El mundo moderno es energívoro, cada vez se necesita más energía para seguir poniendo en marcha toda la maquinaria. Pero, paradójicamente, este aumento en la generación y consumo de energía no ha significado equidad en el acceso. Así, mientras la oferta energética aumenta, aumentan las externalidades industriales, pero el porcentaje de pobreza energética se mantiene, la gente sigue sin poder satisfacer sus necesidades básicas de energía de forma segura.

Entonces, si la oferta energética no para de crecer, pero el acceso a las personas no lo hace, hay preguntas que deberían ser hechas: quién consume la energía, en verdad necesitamos más energía o lo que hace falta es distribuirla mejor.

En nuestro país la energía se consume principalmente en un sistema de transporte que nos es para todos y un modelo industrial que nos obliga a creer que debemos consumir cosas que no necesitamos. La gran mayoría de los hidrocarburos y electricidad se destina a estos fines, pero México no es una excepción: la creciente demanda de energía en el mundo se acapara y acumula para alimentar un sistema de producción que privatiza las ganancias y socializa la contaminación.

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El contexto climático nos obliga a repensar y problematizar la relación que tenemos con la energía. Energía cómo, para qué y para quién. Es claro que el paradigma energético fósil actual no es sostenible, en ese sentido, es sumamente necesario discutir y lo que viene. La transición energética sigue siendo un espacio de disputa, al final lo que está en juego es quién se beneficia de la energía y de sus procesos.

Ante esto, una transición tecnológica, que no cuestione su impacto y la distribución de la energía es inútil, es fundamental cuestionar nuestra relación con la energía. Por tanto, hablar de transición energética significa hablar de cambios en el paradigma energético y por tanto en cambios sociales, hablar de transición energética debe significar cambios en los modelos de producción de energía y, por supuesto, en la propiedad de esos medios de producción, en nuevas formas de organización en torno a esos procesos y en los niveles de participación de la gente en un modelo que se ha construido a partir de la exclusión, tanto para las empresas del estado como para las empresas privadas, la gente son clientes, usuarios, votantes, nada más.

Entonces, por qué no pensar un modelo energético comunitario, solidario, que nos permita distribuir mejor la energía, que nos permita entender y valorar lo implica la energía haciéndonos partícipes, que permita llevar energía a donde se necesita. Existen ejemplos dignísimos que nos hacen creer que un modelo así puede funcionar, desde comunidades que utilizan el flujo del agua para generar su propia energía a través de micro hidroeléctricas, proyectos comunitarios solares y eólicos, etc.

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Hablar de transición energética en un mundo energívoro es complejo y nos obliga a hacer uso de las utopías, no para caer en en el vicio del idealismo ciego, sino para tener un horizonte que nos permita avanzar en la dirección correcta.