¿Alguno de ustedes ha visto la película española “El Hoyo”? Si no lo han hecho, se las recomiendo. Durante la trama de hora y media propone, entre otras cosas, cómo las personas buscamos el beneficio personal aun sabiendo que puede generar consecuencias negativas para otros. Esto lo podemos observar en los acontecimientos mundiales que estamos viviendo.
Si miramos nuestro actuar a nivel cultural y social, hemos exacerbado el individualismo, la competencia, el materialismo y el consumismo. Hemos derivado en una sociedad hedonista, en la cual la búsqueda del placer nos guía, moviliza y consume. Las demás personas salen de nuestro campo de visión e interés, considerándolas muchas veces como obstáculos para alcanzar nuestros objetivos personales. Con no poca frecuencia, pasando por encima de ellas para lograrlo.
Un ejemplo de este actuar lo hemos vivido los últimos meses en diferentes lugares del mundo, una locura frenética en supermercados y farmacias, con gente agotando alimentos, mascarillas, alcohol gel o papel higiénico. Comprando más de lo que pueden utilizar sin importarles que otras personas no tengan acceso a dichos recursos.
En este caso particular, esta inconsciencia sistémica genera una contradicción, ya que, si la persona de al lado no mantiene su higiene, es más probable que yo me contagie. Lo hemos visto incluso entre gobiernos, compitiendo por quien tiene prioridad de acceso a la vacuna contra el coronavirus cuando esta finalmente salga a la luz.
Se nos hace difícil interiorizar lo que Aristóteles ya mencionó en el siglo IV a.C: los humanos nunca han sido individuos atomizados, sino seres sociales cuyas decisiones afectan a otras personas. Y ahora el COVID-19 nos está refregando en la cara este punto fundamental: cada uno de nosotros es moralmente responsable de los riesgos de infección que representamos para los demás a través de nuestro propio comportamiento.
De hecho, esta pandemia es solo uno de los muchos problemas de acción colectiva que enfrenta la humanidad, incluido el cambio climático, la pérdida catastrófica de biodiversidad, las crisis sociales, recesiones económicas, tensiones nucleares alimentadas por la creciente incertidumbre geopolítica u otras amenazas potenciales que el futuro nos depare.
Por lo tanto, este es un muy buen momento para desarrollar de manera urgente la sensibilidad colectiva. Tomar conciencia de que, sin solidaridad y responsabilidad social, no somos inmunes a adversidades como las que hoy estamos afrontando. Nos necesitamos todos, responsablemente, para enfrentar este virus y los desafíos que se nos vienen. En otras palabras, como sostenía Paulo Freire, el galardonado educador brasileño: “Nadie se salva solo. Nadie salva a nadie. Nos salvamos en comunidad”.
Para construir un futuro donde sea mayor, tanto mi bienestar como el de los demás, debemos partir por nosotros mismos. Esto no es una crítica social, más bien una autocrítica social.