En el pasado lasenfermedades terminaban con la vida de más del 50 % de los recién nacidos. Sedice que antes de los tres años ni siquiera recibían un nombre, pues erademasiado pronto para conectar emocionalmente con un niño que posiblemente nosobreviviría. Gracias al avance tecnológico, a la medicina y al tratamientooportuno, muchas enfermedades se convirtieron en cosa del pasado

Lamentablemente, en pleno siglo XXI parece que ciertas cepas están regresando a causar estragos en pequeñas y no tan pequeñas poblaciones alrededor del mundo. Sólo hace unos meses, después de meses de frustración, estudios y campañas de concientización así como tratamientos, se “eliminó” un brote de sarampión en Minnesota, Estados Unidos.    

Tal vez no suena demasiado catastrófico, pues el sarampión es fácil de tratar en esta época, el problema es que es altamente contagioso, por lo que si una persona es diagnosticada, es posible que muchas personas que no fueron vacunadas y hayan estado cerca del paciente, también lo estén. Eso fue lo que sucedió en Estados Unidos. 


No se trata sólo del sarampión. La fiebre escarlatina, misma que mató a los dos hijos de Charles Darwin, ha tenido un resurgimiento en Reino Unido, país que piensa en esa enfermedad como una “situación victoriana”, algo que no tiene sentido ni lugar en el siglo XXI.  

Es el mismo caso con la tos ferina, una enfermedad infecciosa en la que la tos es tan agresiva y violenta que provoca sensaciones de asfixia. Imagina que si un caso normal de tos es bastante incómodo, esta enfermedad agota el cuerpo excesivamente y puede ser muy peligrosa.  

¿Por qué regresan estas enfermedades?

Muchas de estas enfermedades del pasado han regresado por la decisión de algunos padres de no vacunar a sus hijos. Es un tema delicado y complicado. Por un lado, quienes deciden no vacunarlos alegan que se trata de una decisión personal sobre el cuerpo de sus hijos, y además argumentan sobre la poca fiabilidad de algunas vacunas de las que se han denunciado casos de afectos colaterales complejos, como el autismo.

Sin embargo, quienes están del lado de la ciencia insisten en que no existen pruebas de que eso sea cierto. Fue Andrew Wakefield, un hombre inglés, quien presentó por primera vez un reporte que sugirió que las vacunas causaban autismo, y muchos lo consideran la peor afrenta contra la salud pública.

Aún sin pruebas contundentes para los médicos, sus papeles se hicieron famosos, y muchas personas contra la obligatoriedad de las vacunas presionaron por la libertad de los padres de elegir si vacunar o no a sus hijos. Gracias a eso Minnesota, por ejemplo, que en 2004 tenía un 91 % de infantes vacunados, ahora sólo tiene 40 %.  

El tema de las vacunas es muy polémico. ¿Es ético obligar a una parte de la población a vacunarse o vacunar a sus hijos si no quieren? En caso de que se diga que no, ¿qué sucede con los que quedan expuestos a contagiarse de ellos, los que decidieron no vacunarse? ¿Cuán seguras son en realidad las vacunas y cuánto falta investigar? La respuesta no es alarmarse ni reaccionar contra los que piensan diferente, sino fomentar la investigación y pensar en soluciones que puedan lograr que todos convivamos con salud y respeto a la vez.