Desarrollar la autocompasión es prioritario si lo que buscamos es alimentar la armonía en nuestras vidas. Practicar esta capacidad no sólo es necesaria para relacionarnos de una manera saludable con nosotros mismos, sino que también genera un impacto directo en los vínculos que establecemos con otros.
La compasión es la emoción vinculada con la consciencia del sufrimiento de uno mismo y de otros junto con el deseo de procurar aliviar ese sufrimiento. Asimismo, la compasión supone la empatía que conlleva a la comprensión del sufrimiento humano en los demás. Tiene que ver con la forma de observar y el trato a los seres humanos.
A veces pareciera que estamos habituados a ser más compasivos (y comprensivos) con los otros y no tanto con nosotros mismos: ¿Acaso ante situaciones similares, no solemos tener un consejo alentador para el círculo de personas que nos rodea y nos cuesta encontrarlo cuando es para uno mismo? Como si pudiéramos ver las posibilidades más claramente cuando se trata de una situación que no nos interpela en primera persona.
La buena noticia es que contamos con esa capacidad de tener la palabra justa y destacar oportunidades, con lo cual lo que queda pendiente es ponerla en práctica, escuchándonos y aconsejándonos tal como lo hacemos genuinamente con otros.
De esta manera, aportaremos mayor bienestar en nuestro día a día, generando, a su vez, un efecto multiplicador en las relaciones con los demás.
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La investigadora Kristin Neff, propone tres elementos de la autocompasión, que comparto a continuación, para tener en cuenta a la hora de cultivar y fortalecer esta competencia:
- Humanidad compartida: ser conscientes del sufrimiento como parte de la naturaleza humana en lugar de creer: “al único que le pasa esto es a mí”. Implica, de alguna forma, humanizarnos entendiendo que nadie está exento de atravesar por situaciones difíciles o que requieren de nuestra resiliencia para transitarlas del modo más armonioso posible.
- Consciencia: aceptar las circunstancias que se presentan (y que pueden generarnos sentimientos de sufrimiento) sin sobre identificarnos con éstas. A modo de dar un ejemplo de la vida cotidiana, puede ser: olvidarnos una parte de la letra en una exposición y sentir verguenza por ello. Si podemos capitalizar este hecho como un aprendizaje para la próxima vez y ser conscientes que esto no excluye automáticamente ni resta importancia a todo lo que sí pudimos transmitir, lograremos no sobre identificarnos con ese evento. Se trata de darle la bienvenida a lo que acontece y buscar un equilibrio para integrarlo como parte del crecimiento personal: somos mucho más que ese acontecimiento puntual.
- Amabilidad: una vez que entendemos el sufrimiento como parte de la naturaleza humana y logramos no sobre identificarnos con las eventualidades que se presentan en el camino, estaremos observándonos más íntegramente y, de esta forma, incrementará nuestra resiliencia y recobraremos el rol protagónico en nuestra vida.
Con lo cual, tenemos la posibilidad de hacernos responsables y estar atentos a nuestra conversación privada: ¿Cómo nos vamos a estar hablando? ¿Qué nos vamos a estar diciendo? Darnos la oportunidad de ser amables y comprensivos con nosotros mismos en lugar de criticarnos que sólo nos llevará al aislamiento. Escucharnos sin juzgarnos para conectar con nuestra esencia desde un lugar genuino y, de esta forma, generar círculos de empatía y rodearnos de personas con sentido de cooperación.
La definición de compasión hace referencia al “deseo que tiende a aliviar el sufrimiento propio o de otros”, lo que supone una acción constructiva que se diferencia del concepto de lástima o pena vinculado a un estado pasivo, de inacción.
Entonces, fortalecer la autocompasión implica ponernos en marcha y una forma de empezar a hacerlo es a través de reconocer, escuchar y reconfigurar nuestro diálogo interno. Para ejercitar esta propuesta, comparto algunas preguntas disparadoras:
- ¿Cómo me siento con lo que me estoy diciendo?
Escucharnos desde un respeto profundo, legitimando nuestras emociones y sentimientos es el principio básico para relacionarnos saludablemente con nosotros mismos. Sólo desde ese lugar, podremos generar la apertura necesaria para conectar con nosotros y con los demás.
- ¿Cuál es el hecho que me despierta esta emoción? ¿Estoy asociando mi identidad con algún evento en particular?
Identificar el evento con el fin de procurar disociarnos y observarnos en un sentido más amplio, más íntegramente.
- ¿Cómo necesito hablarme para sentirme valorado y acompañado?
Registrar si la voz interior tiene un rol de evaluador (y que puede estar descalificándonos) para transformarlo en un rol más asistencial de forma tal de no inhibir acciones posibles por quedarnos atrapados en una conversación de autocrítica, no constructiva.
Escucharnos, poner en cuestionamiento lo que nos hace ruido y repensarnos con el fin de recuperar integridad y quedar disponibles para fluir en el constante proceso de evolución que nos invita la vida.