Aunque parezca descabellado aclararlo, las semillas son un elemento vital de la naturaleza, anterior a que el hombre se estableciera de manera permanente junto a los ríos para desarrollar la agricultura. Sin embargo, en ocasiones pareciera tratarse de una propiedad del hombre que, una vez más, intenta modificar la naturaleza a su favor, llegando a poner en riesgo incluso su propia vida.
Y aquí es donde nuevamente vuelve a resonar el nombre de Monsanto, la transnacional estadounidense que se volvió conocida en todo el mundo por producir y comercializar semillas modificadas genéticamente.
Aunque la compañía señala en su sitio web que “Miles de millones de personas dependen de lo que hacen los agricultores. Y miles de millones más lo harán en el futuro”, no parece importarles demasiado, ya que con lo que hacen inciden de tal modo sobre la alimentación de miles de personas en todo el mundo que llegan a ponen en peligro su salud e incluso, su vida.
Pero esto es tan solo “un pequeño detalle”, que no tuerce para nada la balanza del afán de lucro obtenido a partir, especialmente, de los monocultivos como la soja.
Según el informe “¿Quién controla los insumos agrícolas?”, Monsanto se encuentra primero dentro de las 10 compañías de semillas más grandes del mundo, controlando un 26% del mercado mundial. Pero no solo eso, sino que también se encuentra dentro de las cinco empresas agroquímicas más grandes del mundo, al producir y comercializar el herbicida “Roundup”, que contiene como principio activo el glifosato.
Recientemente, la Sala III de la Cámara Nacional Argentina de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal, ubicada en la ciudad de Buenos Aires, rechazó la demanda que la multinacional había lanzado para declarar la inconstitucionalidad de un artículo que señala que no se considera como materia posible de ser patentada las plantas y los animales; para así poder patentar las semillas transgénicas que produce. Haciendo un paralelismo entre las semillas y el lenguaje, los jueces señalaron que: “Ningún escritor patentaría el idioma por haber escrito una novela”.
El tribunal sostuvo que cualquier aporte técnico a la biotecnología con aplicación industrial no es necesariamente patentable, dado que implica la modificación de una materia ya existente en la naturaleza y esto no implica una creación humana que es el requisito central para las patentes.
En este sentido, la Ley de Patentes establece que no se consideran invenciones: “Toda clase de materia viva y sustancias preexistentes en la naturaleza”, y que no son patentables: “La totalidad del material biológico y genético existente en la naturaleza o su réplica, en los procesos biológicos implícitos en la reproducción animal, vegetal y humana, incluidos los procesos genéticos relativos al material capaz de conducir su propia duplicación en condiciones normales y libres tal como ocurre en la naturaleza”.
Este fallo tiene como antecedente la presentación, por parte de Monsanto, en 1995 ante el Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI), el organismo estatal encargado de registrar las patentes por invenciones con aplicación industrial, una solicitud de patentamiento. Aunque este ente rechazó su solicitud, al considerar que se trata de materia viva, preexistente en la naturaleza y, por lo tanto, no de un invento; la compañía recurrió a la justicia federal para que se declarara nula esta resolución. La justicia falló a su favor, pero el INPI apeló y esto fue lo que motivó el fallo de la Cámara al que nos estamos refiriendo.
¿Qué es lo que pide Monsanto Argentina?
La compañía reclama el pago adicional de un canon por el uso de semillas transgénicas que ellos comercializan, en concepto de patente.
“Las patentes son necesarias para asegurarnos de que recibiremos el pago por nuestros productos y por toda la inversión que realizamos para desarrollar estos productos.
Cuando los agricultores compran una variedad de semilla que contiene tecnologías patentadas, firman un acuerdo donde adquieren un derecho de uso y una responsabilidad (…) El valor generado al agricultor por el uso de la semilla GM es mucho mayor que el costo pagado por el derecho de uso de la tecnología. Este acuerdo obedece al principio básico que es pagar a una empresa por el producto que produce".
Esto es lo que argumentan en su sitio web. ¿Qué quiere decir en síntesis? Que Monsanto pretende que los productores, que le compran a ellos sus semillas, les paguen además un canon extra por tonelada que ingresa al acopio o a la cerealera si el grano tiene antecedentes genéticos vinculados con Monsanto.
Un detalle importante de aclarar es que, dado que sus semillas modificadas son las únicas que sobreviven al glifosato, son las únicas que pueden crecer en tierras que ya hayan sido utilizadas con ellas.
Este fallo es un paso ejemplificador para toda Latinoamérica, ya que deja sin títulos de propiedad sobre las semillas que Monsanto consideraba propias por haberlas modificado genéticamente. Sin embargo, el gigante multinacional no se detiene y la sentencia ya fue apelada para elevarse en la Corte Suprema de la Nación.
Por eso es necesario la organización y lucha de activistas de todo el mundo para frenar estos intentos reiterados de patentar algo que es de todos y en lo que se pone en juego nuestra propia vida y de las generaciones que vendrán.