* Por Huertas Urbanas
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¿En dónde estamos parados?
Pareciéramos a punto de estrellarnos pronto, venimos recorriendo un camino hermoso y expansivo pero un tanto vacilante, lo vemos hace tiempo, barajamos potenciales optimismos que en nada parecen hacer punta más que excavando pozos.
Recibimos noticias de la escasez de recursos naturales, del cambio climático y la explosión demográfica a cada rato mientras, rellenamos los huecos de esta tierra mágica con montañas de basura. La naturaleza, ya deshecha de su imagen cultural de madre protectora, es ahora una jungla cargada de violencia ¿Qué nos pasa que venimos caminando como vagabundos errantes por este paraíso? ¿Qué hacemos? ¿En qué creemos? ¿Estamos dispuestos a leer la infinita información que se nos brinda y pegar un volantazo para otro lado?
Nuestro planeta tierra y la biosfera, de la que somos parte quienes escriben y leen, componen un sistema integrado aunque a veces nos cueste admitirlo, ignoramos continuamente que todo nuestro bienestar depende del flujo de intercambio con el medioambiente que habitamos.
Es la naturaleza quien nos brinda algo así como todos los bienes y servicios: el alimento que nos nutre, los materiales que adquirimos para la construcción de cada bendito hogar y servicios como la purificación, el agua que utilizamos y bebemos, la regulación de gases y las fuerzas climáticas. Incluso el aire que respiramos, sin la naturaleza, de hecho, nada de esto sería posible.
Nuestros caprichosos esfuerzos por diezmarla han alterado el equilibrio natural y exacerbado la crisis debemos pensar en algo nuevo, a la vista del caos, son al menos cuestionables nuestras aptitudes, siempre hay más, o eso decían.
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Otra forma de ver las cosas
Ahora bien, si queremos modificar nuestro modo de habitar esta casa, puede que una buena idea sea transformar nuestra visión sobre ella, hemos domado el fuego, la humanidad es libre de reflexionar sobre la naturaleza del mundo. Einstein dijo alguna vez: “si buscás en lo más profundo de la naturaleza, comprenderás todo mucho mejor”.
¿Acaso no somos también nosotros naturaleza? Allí, las formas de habitar el mundo parecieran funcionar de otro modo. ¿Cuándo has visto un grupo de hormigas peleando por una hoja? ¿O a los pulmones armar batalla para conquistar al hígado? Cuando un tejido de nuestro cuerpo se daña, nuestras células emprenden su regeneración colectivamente, dividiendo tareas.
Ellas son eficientes y forman comunidades inteligentes de trabajo cooperativo iguales a las de una lechuga, de hecho, son esas mismas células las que nos han traído hasta aquí.
¿Por qué, y cómo, trillones de organismos unicelulares consiguieron unir fuerzas para convertirse en nosotros?
Tal vez podamos obtener de ellos alguna pista, nosotros, humanos, nos hemos metido en un embrollo siendo muchos menos, como en nuestro cuerpo existen todas y cada una de estas células, todos y cada uno de nosotros somos como una célula de nuestra humanidad. Si queremos construir una relación empática con nuestra naturaleza, eficiente en el uso de sus recursos y resiliente en sus procesos tenemos que mirar atentamente. La naturaleza revela patrones de diseño en todos sus niveles de organización. Si observamos de cerca, puede que hallemos algún mapa que nos ayude a comprender.
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La pista
¿Cómo es que las comunidades celulares han tenido tanto éxito? Pues bien, siendo eso, comunidades, aparentemente no es como Charles Darwin decía, no es el más apto el que sobrevive, sino el menos apto el que no lo hace. En el medio, una diferencia.
Para sobrevivir no debes ser el mejor, sino que simplemente debes adaptarte, en otras palabras, aquellos organismos que mejor encajan en el medio ambiente son los que sustentan la armonía global y prosperan.
¿Qué si cooperar y compartir fuesen la razón única de nuestra evolución?
