Cuando el Alto Golfo de California y el Delta del Río Colorado se decretaron como área natural protegida, ya se escuchaban las primeras alertas científicas sobre la necesidad de actuar para garantizar el futuro de aquellas especies marinas que solo ahí podían encontrarse. Una de ellas, la vaquita marina. La década de los noventa comenzaba y la pérdida de biodiversidad aún no se aceleraba. En solo 30 años, el panorama cambió en forma drástica.
La doctora Bárbara Taylor es una de las científicas que ha documentado parte de ese colapso. Desde hace tres décadas, la bióloga estadounidense sigue de cerca la situación de la vaquita marina (Phocoena sinus), el cetáceo más pequeño del mundo, una marsopa a la que sólo se le puede encontrar en el Golfo de California, al norte de México, y una de las especies que ha sido conocida por encontrarse en Peligro Crítico de extinción.
Taylor ha participado en los censos que, desde finales de los noventa, se han realizado para conocer cómo se encuentra la población de vaquitas marinas. Si en 1997 había más de 500, para mayo de 2023 se estimó que existen, al menos, entre 10 y 13 ejemplares.
Hace unos meses, la doctora Taylor se jubiló de la división de mamíferos marinos y tortugas del Centro de Ciencias Pesqueras del Suroeste de la Administración Nacional Oceanográfica y Atmosférica del departamento de Comercio de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés). Ahí dirigió el grupo de genética de mamíferos marinos. Ya en el retiro, la investigadora fue una de las líderes científicas de la más reciente expedición que se realizó al Golfo de California para conocer cuántas vaquitas marinas hay en el planeta.
Del 10 al 27 de mayo del 2023, científicos y observadores ciudadanos estuvieron a bordo de dos barcos de Sea Shepherd Conservation Society, organización no gubernamental que desde 2015 navega en el Golfo de California con el objetivo de retirar las redes que se usan en la pesca ilegal de totoaba (Totoaba macdonaldi), pez que también está en Peligro y cuyas vejigas natatorias alcanzan elevados precios, sobre todo en el mercado asiático.
Además de realizar un nuevo censo de vaquitas marinas, la expedición también tenía como objetivo conocer el efecto que han tenido los 193 bloques de concreto, cuya función es que ahí queden atoradas las redes de pesca y que la Secretaría de Marina ha colocado en la Zona de Tolerancia Cero, un área dentro de la Reserva de la Biósfera del Alto Golfo de California y Delta del Río Colorado.
También te puede interesar: La población reintroducida de oso hormiguero gigante crece en Argentina.
En entrevista con Mongabay Latam, la doctora Taylor señala que esta medida ha funcionado. Ahora, dice, es necesario expandir la Zona de Tolerancia Cero, “sobre todo para proteger a las madres y crías que vimos fuera de esa área”.
La investigadora también advierte que aumentar la extensión de la Zona de Tolerancia Cero no es una solución definitiva. “Si uno continua expandiendo y colocando bloques de concreto, en algún punto, la mayoría de las pesquerías que se dan en la región no van a poder ocurrir y esto va a llevar a un conflicto social importante”.
El camino para salvar de la extinción a la vaquita marina, considera, es tener un “plan real, un plan viable para la comunidad, en el que exista una transición de las redes de enmalle a una pesquería más sustentable”. Eso, destaca, solo se logrará si hay voluntad política del gobierno, en especial de la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (Conapesca).
—¿Qué la llevó a interesarse en estudiar a la vaquita marina?
—Hace cerca de 30 años, Lorenzo Rojas Bracho (uno de los investigadores mexicanos con más tiempo estudiando a la marsopa) trabajaba con la genética de las vaquitas marinas. Se acercó a mi buscando ayuda para saber si la especie estaba condenada a la extinción, si solo se tomaba en cuenta su diversidad genética. Escribimos un artículo científico en el que explicábamos que la baja diversidad genética de la vaquita marina se debía a la pequeña población que siempre ha tenido la especie y no tanto al gran riesgo de extinción en el que se encuentra.
Antes de ese primero acercamiento, trabajé por más de 10 años como observadora de marsopas en Alaska. Así que en 1997, para la primera expedición enfocada a conocer el número de vaquitas marinas que había, participé como bióloga justo porque ya tenía los ojos adaptados para buscar marsopas. Por una serie de circunstancias, terminé trabajando como la directora científica del crucero de observación de 1997. Desde ahí, he trabajado con Lorenzo Rojas en múltiples colaboraciones.
