El planeta que habitamos está en permanente transformación. Algunos de esos cambios son naturales, orgánicos y forman parte de la constante dinámica de los entornos que nos contienen. Otros, son el resultado del desarrollo humano impactando en los ecosistemas de los que forma parte. En cualquier caso, comprender cómo funciona el mundo en que vivimos y cómo estamos todos (y con todo) conectados nos permite asumir una actitud responsable en cada acción de nuestra vida y prever las consecuencias en esta convivencia global.
Es ahí que la educación ambiental cumple un papel fundamental como perspectiva pedagógica que promueve valores, prácticas y saberes que inciden en el desarrollo de un proyecto sostenible en armonía y conciencia con un ambiente sano, digno y diverso. Nuestra vida social y personal está profundamente relacionada con el impacto que el modelo de desarrollo global provoca en las distintas dimensiones que nos atraviesan. La crisis climática en ese sentido, también es el resultado del desconocimiento y la ignorancia de generaciones enteras que hemos pasivamente participado el deterioro de nuestra casa común.
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Es por eso que la educación es una herramienta de transformación tan poderosa y definitiva. Porque nos permite observar la realidad con más atención y conciencia, con nuevas perspectivas. La educación ambiental nos invita a colocarnos unos “anteojos verdes” para comprender cómo funciona el mundo que vivimos y cómo preservar el derecho a un ambiente sano en donde todos y todas podamos llevar adelante nuestros proyectos individuales y colectivos.
En muchos casos, existe una conciencia muy natural sobre la importancia que tiene el cuidado de nuestros entornos naturales para nuestro propio desarrollo. Por ejemplo, para una comunidad situada en un paraje disperso y árido que almacena el agua de lluvia en una cosechadora para abastecer a decenas de familias, el agua es un bien escaso y esencial y se cuida con mucha dedicación. Sin embargo, garantizar una gestión eficiente y sostenible para que todos consuman agua segura, supone el acceso a un conocimiento específico sobre el procedimiento y un aprendizaje permanente para cuidar y mejorar la calidad del agua.
El hecho de no lidiar a diario con la escasez de este bien público, no sólo nos exige empatizar con los 2200 millones de personas que no tienen acceso a él, sino que también nos invita a conocer la importancia que tienen nuestras conductas cotidianas en la multiplicación de este tipo de desigualdades. Comprender, por ejemplo, el concepto de huella hídrica para poder aportar siempre a su reducción. Aprender sobre la importancia de la protección de nuestras vertientes y su incidencia en la salud de las personas. Promover en escuelas y centros educativos la información necesaria para multiplicar una conciencia ambiental que nos permita prevenir algunas de las principales preocupaciones del mañana.
Educar es prevenir, es transformar, es la política pública más potente, la inversión privada más inteligente, la oportunidad de dar una mirada integral a cuestiones específicas, soluciones locales a problemáticas globales. Es saber que el conocimiento es la trinchera más fértil y consistente para el nacimiento de un proyecto sostenible y la oportunidad de sembrar un futuro mejor en cualquier rincón del planeta.
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