Este 2020 la economía colapsó. El coronavirus ha hecho que los principales mercados financieros del mundo hayan caído, y se estima que esta crisis pueda costar hasta 2,7 trillones de dólares. Después de la crisis de salud que esta pandemia ha desatado, el segundo lugar en preocupación para los gobiernos, la prensa y los ciudadanos es cómo nos vamos a recuperar económicamente de este golpe.
Sin duda que es una situación grave y que hay mucha gente que lo está pasando mal porque ve amenazadas sus fuentes de ingresos y sustento. En esta columna no buscaré minimizar la situación humanitaria que puede significar esta crisis económica para muchos, sino que me enfocaré en por qué se desata una crisis económica cuando las personas están comprando solo lo que consideran absolutamente necesario. ¿Es entonces una burbuja lo que estuvimos construyendo durante décadas?
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En muchos casos uno puede encontrar en la opinión pública personas queriendo recuperar la normalidad lo antes posible. Gobiernos del mundo tomando medidas de billones de dólares para que vuelva todo al estatus previo a la pandemia. Desde un lugar esto puede ser entendible por la urgencia de mantener las fuentes de ingreso de muchas personas pero yo me pregunto: ¿no nos da acaso esta crisis la oportunidad de parar la pelota y repensar cuál es la economía que queremos reconstruir?
Creo que para reflexionar sobre esto es importante no demonizar o poner en un altar el modelo capitalista que en líneas generales ha seguido el mundo. Considerando que en los últimos 100 años la expectativa de vida mundial ha aumentado de un promedio menor a 30 años a los 72 años actualmente, y si buscamos datos relacionados al acceso a servicios básicos de salud, derechos humanos, educación y pobreza veremos que no hay duda de que estos han evolucionado fuertemente en las últimas décadas.
Pero –al mismo tiempo- estos datos alentadores no deben nublarnos la vista hacia el horizonte de lo que queremos construir en el futuro, ya que es este mismo modelo el que hoy ha generado – y sigue haciéndolo- una desigualdad económica en donde las 62 personas con mayor riqueza del mundo tienen lo mismo que el 50% de las personas de menores ingresos (¡3 500 000 personas!) y donde mueren 3 millones de niños por hambre al año (un equivalente a 8 000 por día).
Es también el mismo modelo el que ha hecho que estemos inmersos y avanzando hacia una crisis ecológica sin precedentes que, además del cambio climático, genera alrededor de 200 especies extintas por día, pérdida de biodiversidad, contaminación de océanos, entre otros efectos adversos. Si sumamos a esto otros elementos que son difíciles de medir como la calidad de las relaciones familiares y comunitarias, probablemente nos veríamos con datos poco alentadores también.
Es por esto la invitación que les hago, en el medio de la angustia y el dolor que nos genera esta crisis, a pensar sobre qué es lo que queremos reconstruir o, mejor dicho, qué es lo nuevo que queremos construir y cuáles son los errores que no queremos volver a cometer.
Desde mi perspectiva, lo primero a preguntarnos es sobre qué valor o valores queremos construir la nueva sociedad y, por ende, la nueva economía. La primera vez que escuché esta pregunta fue por parte de mi amigo Pedro Tarak (cofundador de Sistema B), donde planteaba que el capitalismo se construyó sobre el valor de la libertad y el comunismo sobre el valor de la igualdad.
Entonces: ¿sobre qué valor construiremos ahora una nueva economía? La respuesta parece no ser única pero, en lo que a mí concierne, lo que sin dudas no debiese faltar es la colaboración. Más que nunca esta enfermedad ha demostrado lo interdependientes que somos las personas y los países. Lo que te pasa a ti también me afecta a mí. Las decisiones que tú tomes, me afectan. Y, dado esto, los dos caminos que parecen colisionar son: ¿me protejo de ti o trabajamos juntos en los desafíos que se vienen?
Colaboración y trabajo en equipo
Ya lo ha planteado el historiador y best seller Yuval Harari, los gobiernos del mundo tendrán dos grandes caminos a seguir en sus relaciones: pueden subir sus barreras para hacer mucho más difícil la entrada y salida hacia los países, cada uno cuidando su “rancho” con sus propios conocimientos y recursos; o pueden aprender a colaborar y confiar en el otro para abordar los eventos del futuro, compartiendo acciones, planes e información. ¿Cuál de esos dos caminos nos gustaría que suceda? ¿Cuál creemos que es mejor para la humanidad?
El siguiente dilema que plantea Harari en sus entrevistas son las relaciones que tendrán los gobiernos hacia sus ciudadanos. ¿Qué tipo de gobierno queremos? ¿Uno que nos vigile y al cual debamos reportar si nos lavamos las manos, con quién nos juntamos y las compras que realizamos? ¿O uno que nos eduque y comparta información para que así y como ciudadanos responsables tomemos las decisiones correctas? ¿En qué tipo de país preferiríamos vivir?