Como vemos en estos sistemas celulares, así como también en grandes grupos de especies, el éxito no se basa en la competitividad y supervivencia del más fuerte, sino más bien en el nivel de precisión con el que cada uno en ese grupo cumple con su tarea de cooperación. Forman una comunidad, una organización de individuos que comparten intereses, actitudes u objetivos comunes y que trabajan en pos de los mismos.
La clave aquí es compartir. Hay que dejar los intereses particulares de lado para que este circo funcione. A cambio, obtendremos el bienestar que deviene de una mayor eficiencia. Dentro de cada comunidad, cada uno aporta su tarea, talento o misión, favoreciendo la supervivencia de dicho grupo. No es la similitud sino la diferencia la que trae el valor. Como en todo. Cada órgano con su tarea, cada célula con su misión. Todos juntos al más allá.
Mientras, la película es otra. Nos preguntamos: ¿qué rol queremos asumir? No somos en este mundo meros observadores pasivos, sino participantes activos de lo que pasa. Entender nuestro poder y actuar en consecuencia es la clave para contribuir a una manifestación más sana de nuestro entorno. Podemos quejarnos, podemos sentarnos a ver cómo todo se desmorona, o podemos poner manos en acción. Pues hay varias formas de activismo. ¿Qué pasa si todos, con acciones individuales, en pequeñas comunidades, activamos el cambio? ¿O acaso queremos ser la manzana que pudra el cajón?
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Comunidad Huerta Vereda
Hay diferentes formas de accionar comunitariamente y promover la cooperación entre los diversos sectores de la población. Se puede armar, por ejemplo, una huerta comunitaria.
Huerta Vereda es una huerta comunitaria de un grupo de vecinos del bajo de San Isidro, zona norte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Surgió durante la cuarentena. Mucho tiempo libre, pocas chances de ir muy lejos, hizo falta poco para descubrir que todos sus participantes, vecinos del barrio, teníamos intereses en común.
Lo vinculado a la tierra, a las formas de consumo o a los plásticos, eran temas que nos importaban a todos, decidimos meter manos a la obra, en Agosto del 2020, construímos una compostera donde antes hacíamos un pozo para los residuos orgánicos. No compramos nada, no pedimos permiso, no creímos que debíamos saber demasiado para llevarlo adelante. Juntamos todo lo que teníamos y empezamos a hacer.
A la semana, la compostera #1 estaba repleta. Los demás vecinos comenzaron a acercarse, encantados con la idea de revitalizar un espacio verde que hasta el momento funcionaba como reservorio de basura o estacionamiento.
Se comenzaba a vislumbrar un deseo colectivo, no canalizado hasta el momento, de implicarse socialmente. Este pequeño gran proyecto que comenzó con un cajón de madera, nos trajo algo mucho más grande que todo lo anterior, un sentido de comunidad. No sólo ha generado un impacto ambiental por la transformación del espacio verde, sino, y sobre todo, un impacto social en el vecindario, un sentido de comunidad.
Flores, insectos, aromas, vegetales, niños jugando, vecinos compartiendo, comida cociéndose, nos conocimos haciendo una huerta y ahora somos amigos. Personas de diferentes edades, intereses y ambiciones compartimos un objetivo. Cada uno desde su lugar, con su profesión u oficio, aporta a una causa común, la huerta en la vereda, que ya no es una, sino varias, en varias veredas. Un movimiento.
Creemos que la mejor forma de ver los cambios es creando las condiciones para que afloren. La experiencia nos ha enseñado que no hace falta mucho para construir y que aquello construido siempre trae más de lo esperado. El activismo no es solo cortar una calle o pararse frente al congreso, sino también, ofrecerle una mano a un vecino, compartirle la información o el fruto del trabajo. ¿Qué es eso que te moviliza? ¿Qué es lo que haces por ello?¿Cuáles son tus herramientas?¿Qué es lo que necesitas para potenciar tu deseo?