Sólo el año pasado, las catástrofes causaron la pérdida de unas 10.000 vidas humanas y más de 280.000 millones de dólares en daños en todo el mundo.
“En el terremoto de Haití, al menos 2.200 personas perdieron la vida, 60.000 casas fueron destruidas y 76.000 resultaron dañadas”, dice a DW Liliana Narváez experta del Instituto de Medio Ambiente de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU-EHS, por sus siglas en inglés).
Estos no son los únicos episodios que han causado muerte y destrucción en la región. “Entre 2000 y 2019, 152 millones de personas en Latinoamérica fueron afectadas por desastres, convirtiéndo a la región en la segunda más propensa en el mundo ante este tipo de eventos”, apunta, mencionando datos de Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios.
A las consecuencias de los propios desastres, se les agrega la interrelación entre los mismos.
El informe ‘Riesgos de desastres interconectados 2021/2022’ publicado por UNU-EHS, recoge una decena de ellos, sucedidos entre febrero de 2021 y febrero de 2022, representativos de un problema global.
“Al analizar y comparar diferentes tipos de eventos localizados en distintas partes del mundo, encontramos diversos tipos de interconexiones a nivel de causas de origen”, explica Narváez, apuntando a la ola de calor en Canadá (British Columbia) y a las inundaciones en Nigeria (Lagos).
Aunque son “dos tipos de eventos muy diferentes, ambos comparten lo que llamamos “insuficiente gobernanza del riesgo”, aclara.
Aunque esa situación parezca lejana, no es así.
“La ola de calor en Buenos Aires en enero tiene paralelismos con la de British Columbia, poniendo en evidencia la falta de infraestructura y planes de contingencia para lidiar con el calor extremo en ambas ciudades”, asegura la experta.
Por otro lado, “la temporada de huracanes en 2021 es considerada como la tercera temporada más activa de huracanes en el Atlántico”, señala, recordando que se seleccionó el huracán Ida y su impacto en las comunidades migrantes latinoamericanas de Nueva York como caso de estudio.
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Pérdida de la biodiversidad, un desastre infravalorado
Como caso representativo latinoamericano se ha tomado la extinción de la vaquita marina.
“Muchas veces, la pérdida de biodiversidad y los impactos en los ecosistemas pasan desapercibidos cuando pensamos en 'desastres', pero son más importantes de lo que creemos”, apunta Narváez. “Perder la vaquita afecta a los medios de vida de muchos pescadores y de sus familias, pero también evidencia las consecuencias de la demanda global, la pesca ilegal y la falta de regulación efectiva por parte de las autoridades”, agrega.
Según el informe, la deforestación y la urbanización masiva son factores que provocan las catástrofes.
“Se convierte en una especie de circulo vicioso. No podemos alcanzar el punto de inflexión climática relacionado con la perdida de la selva amazónica; el daño seria irreversible. Asimismo, es importante mejorar nuestra planeación urbanística, no podemos seguir construyendo en zonas propensas al riesgo”, recalca.
Además de identificar las causas y factores que comparten los desastres, el reporte recopila varias soluciones, entre las que se encuentra ‘Dejar actuar a la naturaleza’, un activo del que América Latina está bien dotada.
“Hay una necesidad de implementar planes de reforestación y conservación de nuestros ecosistemas para que nos sigan protegiendo. En zonas costeras, los manglares bien cuidados pueden ayudar a atenuar los efectos adversos de los huracanes, el aumento del nivel del mar y las olas generadas por tsunamis”, recuerda. Igualmente, el reporte propone ‘paquetes de soluciones’.
“En la región ya no podemos enfrentar los problemas desde un solo ángulo”, asegura Narváez.
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