El budismo es un camino de transformación, tanto individual como socialmente. Sus enseñanzas y prácticas pueden ser desarrolladas por cualquier persona que busque profundizar en la conciencia, la sabiduría y la bondad, y disfrutar su vida desde el amor y el constante aprendizaje.
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Los cuentos, en este sentido, son una vía interesante para sumergirse en las enseñanzas del budismo, ya que permiten entender algunos de sus principios de una manera más amena y sensible.
En esta nota podrás conocer un breve cuento que te enseñará algo muy importante si eres de las personas que no puede dejar de pensar ni un minuto.
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Cuenta la leyenda que un día un joven muy sabio se acercó a un maestro que oraba en silencio sentado en un monte.
El joven era conocido en el pueblo por la lucidez de sus escritos y la sabiduría de sus palabras. Esa tarde, al joven lo inquietaba una duda sobre la materia que no lograba resolver. Había planteado varias fórmulas y desarrollado distintas teorías que traía escritas en un cuaderno, a puño y letra.
Como si lo apremiara una urgencia de vida y muerte, el joven se acercó apurado al maestros; y sin preocuparle interrumpir su oración, le dijo:
- Maestro, sabio, guía... He venido a ti para que puedas ayudarme a resolver esto.
Y sin que el maestro siquiera hubiera abierto ya los ojos, el joven comenzó a indicar en el cuaderno sus fórmulas y gráficos, mientras le explicaba su problema.
Recién cuando terminó de hablar y quedó unos segundos mirando a su interlocutor, el maestro abrió los ojos. Lo miró con ojos serenos mientras el joven intentaba recuperar el aire, y se puso de pie. Luego, sin decirle nada, tomó el cuaderno y quitó una a una las hojas escritas hasta dejar solo las blancas.
El joven lo miró con asombro y enojo. Y el maestro, comprendiéndolo bien le dijo: