Hoy quiero compartir con ustedes algo que me sucedió hace unos días atrás.
Salí, como todas las mañanas, a realizar unos trámites en el juzgado. Llevaba un pantalón claro, y una blusa suelta.
Estaba en mi período, así que no me encontraba de muy buen humor. Como suele suceder, el trámite duró más de lo previsto, entonces estuve un largo rato sin poder moverme ni cambiarme el apósito.
Al volver a casa, noté que varias personas me miraban de forma extraña. Un grupo de adolescentes que salían de la escuela se rieron cuando me vieron pasar por la calle, y un hombre en un auto me tocó bocina diciéndome una grosería que no alcancé a oír.
Entonces supe que había pasado eso a lo que le tememos todas las mujeres en nuestro período: me había manchado la ropa con sangre en público.
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Entre amigas siempre nos preguntamos unas a otras para chequear que todo esté bien. Pero esta vez estaba sola, y simplemente sucedió sin que me diera cuenta.
Llegué a mi casa muy angustiada y avergonzada por lo que me había sucedido. Lloré y me sentí una tonta por no haberme dado cuenta.
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