin vidrios, se puede apreciar el imponente bosque. En medio de árboles que miden entre 15 y 20 metros de altura, aparece una casa de madera con paredes de anjeos. Es la principal estación de la reserva, donde el sonido de las aves y los monos aulladores dan siempre la bienvenida.
¿Cómo proteger lo que queda del bosque húmedo?
En el 2006, los biólogos colombianos Isabel Melo y José Ochoa llegaron a la Ciénaga de Barbacoas para estudiar las poblaciones del paujil de pico azul. Aunque era muy común la tala de árboles como el abarco (Cariniana pyriformis) y el cedro (Cedrela odorata), catalogados como Casi Amenazados y Vulnerables a nivel global, identificaron que esta ave, a pesar de las amenazas que enfrenta, estaba muy bien conservada en la región. Para mantener intacto su hábitat y detener la tala para la extracción de maderas finas, decidieron crear la Fundación Biodiversa Colombia.
Para esa misma época, iniciaron una relación muy cercana con la comunidad de Bocas de Barbacoas, zona rural de Yondó, Antioquia, que vive de la pesca artesanal. “En el caso de los dueños de las grandes fincas, nos pidieron que les ayudáramos a hacer el plan de manejo de sus tierras, porque querían declarar algunos de sus bosques como reservas de la sociedad civil. Eso nos permitió ganarnos su confianza e iniciar un trabajo de conservación y educación ambiental, tanto con los dueños como con sus trabajadores, que hasta hoy se mantiene”, asegura Arbeláez.
En el 2012, una familia ganadera decidió vender algunas de sus tierras y fue allí cuando vieron la oportunidad de establecer una “base operativa” en la zona. Con la cooperación de la UICN Holanda compraron 70 hectáreas de bosque para garantizar su conservación y 45 hectáreas de potreros para restauración. Así nació la Reserva Biológica El Silencio, un espacio en el que no solo desarrollan trabajo de conservación y monitoreo de bosques y humedales, sino que también funciona como un epicentro educativo y turístico.
“Allí empezamos todo el proceso de cómo recuperar este tipo de ecosistema [bosque húmedo] tan degradado por la ganadería extensiva, porque nuestro objetivo era encontrar la forma de replicar este trabajo en más predios, algo que ya estamos logrando”, dice Arbeláez.
Y es que, pese a que en 1993 Colombia contaba con 415 000 kilómetros cuadrados de selva húmeda, que equivalían al 36,5 % del territorio nacional, según el biólogo Andrés Etter en el libro Diversidad Ecosistémica en Colombia, los bosques húmedos del valle medio del río Magdalena son considerados por los expertos como uno de los ecosistemas más amenazados y menos protegidos del país.
“Excluyendo los humedales, su área original de cerca de 14 000 kilómetros cuadrados ha sido severamente reducida al 10‐15 %, debido a la rápida expansión de la agricultura y de la ganadería extensiva; además de la minería, la explotación maderera y la extracción de petróleo”, indica el Plan de Manejo Ambiental del Complejo Cenagoso de Barbacoas.
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Además de la gravedad de estas cifras, la preocupación por conservar y conectar estos bosques también provino de un estudio de imágenes multitemporales que la fundación realizó en el 2011. Allí identificaron que la tasa de deforestación en el 2010 había sido la más alta de la historia en la región: en el 2005 se perdieron 382 hectáreas de bosque, pero en el 2010 se registraron 466. “Decidimos que teníamos que enfocar toda nuestra capacidad en salvar este lugar”, asegura Arbeláez.
Desde ese momento empezó su búsqueda de cooperación. A su idea de conservación se vincularon organizaciones como Fundación Natura y WCS Colombia, que enfocaron su estrategia en vincular a la comunidad local con la protección del bosque y las ciénagas. Uno de esos primeros trabajos en conjunto se dio entre el 2014 y el 2021, cuando ganaderos y pescadores firmaron acuerdos de conservación dentro del proyecto Vida Silvestre gerenciado por WCS Colombia y apoyado por la Fundación Biodiversa Colombia.
La comunidad se comprometió a monitorear el paujil de pico azul, a través de cámaras trampa, y se firmaron acuerdos de conservación con cuatro familias dueñas de grandes predios que iban desde las 3000 a las 10 000 hectáreas.
El segundo proyecto que llegó a la comunidad de Barbacoas, por medio de la Fundación Biodiversa Colombia, fue el proyecto GEF Magdalena Cauca Vive de la Fundación Natura, implementado por el Banco Interamericano de Desarrollo y financiado por el Fondo Mundial del Medio Ambiente. Según Juan Carlos Alonso, biólogo marino y jefe del Proyecto Conservación de la Biodiversidad de la Cuenca Magdalena-Cauca de la Fundación Natura, “desde el 2017 hasta el 2022, realizamos actividades de restauración ecológica y fortalecimiento de capacidades de las comunidades, lo que impulsó el empoderamiento no sólo de los líderes sino también de las mujeres quienes fortalecieron sus sistemas productivos.
