Si Islandia tuviera un eslogan oficial este sería "þetta reddast", que significa "al final todo saldrá bien". La frase resume a la perfección la forma en que los islandeses se acercan a la vida: con una actitud relajada, tranquila y con un gran sentido del humor.
"Es una de esas frases omnipresentes, una filosofía de vida flotando en el aire", dice Alda Sigmundsdóttir, autor de varios libros sobre la historia y la cultura de Islandia. "Se usa de una manera optimista. También se puede utilizar para ofrecer consuelo, especialmente si la persona no sabe muy bien qué decir. Es una especie de comodín".
A primera vista, parece una filosofía extraña para un lugar donde, durante siglos, muchas cosas no funcionaron del todo bien. Desde el asentamiento de Islandia en el siglo IX, su historia está plagada de historias sobre cuándo "þetta reddast" no se aplicaba: la Islandia de antaño era un lugar excepcionalmente difícil para vivir. "No ha pasado mucho tiempo desde que éramos una sociedad de agricultores y pescadores, y las duras condiciones en las que vivíamos tenían un control total sobre nuestras vidas", dice Auður Ösp, fundador y propietario de una compañía de viajes local.
Si bien Islandia ahora es un lugar donde abunda el Wi-Fi, las tarjetas de crédito son aceptadas en todas partes y la mayor parte del país funciona con energía geotérmica, hace solo 50 años el 50% de la población vivía en casas tradicionales con paredes y techos de tierra y hierba, por lo que estas dificultades no son un recuerdo tan lejano. Hace 45 años el volcán Eldfell explotó en la pequeña isla de Heimaey, arrojando millones de toneladas de ceniza, devorando 400 edificios y forzando la evacuación de las 5.000 personas que vivían allí. Y hace solo 23 años, una avalancha masiva diezmó la ciudad de Flateyri en los Westfjords, enterrando más de una docena de casas y llevándose la vida de 20 de los 300 residentes de la ciudad.
Incluso en un día sin desastres, Islandia depende de las fuerzas de la naturaleza. La isla se mueve y respira como pocos otros lugares hacen: las fumarolas de los volcanes emiten vapor; las aguas termales gorgotean; los géiseres burbujean; y las cascadas emiten estruendos. El país se encuentra en la brecha entre las placas tectónicas de América del Norte y Eurasia, y esas placas se están separando lentamente haciendo que Islandia se extienda unos 3 cm por año, causando un promedio de 500 pequeños terremotos cada semana.
El clima es otro elemento a tener en cuenta. Los vientos pueden alcanzar la fuerza de los huracanes, hay tormentas fuertes incluso en verano, y en los días de invierno más oscuros el sol brilla solamente por cuatro horas. "Los que viven de la tierra están en constante batalla con los elementos", dice Ösp.
Tal vez tiene sentido que en un lugar donde las personas están a merced del clima, la tierra y las fuerzas geológicas únicas de la isla, han aprendido a ceder el control, confiar y esperar lo mejor. Una encuesta de la Universidad de Islandia de 2017 mostró que casi la mitad de los islandeses dicen que "þetta reddast" es la filosofía con la que viven. La idea de que todo saldrá bien se ha infundido en la cultura islandesa a través de los siglos. Después de todo, para aquellos que sobrevivieron e incluso prosperaron contra viento y marea, al final todo salió bien.
Para los islandeses lo importante es tomar lo mejor de cada situación. "No podríamos vivir en este entorno sin la convicción de que las cosas funcionarán de alguna manera, por más difíciles que parezcan en este momento", dice Ösp. "A veces funciona, a veces no funciona, pero no dejamos que eso nos impida intentarlo".
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