Columna especial por
Ricardo Rapallo, Oficial de Seguridad Alimentaria de FAO para América Latina y el Caribe
(Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación)
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible llaman a erradicar el hambre y enfrentar todas las formas de malnutrición antes del año 2030. En América Latina y el Caribe esto incluye a 120 millones de personas que viven con obesidad, además de 6 millones de niños que tienen baja talla para su edad y 4 millones de niños con sobrepeso, mientras que el número de personas que sufre hambre supera a la población conjunta de Ecuador y Chile.
Existe una causa que subyace a todos estos fenómenos: la mala alimentación, ya sea por comer poco, mucho, o mal. Este factor común tras la malnutrición explica, en parte, el hecho de que siga existiendo hambre y malnutrición en una región como América Latina y el Caribe, región rica en recursos naturales y biodiversidad, y gran exportadora y productora de alimentos y productos agroalimentarios.
En las últimas décadas, la región ha visto enormes cambios en sus patrones alimentarios, fruto de transformaciones sociales, económicas y demográficas. Hoy el 80% de la población regional vive en áreas urbanas, sus hábitos son mayoritariamente sedentarios, y las dietas tradicionales han sido paulatinamente reemplazadas por un consumo cada vez mayor de productos ultra procesados con alto contenido de sal, azúcar y grasas.
Hoy, las familias latinoamericanas y caribeñas tienen menos tiempo para comprar alimentos de temporada y cocinar recetas basadas en productos más sanos. El escenario es peor para los más pobres, cuyos ingresos muchas veces sólo alcanzan para comprar alimentos poco nutritivos, los cuales suelen ser más baratos. La población vulnerable, con menores ingresos, trabajos precarios y menor acceso a servicios básicos de educación y salud, los lleva con frecuencia a desarrollar estilos de vida poco saludables.
¿Cuál es el desafío?
La dimensión del desafío actual y los enormes gastos asociados al incremento de las enfermedades crónicas no transmisibles han hecho que la lucha contra la malnutrición se reconozca por fin como un asunto público. Lo que comemos no es sólo una responsabilidad individual: el Estado tiene la responsabilidad de liderar la transformación del sistema alimentario actual, para hacerlo más saludable y sostenible, tanto en términos sociales, ambientales y económicos.
Esta gran transformación necesita de políticas públicas y la participación de todos los sectores del gobierno, trabajando junto con productores, consumidores y la industria alimentaria. Además, promover un sistema alimentario más sostenible requiere de medidas enfocadas en la producción, el consumo y el comercio de alimentos, implementadas de forma integrada.
Mejorar el acceso de la agricultura familiar a los mercados es fundamental, ya que este sector es responsable de la mayor parte del abastecimiento local de alimentos frescos y saludables en la región. También se debe mejorar la inclusividad y eficiencia de las cadenas alimentarias, para reducir la perdida y desperdicio de alimentos, ya que la región bota suficientes comida como para alimentar a todos quienes sufren hambre.
Fortalecer el comercio intrarregional de alimentos permitirá rescatar los productos tradicionales de los países y promover un abastecimiento estable de alimentos frescos, mientras que regular la publicidad y la comercialización de alimentos ultraprocesados, implementar un etiquetado comprensible y promover programas de alimentación escolar y educación alimentaria le dará herramientas a las personas para tomar mejores decisiones nutricionales.
Transformar nuestros sistemas alimentarios y hacerlos más sostenibles, justos y equitativos es la mejor forma de enfrentar tanto el hambre como la malnutrición. Es también la mejor forma para alcanzar las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y lograr que ningún hombre, mujer, niño o niña sufra hambre ni obesidad al año 2030.