Yo prefiero la colaboración, el autocuidado y el trabajar la conciencia colectiva con el otro (personas y ambiente) versus el modelo de la desconfianza y la supervisión. Bajo mi perspectiva, la colaboración profunda y con objetivos comunes logrará mejores resultados que un escenario donde cada uno busca superar o protegerse del otro.
Los ejemplos de ello los vemos en distintos ámbitos. Jhon Lennon, Paul Macartney y George Harrison tuvieron tremendas carreras como solistas pero el mejor resultado lo tuvieron cuando trabajaron juntos. Lo mismo podemos ver en los Rolling Stones, Queen o Pink Floyd. ¿Qué hubiese pasado si Bill Gates y Steve Jobs hubieran trabajado juntos con la tecnología para el bien humano? ¿Qué hubiese pasado si China no hubiese ocultado información valiosa en un principio para el resto de la humanidad, pidiendo ayuda y colaborando con otros gobiernos desde el inicio?
Como profesional que acompaña a emprendedores, les puedo compartir que está estadísticamente comprobado que los emprendimientos que se llevan adelante en equipos tienen mayor probabilidad de supervivencia que aquellos que son abordados individualmente. Por esto, les propongo que visualicemos la colaboración como un valor fundamental de nuestra nueva sociedad y comencemos a ejercitarla, desde la escuela hasta los ámbitos de trabajo, desde los deportes hasta la cultura, desde las industrias hasta los países.
Decrecimiento económico
El segundo concepto que considero relevante para una nueva economía es el del decrecimiento económico. Enseguida muchos puristas del desarrollo económico con formación académica y profesional similar a la que yo tuve enunciarán que un mundo en decrecimiento económico es un mundo que entraría en colapso por alto desempleo y que, a su vez, haría que a los sectores de la sociedad que no les ha llegado el “progreso” no les llegue nunca.
Ante ello yo me pregunto: ¿Es necesaria toda la ropa que compramos? ¿Se necesitan la cantidad de autos que se producen todos los días? ¿Cuántas series, películas y videojuegos necesitamos para entretenernos y salir de nuestra realidad? ¿Es necesaria la gran industria de los cosméticos para vernos mejor? ¿Hasta dónde nos gustaría continuar con la investigación médica (inmortalidad)?
Lamento recordarle a todos los fanáticos del crecimiento que vivimos en un mundo finito, con recursos limitados en todo ámbito y que para que el mismo sea habitable por la humanidad debe mantener un equilibrio que estamos rompiendo. El dilema del crecimiento y el bienestar material versus las limitaciones ecológicas está muy bien planteado por la teoría del “Doughnut” de Kate Raworth.
A todas las personas debiésemos asegurarles un piso de condiciones sociales mínimas para vivir (alimentación, agua, paz, vivienda, etc.) pero al mismo tiempo la humanidad debería ponerse un “techo” de desarrollo relacionado a los limites ecológicos del mundo. Hoy en día muchos de esos techos ambientales los hemos sobrepasado y en otros estamos por hacerlo. Entonces, ¿cómo hacemos con la parte de la humanidad que no tiene lo básico aún?
Vuelvo a poner el dato más escandaloso presentado anteriormente: las 62 personas más ricas del mundo tienen igual cantidad de riqueza que el 50% más pobre de la población. Y sumo a esto: con los USD$89 trillones generados anualmente de PIB mundial, si estos se repartieran de manera totalmente igualitaria a cada persona, cada uno dispondría con cerca de USD1.000 por mes para vivir. Es decir, que una familia cualquiera de 4 personas en cualquier parte del mundo tendría casi USD4.000 mensuales.
No creo en la redistribución absoluta en estos términos, pero al menos este cálculo ayuda a entender que con lo que generamos hoy, cada persona del mundo podría vivir de manera cómoda. ¿Y cómo redistribuimos? Un camino puede ser reduciendo las horas de trabajo y así generando más puestos, por ejemplo.
Y aquí les dejo una última pildorita para pensar: el individuo que genera mayor PIB en una economía es el que está enfermo, pagando educación, endeudado pagando su casa o auto. Es irónico pensar que el bienestar de un país muchas veces se mide por generación de PIB. El decrecimiento es un camino que los invito a explorar e investigar, no es un camino que busque que todas las industrias bajen en actividad pero sí que la economía -como un todo- pase de pensarse ilimitada a maneras de redistribuir lo que se genera aumentando nuestra calidad de vida. Quien quiera profundizar sobre ello puede buscar en Manfred Max Neef, Alberto Acosta o Ashish Kothari, algunos referentes.
Aprovechemos esta crisis como una oportunidad para replantear las bases de la sociedad que queremos reconstruir y pongamos en ejercicio los valores y conceptos que deseamos nos guíen de cara al futuro. Esta situación no se dará siempre y no debemos desapovecharla.