Además, por primera vez la comunidad recibió recursos con la creación de cuatro viveros [de donde obtienen las plántulas que luego son usadas para la restauración tanto en la Reserva El Silencio como en los alrededores de la Ciénaga de Barbacoas]”.
Hortensia Romaña, exrepresentante de la Junta de Acción Comunal de Bocas de Barbacoas, explica que “este proyecto nos impulsó a crear nuestro propio vivero, y cuando llegan proyectos a la zona con la idea de reforestar, pues somos nosotras las que les vendemos. En este momento les estamos vendiendo a la Fundación Biodiversa Colombia, nos están pagando 7000 pesos [1,4 dólares] por árbol sembrado y monitoreado. Este mes se sembraron 430 árboles, pero la idea es llegar a 5000 este 2023”.
Para Arbeláez, este proyecto GEF de Natura les permitió ir más allá de implementar acciones de conservación, ya que lograron canalizar recursos para implementar un sistema de aguas limpias para la comunidad. “Por primera vez en 20 años Bocas de Barbacoas tuvo agua limpia en sus casas, porque antes tomaban agua de la quebrada. Esto significó mucho para nosotros, porque nos interesa que estos procesos de conservación sirvan para mejorar las condiciones de vida de la comunidad. Si la comunidad está bien, pues hay menos presión en los recursos naturales y nos ven como aliados y no como enemigos”.
Una escuela de guardabosques
En la Reserva El Silencio hay siete guardabosques. Uno de ellos, Luis Felipe Aragón Pérez, ha vivido en esta zona desde hace 24 años. Su historia es justamente el ejemplo de cómo, al consolidar una buena relación entre técnicos y campesinos, es posible disminuir las presiones a los ecosistemas.
Aragón cuenta que dejó la caza y la tala de árboles para convertirse en un defensor del bosque. “Hace unos años don Fernando se dio cuenta que yo había entrado a la reserva a cortar un palito, y él muy decente me dijo que eso no se podía hacer, porque era un lugar de conservación privado, que teníamos que cuidar esos bosques. A mí me dio mucha vergüenza, sabía que él tenía razón y no lo volví a hacer. Luego, cuando mi patrón vendió la finca en donde trabajaba, don Fernando me dijo que trabajara con él, que necesitaban un guardabosque. Yo no sabía qué era eso pero hoy ya he aprendido mucho sobre los animalitos y de este bosque que tenemos”, relata.
Luis Felipe Aragón también se encarga de hacer monitoreo de fauna con el acompañamiento de Santiago Rosado, quien además de ser el coordinador del Plan de Manejo de la Reserva El Silencio, realiza el registro fotográfico de las especies que observa y las publica en sus redes sociales para divulgar la riqueza del Magdalena Medio que muchos desconocen.
Para Rosado, también es muy importante unir el conocimiento que tienen los guardabosques del territorio con el conocimiento científico de la fundación. “Tres veces a la semana, los guardabosques realizan recorridos de vigilancia, prevención y patrullaje por los diferentes sectores de El Silencio. Durante esos recorridos, ellos hacen los registros de fauna en la aplicación Smart Conservation, un software que se diseñó específicamente para la reserva, y en el que todo queda registrado. Básicamente puedes ver qué distancia se recorre, cuántas horas de patrullaje se hicieron en el mes y cuántos registros se dieron. Toda esta información la usamos para tomar decisiones sobre el manejo de la reserva”, asegura Rosado.
Así han logrado identificar que El Silencio es hogar de 15 especies de aves, siendo el paujil de pico azul la más representativa, y 20 especies diferentes de mamíferos incluyendo el jaguar, el puma y la danta. En los patrullajes también han registrado algunas poblaciones de monos aulladores (Alouatta seniculus) y monos araña café (Ateles hybridus).
“La información que recolectan los guardabosques se complementa con el monitoreo que se hace con las cámaras trampa. Además, también contamos con diferentes profesionales, como ornitólogos y herpetólogos que nos visitan y que con sus monitoreos nos ayudan a ampliar nuestro inventario biológico”, agrega Rosado.
Durante la visita de Mongabay Latam a la Reserva El Silencio, el herpetólogo Esteban Betancourt lideró una pequeña expedición nocturna por el bosque que duró dos horas y donde se repetían constantemente los nombres científicos de algunas ranas diminutas, algunas de colores llamativos y otras casi imposibles de ver.
Ciénaga de Barbacoas: un área regional protegida
La Reserva El Silencio es como una especie de escudo protector de los bosques húmedos del Magdalena Medio, también lo es para la Ciénaga de Barbacoas, un complejo de humedales del que no solo dependen las familias pescadoras, sino también varias especies de flora y fauna amenazadas. Por eso, al mismo tiempo que la Fundación Biodiversa Colombia avanzaba en acciones de conservación y restauración del bosque con la comunidad, en 2017 también impulsaron, junto con otras organizaciones como The Nature Conservancy (TNC), Naturaleza y Cultura Internacional (NCI), Corantioquia y Cormagdalena, la declaratoria de la Ciénaga de Barbacoas como un área protegida bajo la figura de Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI).
