Tal vez la palabra “felicidad” sea una de las más usadas, como anhelo de bienestar, para uno mismo y como expresión de deseo para los demás. Basta con mirar las postales de fin de año para encontrar a esta palabra presente en la mayoría de ellas. En esta reflexión recorremos distintas miradas, desde la filosofía hasta la política y la experiencia, para preguntarnos, ¿habrá algo malo en la felicidad?
Estado, meta y deseo
Sin duda, la felicidad constituye un estado de ánimo, un deseo y una meta a conquistar entre las prioridades humanas. Desde hace siglos que las escuelas de pensamiento y corrientes filosóficas lo proponen como parte de la evolución humana. La felicidad inefable, un estado sutil que aprecia quien lo vivencia pero que se resiste a ser expresado en palabras.
Nuestra sociedad supone que la felicidad está directamente relacionada con el potencial económico logrado, pero esto carece de certeza. En su libro "Felicidad, lecciones de una nueva ciencia", Richard Layard nos dice que cuando las sociedades occidentales se volvieron más ricas, sus integrantes no se volvieron más felices. Mientras la renta se duplicó en los últimos cincuenta años la felicidad no aumentó.
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Su hipótesis es que el individualismo falló ya que no aumentó la felicidad de los individuos. Si realmente deseamos ser felices necesitamos de un concepto de bien común al cual contribuir, exigir el cuidado del otro, tanto cuanto de nosotros mismos.
En algunos países, la felicidad se ha transformado en cuestión de política de estado. India, Emiratos Árabes Unidos y España se destacan entre los países preocupados por analizar la forma en que pueden mejorar los índices de felicidad de sus habitantes. Para ello aplican planes diversos que incluyen, entre otras actividades, la enseñanza de meditación y otras prácticas de autoconocimiento.
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Entonces, ¿qué hay de malo en la felicidad?
En algunas oportunidades escuché y recibí críticas hacia personas o grupos que transparentan un estado de felicidad. Personas sonrientes que sobresalen justamente por ese magnético estado de alegría sincera, son juzgadas como frívolas o inconscientes de las dificultades propias del vivir.
Considero un contrasentido pensar que algo tan deseado y buscado por la mayoría se transforme en motivo de ácida crítica contra aquellos que se expresan como habiéndolo conseguido. Por el contrario, deberíamos aprender de los que logran ser felices como una decisión inquebrantable que se eleva por encima de las situaciones de la vida diaria.
Ya sea una superlativa capacidad de ser antifrágil, una capacidad de observar en perspectiva y planificar intuitivamente, una fortaleza emocional especial o cualquier otra capacidad innata o desarrollada, merece nuestra especial apreciación positiva.
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Hace varios siglos, Séneca nos decía: "todos quieren vivir felices, pero andan a ciegas tratando de averiguar qué es lo que hace feliz una vida. Y hasta tal punto no es fácil alcanzar la felicidad en la vida que, cuanto más apresuradamente se dejan llevar hacia ella, tanto más se alejan si se desvían del camino".
Piensa en la vida como una obra de arte en la que cada uno de nosotros es un artista que, como los pintores y los músicos, intenta hacer algo bello, con armonía, sensatez y colmado de sentido. Pongamos en práctica nuestra libertad de componer así las tonalidades, las estridencias o las armonías de la existencia, a pesar de esa constante y abrumadora fuerza externa que lucha por imponer lo que supuestamente debe hacerse, por sobre el deseo inspirador y personal de lo que uno quiere.