—En esa primera misión de 1997 se contabilizaron 567 vaquitas marinas. En mayo de 2023, el equipo científico determinó que, por lo menos, hay entre 10 a 13. Para usted, ¿qué representa mirar cómo la población de la especie va en picada?
—Para mi ha sido muy duro. Ha roto mi corazón ver cómo, durante todos estos años, no se ha logrado encontrar una solución para las comunidades pesqueras en la región del Alto Golfo de California. Desde hace ya muchos años, los científicos advertimos que la pesca con redes agalleras (también conocidas como chinchorros), iba a afectar a las vaquitas. No era tan complicado predecir que se tendría esta situación, pero no se hizo nada para evitarlo.
Conapesca no trabajó para que las comunidades pesqueras dejaran de usar las redes de enmalle que afectan a la vaquita. Ha sido un fracaso muy triste ver cómo, a través de todos estos años, en la región no se ha podido lograr la transición a una pesca sustentable.
—Los datos científicos muestran que en 2008 había 245 vaquitas, pero para 2015 solo se contabilizan 59 individuos. Durante esos años, ¿qué cambió en la zona para que se provocara tal declive?
—En 2008 comenzamos a trabajar muy fuerte para realizar un monitoreo acústico de la vaquita marina. En ese entonces, esperábamos ver un crecimiento del 4 % en la población, como resultado de la declaratoria del Área de Refugio para la Protección de la Vaquita Marina (lo cual ocurrió en 2005), pero en lugar de eso, vimos un declive del 30 %. Además, teníamos todos los reportes de que nuevamente había pesca de totoaba.
En 2015, el entonces presidente Enrique Peña Nieto visitó San Felipe y presentó el programa de prohibición de las redes de enmalle, así como el programa de compensación para la comunidad pesquera. Se esperaba que existieran fondos para incrementar la investigación, lo cual no paso. También se esperaba un fortalecimiento de las leyes para proteger la vaquita marina, eso tampoco sucedió.
Fue en ese momento cuando a la zona empezaron a ir los barcos de Sea Shepherd y se documentó el por qué la pesquería de totoaba era tan letal para la vaquita marina. Y es porque estas redes se anclan al fondo marino y están ahí por 24 horas o más. Como este tipo de pesquería es ilegal, quienes la realizan no ponían ninguna marca en la superficie. Esto lo hace muy diferente a otro tipo de pesquerías en donde los pescadores están con las redes y solamente están ahí por seis a ocho horas.
Nosotros ya sabíamos que las redes de mayor tamaño son las más letales para la vaquita. Entonces, las redes para tiburones, rayas y totoabas son las que tienen mayor impacto. Además, en la zona había más redes para la pesca de camarón y por ello había más pesca incidental de vaquita marina en esas redes.
—Llama la atención que el declive de la población de la vaquita se da a partir de que se crea el área de refugio. ¿No se tomó en cuenta a los pescadores para diseñar un proyecto de conservación de la especie?
—Sé que hubo una serie de reuniones con las comunidades. Hoy en día, en la conservación de especies se busca incluir una dimensión humana. Sociólogos, economistas y psicólogos están involucrados desde el inicio en la concepción de programas dirigidos a la conservación. En el caso de la vaquita marina, desde el inicio no hubo una intención del gobierno de que estos aspectos se desarrollaran. Esto fue percibido por la comunidad y jugó en contra de la conservación de la especie.
—¿Cuáles fueron las particularidades de la expedición científica que realizaron en mayo de 2023?
—Es la primera vez que se hace una expedición científica para observar vaquitas marinas en mayo. Se hizo en ese mes por razones prácticas, ya que es la época que registra menos viento durante todo el año. Además, ese mes está fuera de la temporada de camarón y eso nos permitía monitorear fuera de la Zona de Tolerancia Cero (donde está prohibido realizar cualquier tipo de pesca), un área en donde no habíamos podido monitorear en el pasado. Lo hicimos y encontramos vaquitas y crías. Eso es emocionante, no sólo porque logramos verlo, sino porque tenemos evidencia de que estos animales están en esa área.
En la expedición, además, queríamos ver el efecto de los bloques de concreto que se han puesto en la zona, la presencia de embarcaciones y el efecto del acuerdo de colaboración que tiene Sea Shepherd con la Armada de México. De hecho no vimos ninguna red agallera en el área. Sea Shepherd tampoco ha encontrado redes agalleras enredadas en los bloques. Es emocionante ver que estas acciones de conservación realmente están funcionando.
