Se estima que en todo el mundo se arrojan 4500 millones de colillas por año. Y, si bien pueden tardar hasta 25 años en degradarse, el verdadero problema son los restos de sustancias tóxicas contenidas en el filtro usado. Una sola colilla puede contaminar hasta 70 litros de agua. Cuando se la tira en el suelo, deja restos de arsénico, cromo, níquel y cadmio.
Hay proyectos que trabajan para convertirlas en materiales que podrían usarse en la construcción. Algunos apuntan a usar el acetato de celulosa, derivado del petróleo que tiene el cigarrillo. Se trata de un material térmico y acústico.
Para fabricar las placas aislantes se debe aplicar un tratamiento que tiene distintas etapas: en primer lugar se desintoxican mediante un proceso químico, luego se las seca, se realiza un desmenuzado, en el que se las tritura y se les añade una sustancia para que se adhiera mejor. Finalmente, se las prensa para realizar el molde.
Otros descubrieron que, si a los ladrillos de arcilla se les añade tan solo 1% extra de colilla, se puede reducir la energía necesaria para su cocción y, en consecuencia, el costo de su producción.
De este modo, se resuelven dos grandes problemas ecológicos a la vez. Por un lado, se reducen los gases tóxicos de las ladrilleras y se ahorra hasta un 58% de energía. Por otro, durante el proceso de cocción, algunos de los contaminantes solubles de las colillas son atrapados en los ladrillos, lo cual ayuda a reducir futuros problemas de contaminación ambiental.
Otra técnica consiste en usar 50 colillas de cigarrillo para formar dos tipos de ladrillo, uno para muro y otro para suelo. Se trabaja con dos fórmulas distintas: una se hace una especie de picadillo con las colillas, y la otra con un hongo que crece en los árboles y degrada la celulosa.