La pandemia fue un evento sorpresivo y doloroso que cambió muchas cosas. Ahora, ya en la salida de esta situación, considero importante analizar qué nos pasó y qué aprendizaje logramos extraer de esta crisis.
Son muchos los posibles abordajes y miradas para analizar las consecuencias de el proceso pandémico que aún está presente en nosotros, incluso dando algunos aleteos, como haciéndonos saber que permanece en estado de latencia.
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Seguramente cada persona ha vivido esta etapa de manera singular y la podrá analizar de acuerdo a su experiencia. Por mi parte, creo que nos hizo reconocer que estábamos insensibles y ciegos con respecto a nuestras relaciones con los demás. A pesar de estar juntos, nos manteníamos distantes. Pero, ante la obligación de distanciarnos, descubrimos la necesidad de canalizar el afecto por la vía sensorial y comprendimos, desde la ausencia de los vínculos presenciales, la condición que caracteriza a nuestra especie: ser seres sociales.
Como siempre ocurre, se percibió más lo que no podíamos hacer y en consecuencia pudimos darle más importancia a la proximidad, a la charla con el amigo, al mate compartido, al beso espontáneo, a pasar más tiempo juntos con las personas amadas, redescubriendo el valor de lo simple y la conciencia de que el tiempo es efímero.
Nuestra habitual forma de vida apresurada —que lamentablemente ya hemos normalizado— entró repentinamente en una pausa y nos obligó a analizar las cosas desde otra perspectiva. Percibo que se ha empezado a revisar lo que se considera éxito en la vida de una persona, y en ese sentido ahora se incluyen aspectos como la felicidad, dar y recibir cariño, el tiempo libre, la salud, reducir el consumismo, relacionarse más con la naturaleza y cuidar el medio ambiente. Surgió la necesidad de alejarse de las grandes urbes y conectarse más con espacios naturales, más silenciosos y que todavía permitan apreciar la línea del horizonte.
En los jóvenes se ha impuesto con fuerza la incorporación de dietas vegetarianas, veganas y plant based, corrientes que están en gran parte sostenidas por el deseo de evitar la contaminación ambiental y por la sensibilidad hacia otras formas de vida.
Desearía que nos hayamos dado cuenta de la necesidad de reaprender a vivir con lo que está vivo, abandonando una posición de vanidad que nos genera confusión y nos hace perder la noción del lugar que ocupamos ante la imponencia de la naturaleza.
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Es necesario reconocer nuestra insensibilidad y ceguera, comprendiendo que habitar el planeta es diferente de explotarlo en forma feroz, como si sus recursos fueran eternos. Esta toma de conciencia nos permitirá progresivamente recuperar la coherencia y el orden natural de las cosas.
Estamos en una etapa compleja y contrastante. Sin embargo la historia nos muestra que siempre fue así. La evolución se procesa en ondas, no es lineal. Conviven situaciones que nos estimulan y otras que nos muestran lo más negativo del ser humano. Fortalezcamos lo positivo mediante acciones concretas, cada uno participando desde su lugar y con una actitud más humana y solidaria.
Sumadas, esas pequeñas acciones serán el inicio de grandes cambios.