Después de miles de horas en una exhausta investigación, revelan finalmente el misterio de la Piedad inconclusa del gran artista renacentista Miguel Ángel.
¿Por qué Miguel Ángel decidió abandonar la realización de la Piedad? La respuesta es que el bloque de mármol era tan defectuoso e imperfecto, que era imposible de seguir esculpiendo. Se trata de uno de los grandes resultados que dejó la gran restauración de este capolavoro “non finito” del gran genio del Renacimiento que concluyó el viernes pasado después de casi dos años de trabajos, interrumpidos por la pandemia.
De acuerdo con la leyenda Buonarroti, que trabajó en esta Piedad entre 1547 y 1555, quiso al final destruirla a martillazos. Esto se debía a la enorme frustración que sintió ante este bloque de 2 metros y 25 centímetros de alto y casi 2700 kilos. Pero lo cierto es que la restauración ahora ultimada, que se hizo ante los ojos del público y que significó un lavado de cara que le devolvió todo su esplendor. Confirmó por primera vez, que el mármol utilizado era efectivamente defectuoso e imperfecto.
Tal como lo había advertido en su época el historiador del arte florentino Giorgio Vasari, que en su famoso “Le vite”, describió el bloque en cuestión como duro. Lleno de impurezas y que “hacía fuego” ante cada golpe de cincel.
Durante la restauración, en efecto, emergieron en el mármol varias huellas de pirita, mineral que, al ser trabajado, seguramente habría provocado chispas. Pero sobre todo pudieron detectarse microfracturas, especialmente en la base. Esto deja suponer que cuando Miguel Ángel intentaba esculpir el brazo izquierdo de Cristo y el de la Virgen, se vio obligado a tirar la toalla y abandonar la obra porque era imposible seguir adelante.
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Una historia peculiar
A diferencia de la que Miguel Ángel realizó en edad juvenil, que se encuentra en el Vaticano y la Piedad Rondanini –que está en Milán y es considerada la última. Realizada poco antes de morir-, en la Bandini el cuerpo de Cristo no sólo está sujetado por María, sino también por Magdalena y el anciano Nicodemo, a quien el artista quiso darle su rostro.
Miguel Ángel no terminó la escultura, pero se la regaló a un sirviente suyo, Antonio da Casteldurante, que se la vendió por 200 escudos al banquero Francesco Bandini -de ahí el nombre-, que la colocó en el jardín de su mansión romana. En 1649 sus herederos se la vendieron a un cardenal, cuyos descendientes en 1671 se la vendieron a Cosme II de Médici, gran duque de Toscana. Fue así que, luego de ser embarcada en el puerto de Civitavecchia y llegar a Livorno, a través del río Arno finalmente llegó años después a Florencia en donde fue colocada en el subsuelo de la Basílica de San Lorenzo.
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