Otra cosa importante de resaltar es que las vaquitas marinas parecían muy relajadas. Eso nos permitió estar con ellas más tiempo.
Esta expedición también fue muy especial, porque tuvimos a muchas personas que vieron vaquitas marinas por primera vez. Entre esas personas estaban gente de las comunidades pesqueras. Esto es un primer paso de un esfuerzo que debe continuar en el futuro, para hacer que las comunidades pesqueras estén más involucradas en la conservación de la vaquita marina.
—¿Ha tenido efectos positivos el acuerdo entre Sea Shepherd con la Armada de México?
—Sin la acción de Sea Shepherd y del Museo de la Ballena (ubicado en La Paz, Baja California), las vaquitas no serían capaces de existir. Esta etapa de acción directa en el área era más que necesaria. Si no se hubieran retirado tantas redes del agua como lo han hecho, probablemente la vaquita no habría podido sobrevivir.
Estoy muy feliz de que Sea Shepherd colabore ahora con el gobierno mexicano y con la Armada de México. Esto es algo muy necesario. Y es una muestra de que la conservación se adapta a las necesidades sociales y, sobre todo, a los cambios a nivel gubernamental.
—¿Cómo es que llegan a la conclusión de que la población mínima de vaquitas marinas es de 10 a 13 individuos, si en la expedición documentaron 61 registros acústicos?
—El área que cubre cada uno de los instrumentos que realizan los registros acústicos es muy pequeña, entonces tenemos el mismo conflicto que se presenta cuando estamos haciendo registros visuales: no podemos distinguir si un animal que vimos un día es el mismo o es otro.
Pongo un ejemplo. Un detector acústico funciona durante 24 horas por varios días; vimos a una madre con cría que estaban alimentándose en la zona donde estaba el detector. Así que, probablemente, ese detector acústico va a tener muchas repeticiones durante ese periodo y no necesariamente se trata de señales acústicas de diferentes animales.
También te puede interesar: Por qué es fundamental conservar el plancton para salvar al océano.
—Entre los resultados de la expedición está que hay 76 % de probabilidades de que existan entre 10 a 13 individuos. ¿Esta cifra y el porcentaje no muestran una incertidumbre muy grande para determinar la población mínima de una especie?
—Desearía que fuera menor la incertidumbre. Además, no es el método preferido. Los científicos normalmente preferimos métodos que son estadísticamente más robustos. En 1997 y en el año 2000 se utilizó una metodología que es mucho más rigurosa estadísticamente.
Cuando se empezó con un monitoreo acústico sistemático, se pudo utilizar esa información para hacer una estimación de la abundancia de la especie en forma anual. Así que cada año se podía establecer cuál era el declive o la tendencia de la población. Y esto se debió a que se tenía un cuadrante lleno de detectores y se podían monitorear durante mucho tiempo cada año.
En 2018 vimos que debíamos utilizar otro método, ya que muchos de los equipos de registro acústico se estaban perdiendo o estaban siendo robados, por lo que el método acústico ya no iba a ser viable. Fue por ello que se decidió utilizar el método de marcas de captura. Básicamente consiste en que uno toma fotografías en junio y después en agosto; a partir de eso uno puede saber cuántos de esos individuos fueron vistos en la primera y en la segunda toma de fotografías y cuántos de esos coinciden. En ese entonces, el problema fue que en un mismo año no se logró hacer una captura de un mismo ejemplar. Esto se debe a que es muy difícil obtener buenas fotografías de los animales. Es muy difícil poder decir con certeza que ese animal es el mismo que el de otra fotografía.
Soy optimista y creo que ahora podemos volver a utilizar el método de captura, porque en la expedición de mayo los animales estaban muy tranquilos. En el futuro tal vez podamos tener cámaras más potentes, que tengan mayor estabilidad y que nos permitan tener una información más precisa de qué animales vimos.
—¿Qué método usaron ahora?
—El de licitación de expertos, un método que es usado ampliamente cuando se tienen que tomar decisiones de manejo con datos que no son los ideales. Ese método se basa en una carpeta de evidencia, en donde uno pone toda la información que se tiene acerca de un evento. En este caso, nosotros ponemos toda la información cada vez que vemos vaquitas marinas.
