Más de tres mil millones de personas dependen de la biodiversidad marina y costera para su sustento. Sin embargo, muchas de ellas están viendo afectada su fuente de empleo, debido a que la salud del mar se ha deteriorado.
El aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero ha calentado y acidificado el agua del mar, lo que ha provocado “cambios nefastos para la vida subacuática y en tierra firme”, asegura la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Además, agrega, el exceso de esas emisiones “ha reducido la capacidad natural que tiene el océano para absorber dióxido de carbono y proteger la vida en el planeta”.
Las aguas costeras son las más perjudicadas puesto que, a todos los estresores del cambio climático, se suma la contaminación.
La creación de áreas marinas protegidas es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que permitirá revertir este problema y, en Chile, pescadores artesanales de cinco caletas decidieron contribuir. Protegieron, por cuenta propia, espacios en el mar donde históricamente habían pescado y cosechado mariscos. A esos espacios los llamaron “refugios marinos”.
1. Refugios marinos: semilleros de biodiversidad
En Chile, los pescadores artesanales administran espacios en el mar llamados Áreas de Manejo y Explotación de Recursos Bentónicos (AMERB), donde tienen derechos de explotación exclusivos. De esas AMERB, los pescadores extraen principalmente recursos bentónicos, es decir, especies que habitan en el fondo marino como locos, erizos y lapas.
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Hace seis años, el sindicato de la caleta de pescadores de Maitencillo decidió proteger 15 hectáreas de mar dentro de su AMERB. Desde entonces, nadie ha sacado de ahí recursos de ningún tipo. El objetivo de ese refugio marino fue crear un núcleo de conservación que tuviera un efecto semillero hacia el resto del área de manejo y a las zonas contiguas, explica Rodrigo Sánchez, director ejecutivo de Fundación Capital Azul, organización que encabeza la iniciativa de creación de los refugios marinos.
Parte del trabajo que realiza la Fundación consiste en realizar un monitoreo de biodiversidad en los refugios marinos para medir las densidades de diferentes especies, es decir, cuantificar los individuos y también medirlos.
2. Ya hay pruebas de que funciona
En Maitencillo, donde nadie ha extraído recursos del refugio marino hace seis años, “ya hay evidencia de que hay más recursos y que son más grandes. Como ya nadie los pesca pueden ser más longevos y actuar como reproductores”, dice Sánchez.
“Soy testigo de lo que hay en los refugios marinos y es impresionante lo que está pasando allá abajo”, asegura el director ejecutivo de la Fundación Capital Azul.
En Zapallar, donde el refugio marino se creó hace solo dos años, “ya se ha notado el cambio”, asegura Sergio Veas, el presidente del sindicato de pescadores de esa caleta. En las 15 hectáreas protegidas “se están poblando lugares donde ya no había pescado. Ahora se ve vieja, bilagay, rollizo y cabrilla”, cuenta el pescador quien espera que, en un tiempo más, la producción generada en el área protegida empiece a traspasar las fronteras del refugio y de esa manera los pescadores puedan beneficiarse de una mayor disponibilidad de recursos en la zona del área de manejo, donde sí pueden pescar y cosechar mariscos.
Además, otro de los recursos que se conservan al interior de estos refugios marinos son los bosques de algas. En ellos no sólo habitan numerosas especies, también se desarrollan los huevos de muchas de ellas. “Los jardines infantiles del mar (las guarderías del mar)”, dice Veas. “En estos bosques de algas viven todos estos bichitos, todos los mariscos, los moluscos, los pescados”, agrega.
3. Los refugios generan más conservación
Tanto pescadores como científicos y expertos de la fundación, han visto como los refugios marinos han expandido, en la comunidad, el interés por conservar.
“Cuando nosotros abrimos el refugio a la comunidad, este se transforma en una suerte de parque. Es como el patio de la comunidad y todos quieren mantener ese patio limpio, todos quieren colaborar”, asegura Sánchez. Prueba de ello es que “la gente se nos acerca para hacer iniciativas relacionadas con actividades de arte, actividades educativas con los niños de los colegios de la comuna y poco a poco aparece la vocación del refugio marino en sí: deja de ser un lugar que nadie puede tocar y se empieza a transformar en un núcleo de actividades, todas ligadas a la conservación y al buen uso de estos espacios”, explica el experto.
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Además, “se ha roto el paradigma de que los pescadores son los que destruyen el océano. Ahora la gente los percibe como parte de la solución y no del problema”, asegura Sánchez. Veas lo confirma: “Hoy nos miran de una forma totalmente distinta”.
El entusiasmo por los refugios marinos le ha permitido a los pescadores también desarrollar actividades de turismo que les permiten, además, desarrollar una nueva fuente de ingresos. “De esa manera estamos recuperando (el dinero) que dejamos de percibir al dejar de pescar en el área del refugio”, explica el pescador.
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*Por Mongabay LATAM.