Por Sonia Villapol, Houston Methodist Research Institute
El gran peligro del coronavirus radica en la pérdida de control por su implacable transmisibilidad. Sobre todo por parte de las personas que no muestran síntomas respiratorios ni fiebre, por lo que no saben si están infectadas: los llamados transmisores “silenciosos”. Los síntomas gastrointestinales pueden jugar un papel fundamental para detener la propagación.
En el curso de la COVID-19 tienen lugar varias fases. Se determinó que el 60 % de los infectados tenían problemas intestinales como diarrea, vómitos o dolor abdominal en las primeras etapas de la enfermedad. Esto días antes de detectarse síntomas respiratorios o incluso neumonía.
Cuando las personas infectadas presentan síntomas intestinales no se sospecha que se deba a la infección por el coronavirus. Por lo tanto, no son testadas. Esto representa un factor de riesgo enorme en la transmisibilidad.
Un síntoma para cada fase
Al inicio de la enfermedad, el virus comienza a replicarse e infectar las células de distintos sistemas del organismo. Esto puede causar disfunción intestinal, cambios en la flora bacteriana e inflamación sistémica aguda.
A medida que la enfermedad progresa, el virus no necesita replicarse y la cascada inflamatoria más potente estalla, acompañada de problemas respiratorios y fiebre. Las personas que presentaron síntomas intestinales en las primeras fases fueron las que desarrollaron mayores complicaciones en fases más avanzadas.
Las razones por las cuales el SARS-CoV-2 causa más patologías en algunas personas que en otras siguen sin conocerse. Aún así, hay pacientes que logran eliminar el virus sin desarrollar síntomas, lo que sugiere que un sistema inmunitario fortalecido puede darnos la clave para comprender y superar la infección viral.
En este contexto, identificar los síntomas no respiratorios asociados con la COVID-19 lo antes posible podría detener la propagación.
Alteraciones en la flora microbiana
La puerta de entrada principal para la invasión del SARS-CoV-2 son los receptores de la enzima convertidora de la angiotensina 2 (ACE2) que se expresan en los pulmones, pero también se encuentran en los intestinos.
La entrada del coronavirus produce un aumento de la inflamación que causa alteraciones en la flora intestinal. Estas pueden agravar la llamada tormenta sistémica de citoquinas o la hiperinflamación en los pacientes más severos. La mayoría de las comorbilidades de la COVID-19 como la obesidad, la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y la vejez se asocian con una disminución de la diversidad microbiana.
A menor diversidad, existe una mayor respuesta inflamatoria. Por lo tanto, esperaríamos un peor pronóstico de la COVID-19. Si podemos identificar qué bacterias orquestan el curso de la enfermedad, podríamos predecir la gravedad y el pronóstico de COVID-19.
Un par de estudios con un grupo muy reducido de pacientes hospitalizados, identificaron que el coronavirus alteraba los microbios intestinales de los pacientes en relación con la severidad de la COVID-19.
Estudios similares son necesarios también en la población asintomática o con síntomas leves. En nuestro laboratorio tratamos de identificar qué bacterias intestinales en infectados de SARS-CoV-2 guardan relación con marcadores inflamatorios y con la carga viral. Si podemos establecer qué bacterias se asocian con la sintomatología, podríamos interferir y modificar la abundancia de estas bacterias para protegernos de la gravedad de COVID-19.
Dieta y probióticos
Es posible modificar la flora intestinal cambiando la dieta o usando probióticos específicos. Bacterias de la familia Bifidobacterium o Lactobaccillus reducen la inflamación. Otras, como el Clostridium, pueden actuar como posibles patógenos.
Si promovemos un estado nutricional adecuado podemos mejorar la respuesta inmune en las primeras etapas de la infección. Esto dependería de la ingesta de fibra dietética que disminuye el riesgo de infección. Además, las vitaminas A, D, C o E y los ácidos grasos omega-3 favorecen que las bacterias intestinales fermenten subproductos que ayudan a la respuesta antiinflamatoria.
Una vez que determinamos qué bacterias están asociadas con la gravedad de la COVID-19, podríamos diseñar tratamientos o dietas para modificarlas en cuestión de días. Puede ser posible reducir la respuesta inflamatoria modificando la flora intestinal para protegernos de las consecuencias más graves de COVID-19. Al aumentar la diversidad bacteriana, no solo nos protegemos contra las infecciones virales, sino también contra otros problemas de salud, incluida la mental.
Sonia Villapol, Assistant Professor , Houston Methodist Research Institute
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee el original.