Con los hijos y los familiares más próximos tendemos a ser más proclives a tener actitudes solidarias sin analizar tanto los riesgos, sin embargo, no pasa lo mismo en nuestros ámbitos laborales en donde la competencia, los intereses y la rivalidad, favorecen la desconfianza y un estrés anticipado. Se desarrolla, como consecuencia una especie de solidaridad desconfiada, relativa y poco convincente.
Según especulaciones de la antropología, hace aproximadamente 50.000 años nuestros ancestros se vieron obligados a desarrollar un sentido de colaboración solidario para cuidarse y enfrentar la variada gama de constantes peligros que los acechaban constantemente.
Cada día, especialmente al oscurecer, podía ser el último si no se agrupaban para el descanso. Debían confiar en aquel que había sido designado para vigilar. Al día siguiente, en compensación, el grupo se solidarizaba con el vigilante y le brindaba mayores atenciones, retribuyendo el esfuerzo de haberlos cuidado.
Este formato imperante en la tribu, fortalecía un sentimiento de seguridad, confianza mutua, agradecimiento y cooperación. Un paradigma social muy fuerte y que se instaló en el ser humano.
Todos sentimos instintivamente el deseo de cuidar a los que nos cuidan. Esa reciprocidad responsable nos mueve con sentido ético y generalmente hace que el que puede más ayude al que puede menos.
Así se van destacando los líderes. Son los que surgen espontáneamente por su vocación de servicio hacia la causa y hacia los demás.
Aquellos que están siempre disponibles y, en consecuencia, los demás les otorgan naturalmente una autoridad genuina, surgida de la confianza que generan sus actitudes en el grupo.
En los ámbitos laborales, los lideres con estas cualidades actúan de manera similar a la relación de los padres con los hijos. Poseen el deseo de que se desarrollen, evolucionen, aprendan y sientan la confianza suficiente para poder conversar y plantear sus ideas, aun cuando sean diferentes a las del líder.
Cuando existe un alto grado de confianza, esa actitud no es anárquica ni contraria a la jerarquía; ambos la toman como un acto solidario y de cariño, que les permitirá enriquecerse y proyectarse hacia el resultado buscado.
Algunos todavía creen que generar distancia y temor engrandecerá la imagen del líder. Puedo asegurar que, en la actualidad, esa manera de relacionarse produce más conflictos que resultados, tanto en la empresa como en la familia.
Son formas anticuadas de conducir grupos, basadas generalmente en la baja autoestima de líderes que precisan analizar sus conductas. Tengamos en cuenta que pasamos la mitad de cada día conviviendo con nuestros compañeros de trabajo. Con el mismo esfuerzo podemos generar una atmósfera agradable y afectuosa o, fuertemente tóxica.
Cuando la gente de un grupo se siente protegida, valorada y escuchada, se brinda más. Para definirlo usando palabras futboleras: cada integrante se pone la camiseta, juega por el equipo, entrega el mejor pase, busca el resultado y se abraza con los demás luego de un gol.
¡Hasta la próxima!