En las últimas décadas hemos podido observar un creciente número de adeptos a las nuevas tecnologías. Llegando incluso a crear una nueva dimensión en las relaciones interpersonales, la dimensión tecnológica. Poco a poco, hemos ido sustituyendo el trato personal por uno más distante, en el que en vez de relacionarnos cara a cara, lo hacemos de pantalla a pantalla, o de monitor a monitor.
En muchos sentidos hemos sustituido el mundo real por una experiencia digital. Podemos estar sentados en una cafetería con amigos mientras nos comunicamos mediante redes sociales o aplicaciones de mensajería instantánea con otras personas que no se encuentran allí, descuidando y sin disfrutar plenamente la presencia auténtica, la de aquellos que tenemos justo delante. Fíjate en tu próxima reunión de amigos o comida familiar, ¿ha supuesto este desarrollo una evolución o una involución en tu vida personal?
Es posible que, sin saberlo, algo aparentemente inofensivo y habitual pueda estar tomando las características de una adicción.
Presta atención al momento en el que recibimos un nuevo «like» o un comentario positivo en las redes sociales, ¿cómo te hace sentir? ¿qué pensamientos surgen?. No hay nada malo ni negativo en usar las redes sociales, sin embargo, tomar conciencia de para qué las usamos puede ayudarnos a conocernos mejor a nosotros mismos. ¿Qué tipo de foto tengo puesta en mi perfil? ¿qué quiero transmitir? ¿qué parte de mi quiero que vean
y qué parte no?.
Muchas de las ventajas que ha supuesto la llamada popularmente «sociedad de la tecnología» son las facilidades para compartir y recibir información. Cualquier contenido se encuentra a nuestra disposición, a la espera de tan solo un «click» para su visualización. Esto pudiera parecer, a priori, una gran innovación, pues no tenemos que esperar para obtener aquello que deseamos ver o escuchar. Sin embargo, esta recompensa inmediata puede convertirse en un arma de doble filo ya que, debido la facilidad para obtenerla, puede verse reducida nuestra tolerancia a la frustración.
Al hilo de esto último, podemos observar otro cambio significativo. Los programas de televisión solían tener un punto final. Cuando terminaba el capítulo, irremediablemente había que esperar un tiempo determinado para poder ver el siguiente. Las tecnologías e internet nos proporcionan contenidos virtualmente infinitos, en el que somos nosotros lo que tenemos que decidir cuándo hemos tenido suficiente, cuándo es hora de parar. Usar estas tecnologías requiere de nuestra responsabilidad. Esta abundancia puede constituir una gran ventaja o, por el contrario, un gran medio de evasión de la realidad que nos rodea.
Como dice el artista David Byrne La tecnología también ha inundado de música el mundo
Ahora el silencio es la rareza por la que pagamos y saboreamos.
Antes de volver al ordenador, la Tablet o el móvil, tómate un momento, respira, observa y pregúntate ¿para qué me sirve conectarme a internet, al móvil o a un videojuego? Quizás puedas plantearte, ¿lo estoy usando para evadirme? Si es el caso, ¿de qué te quieres escapar?, podríamos plantearte ¿estoy usando la tecnología para mejorar mi vida, o para evadirme de ella?
Cuanto más peso le demos a vivir desde esta otra realidad, más nos perderemos de lo que nos sucede en la «vida real». Una puesta de sol, una reunión con los amigos, o simplemente pasear
¿te permites disfrutar de estos momentos? Las tecnologías nos han servido para evolucionar y estar más interconectados que nunca con los demás pero cuando, en lugar de experimentar el momento presente, lo vivimos desde una realidad virtual, nos perdemos todo aquello que pretendíamos mejorar. ¿Utilizas las nuevas tecnologías para sustituir o para complementar tu experiencia personal?
Hoy, hablando de tecnología, no sólo se debe tener en cuenta el hardware (el instrumento, el aparato...) y el software (las reglas que permiten usar el hardware), sino también lo que se llama el brainware (knoware), (el porqué, cómo, cuándo, dónde... Usar el hardware y el software).
Agustí Chalaux.