Durante el punto álgido de la pandemia, toda precaución parecía poca en los extenuantes intentos de frenar el número de contagios. Esto nos cambió la vida.
Nos llevó a tener que encerrarnos en nuestras casas, cambiar nuestros hábitos de consumo y nuestras maneras de comunicarnos y relacionarnos, y buscar nuevas formas de entretenimiento, entre muchas otras cosas.
A medida que las restricciones se han ido relajando y la situación se ha ido calmando, hemos ido viendo las consecuencias que ha tenido ese tiempo de brusca adaptación a un contexto tan enrarecido y restrictivo.
Una de las cosas que hemos visto una vez pasada la tormenta, por ejemplo, son unas ganas redobladas de la gente por salir, ir de viaje, ir al campo y, en definitiva, desquitarse de todo lo que no habíamos podido hacer durante el confinamiento y los demás períodos de restricción que vivimos durante la pandemia. Esto es especialmente visible en verano, época particularmente expansiva y extrovertida.
Pero algunos de los hábitos y patrones que trajo consigo la pandemia se han mantenido, pasando a formar parte de una nueva idiosincrasia social que continúa desarrollándose.
Uno de los cambios más importantes ha sido la transición hacia la digitalización y la implantación de las nuevas tecnologías en nuestras vidas personales y laborales.
La pandemia hizo que compráramos mucho más a través de internet, y ha sentado las bases del auge del c-commerce.
La pandemia impulsó como nunca antes las formas de entretenimiento a la carta por streaming, y eso se ha convertido en una parte integral de la manera en que tenemos de consumir entretenimiento, arte y contenido deportivo, sirva como muestra los resultados de este estudio de ExpressVPN.
La pandemia abrió la vía al teletrabajo, y esa modalidad laboral es, a día de hoy, algo mucho más generalizado de lo que era hace unos años. A esto nos referimos.
Todos estos ejemplos son paradigmáticos, y con sus ventajas y sus desventajas, parecen haber acelerado una tendencia que empezaba a vislumbrarse en la distancia en tiempos previos a la pandemia pero que no terminaba de explotar.
Ahora nos encontramos entre dos aguas. Suspendidos entre los hábitos que la pandemia nos introdujo hasta la médula y que forman ya parte de nosotros, y las ganas de recuperar el tiempo perdido y volver a la vida “presencial” lejos de las pantallas y la distancia.
A esto hay que sumarle la incógnita de la incertidumbre que supone el no haber cerrado completamente el capítulo de la pandemia, y de ver cómo esa situación se relacionará con los nuevos enigmas y nuevos desafíos que van surgiendo en el panorama europeo y global.
Como pueden ser la crisis energética, el cambio climático y los retos medioambientales, las primeras muestras del agotamiento del sistema de valores occidental, el auge de nuevas potencias económicas, etc.
Es difícil prever en qué acabarán desembocando las interacciones de todas estas circunstancias, pero parece claro que el avance hacia ese mundo digital que la pandemia aceleró —salvo hecatombe— ha venido para quedarse.
Los próximos tiempos serán, probablemente, el escenario de encuentro entre el continuo desarrollo en ese sentido, y el contrapeso de la otra cara de la moneda: la vuelta a la cotidianidad presencial, al contacto físico, a la naturaleza y la tierra.