Según Luis Guillermo Marín, ingeniero forestal de Corantioquia, la declaratoria se dio en el marco del cumplimiento del Convenio de Diversidad Biológica. Los países que firmaron este convenio, como Colombia, tienen el compromiso de incrementar sus áreas protegidas. En este caso, la autoridad ambiental de la región (Corantioquia), hizo una evaluación de los ecosistemas estratégicos entre páramos, bosques secos y humedales del departamento y fue allí cuando, con la autorización del Ministerio de Ambiente, eligieron proteger el complejo de humedales de Barbacoas.
“En alianza con organizaciones como la Fundación Biodiversa Colombia empezamos a construir los estudios técnicos y jurídicos para declarar 32 000 hectáreas que abarcan dos ciénagas, algunas fincas que todavía realizan actividades ganaderas y la Reserva El Silencio”, señala Marín.
A diferencia de las áreas protegidas como los Parques Nacionales, este DRMI sigue siendo privado, pero se generan una serie de restricciones con base en un plan de manejo que aún no ha sido aprobado, pero que Marín asegura está por pasar a revisión con las comunidades.
Este plan establece unas zonas para la conservación, otras áreas para restauración y otras para la producción sostenible. “Sabemos que hay que intentar conectar los bosques que quedan, y mientras se termina de pulir el plan de manejo y se aprueba, estamos encaminando nuestras acciones de reforestación en la Reserva El Silencio y en los predios de los vecinos para conectar fragmentos de bosque”, dice Arbeláez, director de la Fundación Biodiversa Colombia, quien colaboró en la construcción de este plan.
Si bien la declaratoria del DRMI ha creado un acuerdo de conservación con la comunidad, también es una ventana para que la Fundación Biodiversa Colombia atraiga recursos que permitan la conservación. Por ejemplo, hoy están implementando un proyecto con inteligencia artificial para proteger de la deforestación a la Ciénaga de Barbacoas. Esta acción, que se realiza gracias a un convenio entre Huawei, la Vicepresidencia de Colombia y el Instituto Alexander von Humboldt, consiste en instalar 13 dispositivos que están hechos con teléfonos celulares reciclados y a los que les han adaptado micrófonos y paneles solares. Según la página de la empresa que los fabrica, Rainforest Connection, estos dispositivos captan el sonido de las motosierras y utilizan un software de análisis de datos, que envía una alerta de lo que está ocurriendo.
“La idea de este piloto es monitorear la efectividad de estos aparatos para prevenir la deforestación o para emitir alertas tempranas de deforestación. Inicialmente, las alertas nos llegan a nosotros para que les digamos a los guardabosques y ellos vayan y hagan una inspección. Pero, eventualmente, la idea es hablar con autoridades ambientales como Corantioquia, para que ellos se involucren en el proyecto y sean los destinatarios finales de las alertas. Esto es muy importante, porque podríamos detener el daño. Algo muy diferente a lo que hace Global Forest Watch, que envía la alerta cuando ya se ha quemado el bosque”, explica Arbeláez.
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Conservación, un trabajo constante
El recorrido por la reserva El Silencio inició un viernes y terminó un domingo, justo cuando Arbeláez tuvo una reunión con la comunidad de Bocas de Barbacoas. Y es que dentro de la reserva todo funciona sin mayores contratiempos pero, por fuera, aún hay muchos campesinos y ganaderos que siguen realizando actividades que atentan contra el bosque y la ciénaga. En la reunión, en la que estaban alrededor de 25 personas, se habló de algunos ganaderos que seguían metiendo ganado a la ciénaga, a pesar de que está prohibido en este DMRI. También hablaron de casos en los que algunas personas siguen quemando el bosque.
Luego de escuchar a Arbeláez, todos los presentes se comprometieron a seguir protegiendo la ciénaga y sus bosques. Para el experto, esa capacidad de generar consensos es una de las cosas más difíciles de lograr y requiere de mucho tiempo y confianza por parte de la comunidad.
Para él, es importante que los vean como una fundación que busca el bienestar de la comunidad y no solo la protección ambiental. Cuando se le pregunta por el futuro de la fundación, no duda en decir que su siguiente paso es buscar recursos para construir una escuela para los niños de la comunidad Bocas de Barbacoas. “La más cercana queda en el corregimiento de Santa Clara, a 40 minutos, y muchos niños prefieren no asistir. Este espacio nos permitirá involucrarnos en la educación de los niños e incluir todo el componente ambiental, conformar grupos de observación de aves y eventualmente, grupos de guardabosques comunitarios que serán los encargados de la protección de la reserva”, concluye Arbeláez.