Por Sara del Real, Voluntaria grupo local CDMX de Greenpeace México
“Es la necesidad de poner un puño y ya no un granito de arena por el planeta”... La frase aún resuena en mi cabeza como cuando la escuché por primera vez. Estas fueron las palabras de Ginny al compartir con el resto del grupo el motivo principal que la llevaba a convertirse en voluntaria de Greenpeace.
Ella, al igual que yo, era una de las compañeras que se encontraba presente en la formación básica para voluntarias y voluntarios del mes de marzo de este año; una actividad que Greenpeace ofrece de manera regular para todas aquellas personas interesadas, preocupadas y dispuestas a actuar en pro del planeta y de todxs los seres que integramos la gran familia de la Tierra. Sus palabras, desde entonces, han marcado, inspirado y definido el rumbo de mi participación dentro de esta gran tarea de voluntariado.
Convertirse en voluntarix de Greenpeace es algo sencillo, pues no se necesita contar con ninguna profesión en específico, edad o condición social para poder aportar. Sin embargo, es una labor que requiere de un compromiso real y auténtico y de una entrega sincera, dispuesta a trascender e ir más allá de nuestra mera convicción individual. No basta con tener buena voluntad. Tampoco se trata de una actividad puramente caritativa o asistencialista.
Ser voluntaria o voluntario de Greenpeace significa ante todo una responsabilidad, tanto personal como colectiva, así como un acto político, al tratarse de una decisión consciente que hemos tomado a favor del bien común planetario y en contra de las injusticias sociales y ambientales de todo tipo (pues ambas se relacionan).
Formar parte del equipo de voluntariado de la organización y, a partir de ello, tener la oportunidad de aportar a la construcción de una genuina paz verde me ha significado, además, una tarea de transformación social, de búsqueda de cambios a través de impulsar acciones compartidas –de “poner nuestro puño de arena”- a favor de la vida.
El voluntariado se ha transformado en un espacio en donde la desesperación se ha convertido en esperanza.
Un espacio donde se aboga por la inclusión de todas las personas y seres y por la conexión del mundo y de todas sus formas, desde una mirada integral. Algo que ya comienza a ser nombrado en otros lugares del orbe, y que a mí me gusta denominar también así, como una auténtica democracia de la Tierra.
Seguir este camino hoy en día es una tarea urgente que implica la disposición de ir más allá de la crisis, las inequidades sociales y la destrucción ecológica para crear alternativas basadas en la responsabilidad y la justicia ambiental.
Una tarea que desde Greenpeace y su extraordinaria práctica voluntaria puede lograrse sin condición o requisito alguno de por medio; asumiendo siempre un papel activo, y no pasivo, en la gran misión de la defensa de la vida desde el esfuerzo conjunto, el amor y la corresponsabilidad. Todas estas acciones, que durante mi labor como voluntaria he tenido la fortuna de desarrollar e impulsar de la mano –y desde el corazón- de otros y otras.