Dar a luz. ¿Quién no ha oído alguna vez un relato sobre un parto?
Ya sea del suyo propio, de su hija, de una amiga… Se trata de un hecho común y cotidiano en los centros sanitarios del todo el mundo. Afortunadamente, la mayoría de las veces tiene un resultado positivo. Sin embargo, no siempre recibe la consideración que merece.
En los últimos tiempos, esa valoración ya no se basa únicamente en parámetros como la mortalidad materna o neonatal. También se empieza a tener en cuenta la satisfacción y la percepción de la experiencia que la mujer ha tenido del proceso.
De hecho, esta sensación puede marcar el devenir cotidiano de la madre. No solo en lo relacionado con la maternidad presente y futura, también con los diferentes aspectos de la vida diaria: relaciones de pareja, sociales, progresión laboral, etc.
¿Cuál es la tendencia en la asistencia al parto?
Consciente del marcado carácter intervencionista que se había instaurado en la asistencia al parto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció unas normas. El objetivo fue prestar una atención al parto con la tecnología adecuada y las intervenciones mínimas y necesarias.
En este nuevo contexto, se generó un debate con la participación de las matronas, las sociedades científicas, y las administraciones sanitarias . Por supuesto, también de la sociedad, en general, y las mujeres en particular.
Fruto de ello se creó una serie de planes y asociaciones de mujeres en torno a la asistencia al parto. La idea era prestar atención humanizada, centrada en la mujer, buscando su empoderamiento y papel protagonista.
A pesar de ello, parece que la implantación en la práctica diaria no ha alcanzado el nivel esperado. Tampoco la mujer desempeña el rol que le correspondería.
¿Qué es la violencia obstétrica?
Dado este contexto, en 2014, la OMS lanzó la declaración para la Prevención y erradicación de la falta de respeto y el maltrato durante la atención del parto en centros de salud.
Derivado de la estrategia se acuño el término violencia obstétrica. No existe una definición concreta, unificada y estandarizada del concepto. Ahora bien, esto no ha impedido que se universalice su uso.
La violencia obstétrica puede ser de diferente tipo: física, verbal o psicoafectiva. Esta abarca muchas conductas y prácticas. En algunos países prefieren denominarla “trato inadecuado”, quizás por las connotaciones que supone la palabra violencia.
Entre los comportamientos que agrupa, se encuentra la realización de episiotomías (incisión en el periné durante el parto) innecesarias o sin informar a la mujer, o la presión en el fondo uterino o maniobra de Kristeller. También la reiteración de exploraciones vaginales por diferentes profesionales, el trato infantilizado, la discriminación, la vulneración del derecho a la intimidad y la prestación de poca atención y cuidados.
Estas son solo algunas de las muchas conductas que las mujeres perciben como violencia obstétrica. Se puede decir que el concepto engloba toda acción, conducta u omisión del derecho de la gestante en las que esta percibe un trato jerárquico o deshumanizador. Donde se medicaliza y patologiza un proceso fisiológico, como es el parto.
Esto repercute en su pérdida de autonomía y capacidad de libre decisión. Puede, incluso, llegar a afectar a su calidad de vida.
Hay estudios que apuntan que más de dos tercios de las mujeres que han dado a luz creen haber vivido alguna de estas situaciones. La magnitud del problema ha hecho que varios países de Iberoamérica hayan legislado al respecto, hasta el punto de incluirlo como un delito en su código penal.
Vivir una situación de violencia obstétrica, tal y como ya se ha dicho, no solo afectará a la experiencia que tiene la mujer de su parto o a la calidad de vida de esta a corto, medio y largo plazo. También se ha identificado como un factor de riesgo para desarrollar patología mental, como es el trastorno de estrés postraumático posparto y las consecuencias derivadas.
¿Qué se puede hacer?
En primer lugar, es importante sensibilizar a los profesionales sanitarios, fundamentales para la erradicación de esta violencia. Ellos son quienes deben decidir cómo actuar en pro de la salud de la madre y del bebe.
Por ello, hay que hacerles conscientes de la necesidad y obligación de informar a la mujer, de actuar en base a la evidencia científica y de tener en cuenta sus preferencias, siempre que sea posible.
En segundo lugar, mejorar el contacto entre los profesionales y las mujeres. Es necesario que exista una comunicación bidireccional durante todo el proceso. Para ello, hay que fomentarla desde un enfoque cercano.
En este sentido, existen diversos recursos que pueden evitar que la mujer perciba una situación de violencia obstétrica.
¿Por qué es importante el acceso a información de calidad sobre el embarazo?
Lo prioritario es que tenga información. Entre el resto de medidas, la implementación y generalización en el uso del plan de parto y la asistencia a las sesiones del programa de educación para la salud especifico del embarazo, parto y nacimiento.
En estas sesiones educativas, popularmente conocidas como educación maternal, se abordan temas sobre los derechos de las mujeres o las prácticas clínicas adecuadas en el parto. Se llevan a cabo en todos los centros de salud y son accesibles a todas las mujeres.
Gracias a estas iniciativas, las mujeres pueden ser conscientes de qué atención y cuidados son los más adecuados durante la asistencia al parto.
Disponer de información de calidad hará que sus expectativas se ajusten a la realidad. También que se descarten las que no son posibles, por poner en peligro tanto a la madre como al bebé. Esto sucede, por ejemplo, si se rechaza una cesárea cuando hay una indicación clínica clara, objetiva y justificada para llevarla a cabo.
Si sus expectativas no se cumplen, la mujer puede sentirse vulnerable, decepcionada, engañada. Percibe la situación como violencia obstétrica. De ahí la importancia de evitar las expectativas no realistas.
Continuando con el ejemplo de las cesáreas, no se debe dar a entender que una mujer puede solicitar tal intervención sin razón clínica que la justifique. Tampoco que el parto acabará de forma natural, sin lesión perineal, etc. La idealización del parto y todas los mitos que genera puede crear en las mujeres expectativas difíciles de cumplir.
Un plan de parto realista, basado en la información de calidad, como la que se ofrece en las clases de educación maternal, empodera a la mujer y la hace partícipe de forma activa en este proceso. Para conseguirlo, es importante tener en cuenta sus derechos en el parto y las practicas que son y no son adecuadas para su asistencia.
No se pretende reemplazar el papel del profesional sanitario durante el proceso. El objetivo es que se viva la maternidad de forma positiva. Conseguir que mujeres y niños estén sanos, satisfechos, felices y con las expectativas cumplidas. Aumentando, por otro lado, la calidad de vida de ellas y previniendo procesos patológicos.
En definitiva, promover la salud de las mujeres para conseguir una sociedad más igualitaria. Una sociedad en la que la mujer tenga la posición que le corresponde.
Juan Miguel Martínez Galiano, Profesor, Universidad de Jaén; Antonio Hernández Martínez, Profesor Enfermería Maternal e Infantil. Departamento de Enfermería, Fisioterapia y Terapia Ocupacional, Universidad de Castilla-La Mancha y Julián Rodríguez Almagro, Profesor Ayudante Doctor. Grupo ICE., Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.