Con esa carpeta de evidencia, cada uno de los expertos, cada uno de los observadores que estuvo a bordo del equipo de observación, lee este gran documento de unas 70 páginas y, basado en toda la evidencia, hace un cálculo de cuál es el número mínimo y máximo de animales. Individualmente, los expertos asignan probabilidades a cada uno de los mínimos y máximos que se establecieron.
Tenemos colegas que son expertos en estadística y lo que ellos hacen es tomar las estimaciones que cada uno de los expertos propuso y las juntan en una distribución. Ahí empieza toda una discusión acerca de cómo fue que cada experto distribuyó sus probabilidades en ese rango y por qué. Cuando ellos tienen todos los argumentos, refinan las distribuciones para contestar dos preguntas: ¿Cuántas crías hay? y ¿cuántas vaquitas adultas hay?
Es imposible dar un solo número de animales porque no podemos saber con certeza si un ejemplar es el mismo o no en dos diferentes avistamientos. Por ejemplo, tuvimos varios avistamientos que duraron un minuto y solo una persona los vio. Con esa información no podemos decir si era el mismo individuo o no.
—Con los resultados de la más reciente expedición, ¿qué panorama se dibuja para la vaquita marina?
—Realmente creo que todas las vaquitas marinas que vimos son milagros, están aguantando más de lo que cualquiera de nosotros pudo haber esperado. Esto es una lección para biólogos de la conservación. La lección es no rendirse frente a especies que pareciera que no tienen ninguna esperanza.
No entiendo cómo las vaquitas lograron sobrevivir ante la gran cantidad de redes que había en el área desde 2018 y hasta que se pusieron los bloques de concreto. Eso también es una lección: hay soluciones y esas soluciones pueden ser muy simples. Soluciones que nos pueden comprar tiempo en lo que encontramos otros caminos que pueden ser más sustanciales, más duraderos.
Más cooperación internacional podría ser muy positiva para la conservación de la vaquita marina.
—En la estrategia que actualmente tiene el gobierno para conservar a la vaquita marina, ¿qué falta por hacer?
—Es necesario expandir la Zona de Tolerancia Cero, sobre todo para proteger a las madres y crías que vimos fuera de esa área. La expansión no es una solución definitiva. Si uno continua expandiendo y colocando bloques de concreto, en algún punto, la mayoría de las pesquerías que se dan en la región no van a poder ocurrir y esto va a llevar a un conflicto social importante.
Lo que se necesita es un plan real, viable para la comunidad, en el que no se utilicen más redes de enmalle, que exista una transición de esas redes a una pesquería más sustentable; que se transite de una pesquería que mata a las vaquitas a una pesquería que no mata vaquitas marinas.
No es tarde para invitar a sociólogos, economistas, psicólogos que puedan ayudar a diseñar un plan que genere incentivos para que los pescadores cambien de pesquerías tradicionales a pesquerías más sustentables.
Son necesarias otras disciplinas sociales para diseñar un plan de conservación, pero sobre todo se necesita la voluntad del gobierno para querer hacer este tipo de iniciativas. Sobre todo, se necesita la voluntad de la Conapesca.
—Después de varias décadas enfocada en conocer a la vaquita marina, ¿cuáles son sus mayores dudas científicas sobre esta especie?
—Me gustaría saber mucho más sobre la vaquita marina, pero en especial sobre la estructura social de la especie. Hay muchas cosas que no sabemos sobre ella. Es necesario saber más, no solo de la vaquita marina sino de otras marsopas. Eso podría ayudar mucho a su conservación. Es complicado, porque las marsopas son animales muy evasivos, muy tímidos.
Por ahora, nosotros hemos podido caracterizar el genoma completo de las vaquitas marinas. Gracias a ello, sabemos que esta especie ha sido residente de México desde hace tres millones de años. Siempre han sido naturalmente raras, porque nunca han tenido una población muy grande, su población siempre ha sido pequeña.
Desde el punto de vista de un biólogo de la conservación, esto es muy interesante. El hecho de que siempre han tenido una población pequeña, las ha hecho resilientes a problemas genéticos que podrían ser importantes para especies que tienen poblaciones más grandes.
Basados en datos obtenidos en la colección de tejidos que tenemos, y que resguarda muestras tomadas desde los años ochenta y hasta 2017, fue posible correr todo el genoma y encontrar que la diversidad genética de la vaquita marina no ha cambiado en ese periodo de tiempo. Eso es muy importante. Eso nos permite tener esperanzas para el futuro de la especie.
*Por Thelma Gomez Duran para Mongabay LATAM.